domingo, 31 de octubre de 2010

Críticas: Elegía de abril, de Gustavo Fontán

Diario Clarín
Por: Miguel Frías
Calificación: Muy buena.

Lo bello y lo triste

Con su clásica capacidad para crear filmes cargados de lirismo, Gustavo Fontán indaga en la memoria de su familia.

Gustavo Fontán elabora cine como si elaborara sueños. Combinando sus sensaciones y su cotidianidad crea imágenes -leves o marcadas distorsiones de lo real- que, a la vez, generan nuevas y múltiples sensaciones en el que mira (o, mejor dicho, siente) sus películas. Pequeños milagros sensoriales.

Elegía de abril nos deja un sedimento de belleza y melancolía, de asombro y resignación ante el paso del tiempo, de tristeza infinita ante la ausencia y, también, de consuelo por las pequeñas huellas dejadas en los otros, por la continuidad generacional. Elementos de un autor de enorme sensibilidad y valentía. De un realizador que jamás condesciende a lo que esté fuera de su pulsión artística: al mercado, por ejemplo.

Elegía ...es la segunda película de “El ciclo de la casa”. La primera fue la extraordinaria El árbol ; la próxima será La casa .

Elegía ...comienza con el hijo de Fontán, Federico, bajando de un placard los libros de poemas que el abuelo del realizador, Salvador Merlino, había enviado a imprimir antes de morir, en 1959. La madre de Fontán, Mary, recuerda en esas primeras secuencias a su padre escritor. También lo hace el tío de Fontán, Carlos, hermano de Mary. Pero, poco después, ella, tal vez arrebatada por la angustia, se niega a seguir participando en la película.

¿Qué hace Gustavo Fontán? Convoca a Adriana Aizenberg y a Lorenzo Quinteros, para que ocupen los roles de los dos hermanos que evocan, no siempre verbalizándolo, al padre muerto. Obviamente, no oculta este mecanismo; no procura hacer un docudrama . Al contrario: cruza a actores y no actores en un ejercicio de efecto onírico. Traspasa, deliberadamente, las difusas barreras de lo que consideramos real e irreal. ¿Son irreales los componentes del arte o de los sueños? Claro que no. Fontán sabe transmitir esta afirmación a través de imágenes tan delicadas como hermosas y dolorosas, cargadas de reflejos, sombras, fragmentaciones, enfoques y encuadres nuevos, texturas y sonidos.

La vejez, la muerte, el ejercicio de la memoria y, sobre todo, los legados generacionales recorren la obra del director. Somos la memoria de quienes nos han precedido y por supuesto lo que hacemos con eso. Fontán opta por hacer cine. Las secuencias en que su cámara capta en 16 mm a su hijo captando, en digital, a su abuela o a la representación de su abuela provocan un efecto de continuidad generacional, de modesta inmortalidad humana.

Por último: existe tensión entre Mary y Carlos. El no quiere “bajar a papá del ropero”. Ella sugiere “bajarlo y donarlo”. Antes de este estreno, Fontán regaló ejemplares de Elegía ...(un canto de Merlino a la muerte de su padre) junto con copias de su película, del mismo nombre. Una toma de posición ante la vida; un modo conmovedor de recuperar a su abuelo que ha muerto y que no ha muerto.

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Diario Ámbito Financiero
Por: Paraná Sendrós

Ensayo poético sobre los objetos familiares

Cabe entender esta obra como un paso intermedio, ya que es la segunda de una trilogía poética en formación. La primera fue «El árbol», donde un matrimonio mayor se ve en la obligación de cortar una acacia que el hombre plantó el mismo día del nacimiento del hijo, pero que con los años se secó y pasó a ser un peligro. Muy sensible obra. Se dice que la tercera, «La casa», tendrá como protagonista al hogar y los objetos del hogar cuando ya nadie lo habite. Entre medio está la que ahora vemos. Empieza mostrando a dos hermanos ya viejos con diferentes actitudes ante la remoción de algo del pasado, y de a poco se va dedicando a los rincones, los enseres ínfimos que acompañan toda una vida, el gato viejo, y la luz que da sobre las antiguas cortinas de la casa, cuyos habitantes también parecen parte del lugar, más que sus dueños.

