viernes, 27 de mayo de 2016

DIARIO DEL FUMIGADOR DE GUARDIA


Durante algunos años he leído y releído Diario del fumigador de guardia del poeta entrerriano Arnaldo Calveyra con la intención de hacer una adaptación cinematográfica. Llené algunos cuadernos con notas e intenciones. 

Me había propuesto hacer cine con lo que se tiene a mano, con lo que se deja mirar, con las cosas y la intensidad que surge de las experiencias. Y el texto de Calveyra es resultado de una convicción y un procedimiento semejante: transforma lo que lo rodea, lo contiguo, una porción de lo real, en poesía. Y sus imágenes dejaron siempre huella en mí. Pero pasó el tiempo, y también hay tiempo para las películas. 

Y el Diario del fumigador de guardia ha quedado varado en un centro luminoso o, mejor, ha derivado en otras películas, en una pura materia fluvial. Así podría haber sido la sinopsis de esa película y su probable comienzo: A modo de Sinopsis Hacia 1951 el poeta Arnaldo Calveyra realiza un trabajo particular: fumiga los buques que llegan al puerto de Ensenada. Calveyra, y esto es lo que nos interesa, transforma esa experiencia de gas y de ratas, de hierros viejos, domingos tristes y muerte, en un libro de una belleza inconmesurable: Diario del Fumigador de guardia. 

El propio Calveyra lo cuenta: “En Ensenada había un muelle de fumigación. Yo leí un aviso en un diario, me presenté y me tomaron. Por el contacto con el gas, no se podía trabajar más de dos horas. Trabajé todos los sábados y domingos durante dos o tres años. Ahí fui escribiendo el libro. La primera versión es del 1951. Hacia 1953, el libró quedó guardado, pero en el fondo de la casa había un arroyo y cuando vinieron los militares canalizaron el puente que pasaba delante de la casa y se inundó todo. 

Y el original quedó en ese baúl medio mojado, hasta que lo encontré en 1983 en un viaje a Argentina; así que me lo llevé a París tras treinta años de olvido, lo releí, vi que en ese texto había cosas vivas, lo reescribí y lo limpié”. La primera versión del libro es del 51. Treinta años después, lo reescribe y lo edita. Ahora, un nuevo ciclo se ha cumplido: a treinta años de ese momento, a sesenta de la experiencia original de Calveyra, volvemos a los lugares originales, guiados por el libro, a mirar lo que queda: un resabio de aguas y casuarinas, un desliz de luz sobre hierros y viejas cubiertas de barcos, las maderas rotas de los muelles, algún café que mira al río, y recoge el silencio de los atardeceres, y el botero y los rostros de los trabajadores… 

Todo con una intención: “ir con la medida de aquel patio que sabes a ese lugar desconocido”. A modo de comienzo: El río, sólo la noche y el río, como una placa indescifrable. Lentamente aparece alguna vibración en el agua. La luz del alba transforma esa placa, le otorga matices y texturas. Hasta que al fin es agua. Luz y agua. Calveyra (off) El presente siempre llega, el maná del presente siempre llega, las bocinas del remolcador más lejos. 

Desde la pasarela de mando el capitán parece estar balconeando el arrime, es una fiesta del pensamiento, y nosotros desde lo alto, interrumpidos en pleno vuelo, observamos a ese detenido, un hombre rubio afeitado de recién. Somos cinco los que subimos por la escalera de emergencia, ya le echamos un último vistazo a las máscaras y a las recomendaciones alegres. Los médicos, rodeados de curiosos, en este momento miran hacia allá. 

Salgo por la portezuela de enfrente, los demás compañeros convergen por la de la derecha, las espaldas en formas de hoces a punto de segar, ya no tenemos cara, cara ya no tenemos al enfrentarnos brevemente. (Publicado originalmente en la revista LAS NAVES N°3)