viernes, 22 de enero de 2016

EL LIMONERO REAL - Versión cinematográfica de la novela homónima de Juan José Saer



Durante esta semana EL LIMONERO REAL estará  terminada.
 
Aunque sé  que la verdadera expresión de todo el larguísimo trayecto de cinco años  es la propia película, que pronto estará allí, en su estado de  disponibilidad,  comparto  algunas consideraciones:
Hay  en la obra de Juan José Saer en general y en El limonero real en particular   un interrogante que subyace de modo permanente: ¿cómo acceder a lo real y expresarlo?  Su obra es testimonio de una desesperada aproximación a una porción de realidad - a la  que se la mira y se la vuelve a mirar-, y  de la constatación del misterio. La mirada afirma y abisma el mundo, simultáneamente. La escritura reconoce en la realidad sus enigmas y nos advierte sobre la fragilidad de cualquier intento  de conocimiento.
Por otro lado, hay en Saer una profunda conciencia de que la poesía surge del “tratamiento especial dado a la materia real”.  La escritura se convierte  entonces en  el arte de “sondear y reunir briznas o astillas de experiencia y de memoria para armar una imagen”.
 
En una de las primeras escrituras de El limonero real, escribía Saer: “Piensa todavía que él no debió haberse ido a la ciudad, lo piensa todas las mañanas, peinándose bajo el sol. Me parece que no piensa en otra cosa: que si no se hubiera ido, ahora estaría cruzando el río con la canoa verde, y no bajo tierra. Nunca piensa en otra cosa, aunque haga años que ya no lo dice. Y cuando a veces entra a la chocita que llamamos la cocina, y la oigo murmurar en voz baja, creo que habla con él. No con lo que dicen que queda de nosotros cuando recordamos, y que dicen que puede volver, con él como era antes de haberse ido, tratando de decirle que no se vaya”

En una de esas primeras escrituras, la novela empezaba así:

“Amanece
Y ya está con los ojos abiertos.
Queda un momento ciego
Sin ver, todavía mezclado en lo que ha entrevisto en el sueño.
-para algunos el pasado que se hace presente.”

Saer entiende pronto: el pasado que se hace presente, no es necesario decirlo porque sencillamente ocurre.

“El canto del gallo, el amanecer, los perros que ladran, la claridad que se expande, el hombre que se levanta, la naturaleza, el tiempo, el sueño, la lucidez, todo es feroz”. Pascal Quignard no habla de El limonero real.  Pero habla.

El ámbito en el que ocurre la trama de El limonero real -las islas, la costa del río Paraná en la provincia de Santa Fe, Argentina,  su luz y sus habitantes- no es un espacio desconocido para mí. Realicé ya dos películas en la zona: La orilla que se abisma y El rostro.  Estas dos películas me pusieron ante la experiencia de las islas. Las islas del río Paraná  son  grandísimas extensiones de tierra, con montes de madera blanda, sauce, timbó,  en la costa,  y pajonales interminables, montes de espinillos, algarrobos y talas, lagunas y esteros, tierra adentro. Por naturaleza, las islas conforman un espacio cargado  de cierta precariedad: las crecientes,  siempre voraces, construyen una memoria y un riesgo.  Nadie olvida las crecientes; por todos lados hay huellas, y nadie deja de temer a la creciente que puede sobrevenir.   La isla es una imagen del antes y del  después, y el presente es una especie de estadio frágil entre dos momentos dolorosos.  Esta conciencia imprime en sus habitantes, los isleros, una extraña vitalidad. Se vive el presente, el sol y la pesca, los encuentros y el vino, el fogón y los silencios, como una fiesta y una despedida al mismo tiempo.  Esa forma de habitar, conformada por ese vínculo particular  agua- tierra-hombre-animales, tiene una impronta única. A ese modo de estar, vital pero inestable, podríamos definirlo en líneas generales   como una vida a la intemperie. No por la falta de techo, que aunque precario existe, sino por algo más esencial, más hondo: la impronta que el espacio imprime en los habitantes y los deja siempre en tensión, fortaleza-debilidad, vitalidad-muerte

Del encuentro de esas dos experiencias, la de la lectura y la del mundo, surge esta película.

Gustavo