«¿Qué lengua de poeta/ dará categoría a lo menudo, / a las cosas vulgares, despreciables, / esas que al parecer no dicen nada/ y llevan, sin embargo, muy adentro/ muchedumbres de flores escondidas, / como la caja de zapatos vieja, / como las ruedas de los carreteles, /como las piezas del reloj gastado (.)?», se preguntaba Salvador Merlino en su libro «Elegía de abril». Casualmente ese libro es el objeto del pasado que se remueve. Los dos hermanos son sus hijos Carlos Alberto, también poeta, y Mary, madre del cineasta Gustavo Fontán, quien registra el momento en que el biznieto abre los paquetes de una edición que llegó a la casa cuando el escritor ya había muerto, y ahí quedaron, guardados durante años.

Salvador Merlino escribió también «Elegía de octubre», «El amor desencantado», «Canción de vacaciones», varios otros, todos sencillos y tocantes. En la película su hija lee uno muy lindo sobre un inmigrante, seguramente su padre, «con los bolsillos solos, con sus alegres cantos», a quien la Argentina le dio «su trato llano, para envolver el sueño de la casa en Lugano». El vivía ahí. Una escuelita de Lugano lleva hoy su nombre. Pero nadie lo recuerda.

Gustavo Fontán, contemplativo, prácticamente no nos cuenta nada. Sólo deja que miremos como él y nos demos cuenta, mientras su hijo adolescente mira a su modo y registra todo con una camarita movediza, entrometida. Sucede entonces algo singular. Ante la retracción de los mayores, la mínima narración sigue con actores que los reemplazan, aportando otra energía. No es un documental, entonces, lo que vemos, sino un ensayo poético sobre los objetos que conforman la memoria familiar, y los mayores que mantienen a la vez memoria y distancia, permitiendo a los demás alimentar la fantasía y los recuerdos propios. Muy justo, en ese sentido, un episodio infantil que aparece inesperada pero muy adecuadamente hacia el final. Ahora esperemos la tercera parte.

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Sitio: Otros Cines
Por: Diego Batle
Calificación 3 ½ (sobre 5)

Fantasmas del pasado

El talentoso director de Donde cae el sol, El árbol, La casa, La orilla que se abisma y La madre combina documental y ficción para narrar una historia de índole autobiográfica: la de su abuelo, el poeta Salvador Merlino, y -más puntualmente- la de su libro póstumo, Elegía en Abril (su autor nunca lo vio publicado), cuyos ejemplares quedaron guardados durante cinco décadas en lo alto de un armario de la casona familiar.

La apertura de las cajas genera un cimbronazo emocional en las tres generaciones de la familia (la madre y el tío de Fontán, el propio director y su hijo adolescente). Pero, poco a poco, el realizador se juega con una apuesta riesgosa: los personajes reales van desapareciendo de forma progresiva para darles lugar a los de ficción (Lorenzo Quinteros y Adriana Aizenberg).

Fantasmagórico, bello, climático, lírico, melancólico, íntimo y sensorial ensayo sobre la ausencia y el paso del tiempo, con algo del primer José Luis Guerín, se trata de otro interesante aporte en la persistente, infatigable carrera del realizador, siempre respaldado por su dream-team artístico liderado por el DF Diego Poleri y el sonidista Javier Farina.

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Sitio: Escribiendo Cine
Por: Ezequiel Obregón
Calificación: 4 (sobre 5)

Memoria de familia

A través de una filmografía pequeña en torno a su producción, pero grande en cuanto a los sentidos que despliega, Gustavo Fontán ha ido gestando una poética en donde la imagen y su registro es un tema central. Con esta nueva película indaga en la memoria de su propia familia a través de la obra de su abuelo, el poeta Salvador Merlino.

Ya en El árbol (2006) Gustavo Fontán se sumergía en una eterna pregunta: la de la herencia. La posible desaparición de un árbol le servía para reflexionar sobre la fragilidad de la vida y la persistencia del recuerdo. Recuerdo -claro está- fragmentario, incompleto. Un tema ampliado en su nueva obra, que emerge del encuentro con los tomos de la obra que le da título al film, que estaban en prensa en el momento del fallecimiento de Merlino.

