El tiempo en las imágenes
Por Roger Koza
En la última edición del festival de cine de Mar del Plata, el crítico Peter van Beuren, en la sección denominada Cine del futuro, decía que hay muchas películas para ver pero que éstas están escondidas. El árbol es un título casi fantasma, pues a diferencia de productos como "300", su campaña publicitaria equivale a un grado cero de difusión.
Es menester entonces dar testimonio de que existe un filme notable de 65 minutos de duración, un ensayo de naturaleza documental sobre lo extraordinario y poético del mundo cotidiano, el tiempo, el envejecimiento y la interacción entre la naturaleza y el hombre, aunque la belleza cinematográfica de El árbol es precisamente volver a postular la originaria pulsión del cine, su trágica dimensión filosófica: atrapar el tiempo, mostrar la duración de lo que existe en su devenir. El padre de la crítica cinematográfica, André Bazin, ya señalaba en la genealogía del cine la pretérita práctica de la momificación. El cine es tiempo embalsamado y condensado en luz.
Puede ser desconcertante ver un filme cuyo nudo narrativo es la discusión intermitente entre una pareja de ancianos respecto de cortar o no una de las acacias de la entrada de la casa en la que viven. Pero es edificante entender por qué se discute, y cómo Gustavo Fontán responde a ello sin ser explícito.
En la última edición del festival de cine de Mar del Plata, el crítico Peter van Beuren, en la sección denominada Cine del futuro, decía que hay muchas películas para ver pero que éstas están escondidas. El árbol es un título casi fantasma, pues a diferencia de productos como "300", su campaña publicitaria equivale a un grado cero de difusión.
Es menester entonces dar testimonio de que existe un filme notable de 65 minutos de duración, un ensayo de naturaleza documental sobre lo extraordinario y poético del mundo cotidiano, el tiempo, el envejecimiento y la interacción entre la naturaleza y el hombre, aunque la belleza cinematográfica de El árbol es precisamente volver a postular la originaria pulsión del cine, su trágica dimensión filosófica: atrapar el tiempo, mostrar la duración de lo que existe en su devenir. El padre de la crítica cinematográfica, André Bazin, ya señalaba en la genealogía del cine la pretérita práctica de la momificación. El cine es tiempo embalsamado y condensado en luz.
Puede ser desconcertante ver un filme cuyo nudo narrativo es la discusión intermitente entre una pareja de ancianos respecto de cortar o no una de las acacias de la entrada de la casa en la que viven. Pero es edificante entender por qué se discute, y cómo Gustavo Fontán responde a ello sin ser explícito.
Del registro poético de la vida cotidiana de sus padres, que se inicia en la primavera de 2004 y que finaliza en el otoño de 2005, se predica la respuesta, elíptica aunque verificable hasta el último segundo de la película. Y si bien la totalidad del filme transcurre en una casa de Banfield, no es la claustrofobia el sentimiento dominante, sino una suerte de júbilo naturalista que transfigura el hogar en un espacio cósmico en miniatura.
En efecto, El árbol pertenece a una tradición cinematográfica en la que la contemplación es un método de trabajo por el cual se obtiene de lo que es visible pero no se ve un hallazgo de la hermosura física y artística del mundo. Al igual que Érice en El Sol del membrillo y Guerín en Tren de sombras, Fontán advierte que el cine es ver el tiempo y la mutación de los seres en su duración. Así, un plano de abejas en el árbol, las hormigas flotando en el agua de lluvia sobre el patio, la tormenta pegando sobre la ventana son vestigios del devenir, aunque el pasaje en el que los dos ancianos se van a dormir y el tictac del reloj del living se vuelve omnipresente compendia la búsqueda de un cineasta por retratar al tiempo. Es un momento asombroso, anunciado previamente en la escena en la que los ancianos ven viejas diapositivas, y que permite también apreciar la concepción general del sonido del filme. Hay aquí un sistema de relevos entre sonido e imagen que le hubiera encantado a Bresson.
Al inicio una cita del poeta entrerriano Juan L Ortiz anuncia un camino poético. Acaso El árbol es una meditación sobre el habitar, que implica, ontológicamente, pensar el tiempo y el ser. Poéticamente habita el hombre sobre la tierra, decía el poeta Hölderlin. Sentencia que Ortiz podría haber escrito y Fontán materializa en esta película única.
En efecto, El árbol pertenece a una tradición cinematográfica en la que la contemplación es un método de trabajo por el cual se obtiene de lo que es visible pero no se ve un hallazgo de la hermosura física y artística del mundo. Al igual que Érice en El Sol del membrillo y Guerín en Tren de sombras, Fontán advierte que el cine es ver el tiempo y la mutación de los seres en su duración. Así, un plano de abejas en el árbol, las hormigas flotando en el agua de lluvia sobre el patio, la tormenta pegando sobre la ventana son vestigios del devenir, aunque el pasaje en el que los dos ancianos se van a dormir y el tictac del reloj del living se vuelve omnipresente compendia la búsqueda de un cineasta por retratar al tiempo. Es un momento asombroso, anunciado previamente en la escena en la que los ancianos ven viejas diapositivas, y que permite también apreciar la concepción general del sonido del filme. Hay aquí un sistema de relevos entre sonido e imagen que le hubiera encantado a Bresson.
Al inicio una cita del poeta entrerriano Juan L Ortiz anuncia un camino poético. Acaso El árbol es una meditación sobre el habitar, que implica, ontológicamente, pensar el tiempo y el ser. Poéticamente habita el hombre sobre la tierra, decía el poeta Hölderlin. Sentencia que Ortiz podría haber escrito y Fontán materializa en esta película única.
El Árbol. Clasificación: Muy Buena. (Argentina, 2006). Dirección: Gustavo Fontán. Guión: G. Fontán. Intérpretes: Julio Fontán y María Merlino. Fotografía: Diego Poleri. Edición: Marcos Pastor. Sonido: Javier Farina. Género: ensayo documental. Duración: 65 minutos. Apta para todo público. Salas de estreno: Espacio Incaa, ciudad de las Artes. Para quienes tengan la sospecha de que el cine puede ser poético. Una virtud : el dominio del lenguaje cinematográfico. Un pecado: que se exhiba sólo por cuatro días.
La Voz del Interior, Espectáculos, 21 de abril de 2007, por Roger Koza
La Voz del Interior, Espectáculos, 21 de abril de 2007, por Roger Koza
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