domingo, 28 de febrero de 2016

EL CINE Y LO REAL



Antes de empezar el rodaje de  “La casa”, para entender cómo filmar la demolición que iba a transformarse en una secuencia de la película,  asistí a la demolición de varias casas. Entendí que en ese proceso que puede llevar una semana   hay un conjunto de procedimientos que se siguen de manera estricta, una lógica de la destrucción que tiene su programa.  La primera etapa es la del  desguace, se saca todo lo que se pueda vender: puertas, ventanas, hierros, tejas, chapas, tablas del parqué.  Luego,   se  voltean  los cielorrasos  a golpes de maza (en esta etapa vuela por un buen rato  un polvo fino que vuelve todo un poco impreciso, fantasmal). Por último, con una pala mecánica se tiran  las paredes y, casi simultáneamente, se  van quitando los escombros del terreno, hasta que  no queda huella.

Durante los momentos que compartimos, los trabajadores de  la empresa  de  demoliciones me explicaron con lujo de detalles cómo y dónde  golpear para que  una franja del cielorraso caiga entera,  o en cuánto tiempo se levanta la madera del piso de alguna habitación, tratando de no dañarlo. También, con una perplejidad que duraba y los afectaba, me narraron algunos hallazgos. Por ejemplo, en una casa que  habían demolido  encontraron una  bodega en el sótano donde quedaba una botella de vino de 1964. O en otra, los antiguos propietarios  habían dejado en el  ropero dos vestidos de fiesta.

Cuatro años después de aquella experiencia, la imagen de los dos vestidos de fiesta en el ropero me ronda y me habla. Los dos vestidos -¿de qué color?- arrancados al mundo, liberados de su contexto y sus relaciones habituales (la mujer que los usó alguna vez, el resto de la ropa),  abandonados en ese espacio vacío, se vuelven expresivos y persistentes.
   
Pienso entonces en el cine. Estoy seguro de que las películas que me interesan tienen un poder similar. Esa disrupción, ese desajuste con el mundo y con la serie, es portadora de una carga de extrañeza que pone en cuestión las costumbres y nuestro saber sobre las cosas. Hay algo vital en ese corrimiento, algo que nos moviliza y nos interpela.

No quiero pensar en la serie, en la infinita multiplicación de películas idénticas, ni en el aparato sofisticado que sostiene y define las características de  la serie, incluso los límites de la serie, las transgresiones posibles. No quiero pensar en las consecuencias feroces de la serie sobre nuestra percepción, nuestras ideas y nuestras emociones. Quiero pensar en esas otras películas, rebeldes y honestas, desajustadas del mundo. Encuentro en ellas  un gesto profundamente político.