Si en su película anterior, La madre (2009) el realizador trabajaba la imagen desde un manierismo casi pictórico, aquí apuesta por la saturación, la mixtura de formatos, la cámara en mano. A tono con su estética, sus padres, su hijo y él mismo deambulan por la película, rememorando y trayendo al presente la biografía y obra de este artista. Hay una voluntad verista en la aproximación del registro cotidiano, en donde el trabajo con la banda sonora resulta crucial. Pero Gustavo Fontán impregna a su nuevo relato de una atmósfera fantasmagórica, cargada de sentido a través de la ausencia.
¿Qué vínculo entre la obra y la vida de su abuelo se puede desplegar en el anecdotario familiar? ¿Qué sucede cuando este vínculo produce confrontaciones ya no entre los que se fueron, sino entre los que quedaron? En un momento decisivo, los puntos de vista de sus padres se bifurcan, y entran en escena Adriana Aizemberg y Lorenzo Quinteros para continuar con la indagación. En este juego de presentaciones y representaciones hay mucho del Godard más anárquico (si se me permite el parangón político) y de la obra (la literaria y la cinematográfica) de Margarita Duras, en cuanto a la exploración obsesiva de cómo la producción de sentido de la historia y de la memoria suelen seguir carriles bien distintos.

Desde ya que Elegía de abril (2010) es una obra “abierta” e inconclusa adrede. La cámara digital de Federico Fontán (el bisnieto) puede decir mucho del espectador contemporáneo, pero esta aseveración y tantas otras quedan a libre interpretación del receptor. Se trata de una película compleja, que demanda un espectador capaz de aceptar este relato poético tan revelador y emotivo.

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REVISTA XXIII
Por Amadeo Luka
ELEGÍA DE ABRIL. Dirección: Gustavo Fontán. Con Adriana Aizenberg, Lorenzo Quinteros, Federico Fontán. ’64. 4 (cuatro) zapatos (4/5) Muy buena

Con creatividad y sensibilidad, el cineasta Gustavo Fontán presenta a través de Elegía en Abril una historia autobiográfica que gira alrededor de su abuelo poeta y la suerte de un libro póstumo que no alcanzó a ser distribuido. Nunca mejor dicho que una película combina documental y ficción como ésta, cuyo título cita el del libro de ese hombre llamado Salvador Merlino, punto de partida de un bello ejercicio cinematográfico. El director propone una experiencia singular para narrar esa situación que arranca con la búsqueda de unos olvidados envoltorios en lo alto de un placard, “reemplazar” a quienes hacían esa tarea –sus propios padres- con los actores Lorenzo Quinteros y Adriana Aizenberg, que ocuparán sus lugares para desarrollar dramáticamente vivencias que tienen que ver con una íntima reconstrucción de la memoria.

Como un ensayo puesto a la vista de un trabajo por editar que en realidad ya está –y muy bien- hecho, el film va desenvolviendo, al igual que esos polvorientos paquetes que guardaban ejemplares poéticos, una trama llena de sentimientos, evocaciones y pequeños tributos. Salpicada visualmente con apuntes sensoriales, estéticos y emocionales, Elegía de abril parece ser el mejor trabajo de Fontán, luego de su algo antojadiza La madre. El sustancioso aporte interpretativo de Quinteros, Aizenberg y el joven Federico Fontán redondean una breve pero entrañable joya.

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Sitio: Cinefreaks
Por Pablo Arahuete
9 puntos

“Representar no es otra cosa que renovar la mirada. Es reconstruir con lo que se tiene y con lo que no se tiene un espacio diferente, que visto desde una cámara (en este caso dos: una que registra lo que la otra filma) siempre resulta distinto pese a estar poblado por objetos inmóviles que no son otra cosa que la huella de algo que ya no está. Objetos que evocan presencias; que evocan fantasmas que se niegan a ser recordados.

Pero es la memoria, la de los recuerdos pasados, aquella que se empecina en atraparlos y de esa forma revivirlos aunque más no sea en esa instancia efímera que puede durar un parpadeo o un abrir y cerrar de ojos. Elegía de abril es el nombre de un libro de un poeta, Salvador Merlino –abuelo de Gustavo Fontán- que durmió durante casi 50 años en un estante y por ese capricho de la memoria recupera identidad a partir de este nuevo opus del mismo nombre, un desafío cinematográfico que nos propone el realizador de El paisaje invisible.

Como se decía anteriormente y siguiendo una línea conceptual, que ya aparecía tanto en El árbol y en La madre, la idea de la representación cinematográfica expone aquí sus dobleces en un relato de búsqueda en donde la poética del director suma elementos, como por ejemplo el de exponer el artificio del cine en un improvisado set de rodaje en la casa familiar donde vivió por más de 20 años, con actores reconocibles de la talla y prestigio de Lorenzo Quinteros y Adriana Aizemberg, que vienen a ocupar los roles que los verdaderos protagonistas, la madre del director y su tío, rechazan en medio del rodaje.

No obstante, lejos de quedarse con la mímesis de los actores, lo que se convoca verdaderamente en este film es el disparador de los propios recuerdos y fantasmas a partir de un espacio donde la realidad se diluye; y la casa, atestada de objetos, deviene espacio lúdico en el que la cámara y sus presas se trenzan en la lucha entre lo oculto y lo revelado y el propio Fontán reflexiona a partir de las imágenes (meritorio trabajo de Diego Poleri en la fotografía) y fragmentos sobre los propios límites del registro y la enunciación de lo que ocurre.

No importa tanto el nombre de Salvador Merlino o la casa familiar del barrio de Banfield más que como anécdota o pretexto narrativo. Lo verdaderamente trascendente en Elegía de abril –quizás el cierre de la que podría denominarse trilogía de Banfield si el director lo permite- es la voz de un poeta y la presencia de un gato negro de ojos inquisidores que nos mira como aquel de La orilla que se abisma en ese viaje mágico por el rio para confrontarnos con otro poeta como Juan L. Ortiz. La de Merlino es la voz de un poeta que nadie escucha pero que vive en el silencio de los objetos que la evocan como un busto sin ojos que le ganó la batalla al tiempo y a la muerte.

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Sitio: A sala llena
Por: Rodolfo Weisckrich
Elegía de Abril (Argentina 2010)
Guión y Dirección: Gustavo Fontán. Producción: Gustavo Fontán, Guillermo Pineles, Elenco: María Merlino, Carlos Alberto merlino, Federico Fontán, Adriana Aizenberg, Lorenzo Quinteros. Distribuidora: Lola Silberman. Duración: 63 minutos.

Aquel Querido Mes de Abril

“Cuando deseen filmar, elijan historias cercanas a ustedes. Relatos que sean amenos. Temas que conozcan”

Esta frase me quedó impregnada en el recuerdo. La dijo mi profesor de dirección cinematográfica en el segundo año de la facultad. Su nombre: Gustavo Fontán.
Muchos directores no son fieles a sus palabras, sus obras no muestran aquello que enseñan. Se contradice el discurso con la obra. Pero en el cine de Gustavo Fontán, esta norma es llevada casi al extremo. No hay película que no sea personal, y cuando me refiero a personal, no hablo solamente de un pensamiento, una ideología, una temática similar. Gustavo Fontán es un antropólogo de su propio árbol familiar, que logra converger la poesía, el cine y la memoria.
Licenciado en literatura en la UBA, poeta, profesor y director de cine, Fontán empezó su carrera con cortos mediometrajes dedicados a la vida de otros poetas como Leopoldo Marechal, Macedonio Fernández y Jacobo Fijman. Desde ese momento, empezó la búsqueda de una estética que intercala ficción y documental.
Su primer largometraje que no se basa en una historia verídica es Donde Cae el Sol (2002). Aunque se inspira en la relación que tenía él con su propio abuelo, este último trabajo de Alfonso de Grazia, demostraba que el realizador podía contar un pequeño cuento, con sencillez, sutileza, elementos amenos y cotidianos, pero sobretodo fluidez narrativa.
Con El Arbol comenzó la trilogía de “La Casa” que, sigue con Elegía de Abril y terminará con La Casa.

Recuerdo que para ejemplificar su pensamiento, Gustavo siempre nos hablaba sobre como estaba realizando El Arbol, en que se basaba para grabarla. Porque más allá del hecho de grabar a sus padres, y tener como actor fetiche a su propio hijo, el director utiliza elementos de su infancia que son palpables y se pueden conectar con el pasado de todos.

Y ahí está la verdadera conexión del director con el público. No, en lo que provocan las imágenes en el momento, sino en lo que cada uno conecta con sus películas. Sus obras no solamente son audiovisuales, sino que son palpables, tiene aromas reconocibles. Esa casa, ese árbol, esa familia, no es nuestra, pero de algún modo es nuestra propia familia.

Compañeros míos de la misma facultad donde da clases Fontán, Marcelos Scoccia y Cyntia Grabenja grabaron el corto La Mia Casa, ganador en el último Bafici, que justamente muestra lo mismo. Como el árbol familiar de uno se puede convertir en el nuestro, si reconocemos lo extra cinematográfico. Hablo de elementos que no necesitan explicaciones.

Es por eso que valoro Elegía de Abril y El Arbol sobre el resto de las películas de Fontán. Porque a pesar de que Donde Cae el Sol y La Madre, sus obras llanamente de ficción tienen el lirismo y la temática, de estos seudos documentales, están ausentes de aquello, por lo que el cine el Gustavo más me gusta. Como su historia es la mía.

En el medio de estas obras, también realizó un homenaje extraño y vanguardista sobre la vida de Juan L. Ortiz. Un trabajo más cercano al cine experimental: La Orilla que se Abisma. Un trabajo hermoso.

¿Por qué la hizo? Quizás la necesidad de que pase el tiempo… Ya que Elegía de Abril no se puede hacer en cualquier momento. Es una película sobre la espera…
“Salvador Merlino, fue poeta. Su poesía celebra lo sencillo de la vida, la belleza de lo simple y, a su vez, los aspectos más trascendentes del hombre”.

Esta es la definición que Fontán saca sobre su abuelo. Definición que quizas su nieto saque alguna vez de él.
Elegía de Abril, a pesar de todo no es la historia de Salvador ni sobre el último libro del mismo. Sino una mirada sobre los que están vivos: sus hijos Mary (madre de Gustavo) y Carlos (el tío).
A pesar de vivir juntos, Mary y Carlos están distantes. Les cuesta recordar la relación que tenían con su padre, y prefieren que su obra inédita, “Elegía de Abril” quede guardada en un ropero o se la lleve Gustavo.

En el principio, el director sigue a ambos desde dos perspectivas: la suya y la de su hijo, Federico que graba todas las acciones con una cámara casera. Pero pronto ambos, se cansan de “actuar” y Fontán se queda “sin película”.

Por lo que resuelve llamar a dos actores profesionales para que “reemplacen” a su madre y su tío: Adriana Aizemberg y Lorenzo Quinteros. El trabajo de ambos, obviamente es impecable, aunque los verdaderos son mucho más emocionantes.

Al igual que en Aquel Querido Mes de Agosto de Miguel Gomes, se pasa del documental a la ficción en un paso. En el medio solo vemos al equipo técnico definiendo que van a hacer.
Pero la estética no cambia en sí. Es un cine contemplativo, donde las conclusiones no se explican. El espectador se convierte en miembro de la familia a nivel literal y tiene que sacar sus propias conclusiones sobre porque las personas con las que vive, se comportan siempre de la misma manera, porque se relacionan de la manera en que lo hacen, porque se comunican como se comunican. Fontán no da respuestas, y no esperen un final conciliatorio de su parte.
El cine de Gustavo no solamente es rico a nivel visual, no solamente es preciosista en cada plano detalle, sino que además tiene varios matices narrativos, capas que se van explorando sobre la memoria que se tiene sobre los muertos y el tiempo. Porque más allá de que se vuelva o no monótono el relato, lo verdaderamente admirable es la paciencia que tiene para realizarlo y la eficiencia que tiene al transmitirlo.

Un lenguaje sencillo, belleza en lo simple, que a la vez habla de los aspectos más básicos y trascendentes del hombre. Salvador Merlino hubiese estado orgulloso de él.

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Diario La Nación
Por: Adolfo Martínez
Calificación: Mala

Elegía de abril (Argentina/2010). Dirección y guión: Gustavo Fontán. Con Adriana Aizenberg, Lorenzo Quinteros, Federico Fontán, María Merlino y otros. Fotografía: Diego Polero. Presentada por Tercera Orilla-Insomniafilms. Hablada en español. Duración: 64 minutos. Calificación: apta para todo público.
Nuestra opinión: mala

Poeta que celebró lo sencillo de la vida, la belleza de lo simple y, además, los aspectos más trascendentes del hombre Salvador Merlino escribió, entre otros quince títulos, el libro Elegía de abril , dedicado a la muerte de su padre, que no pudo ver publicado, ya que su fallecimiento se produjo cuando ese volumen estaba todavía en imprenta. A casi cincuenta años de la desaparición del poeta, el director Gustavo Fontán, y como parte de una trilogía fílmica integrada, además de por este film, por El árbol y La casa , esta última producción aún inédita intentó rendirle homenaje a ese hombre que con su pluma comprendió lo más hondo del ser humano. El tema era, sin duda, atrayente para ser llevado al cine, pero el realizador se dejó tentar por elementos tan oscuros como incomprensibles en su afán de dar a conocer el último intento literario de Merlino.

La trama (de alguna manera hay que llamar a lo que se ve reflejado en la pantalla) narra las diversas situaciones en las que el nieto del poeta desenvuelve los paquetes ya polvorientos de los ejemplares de Elegía de abril que habían quedado guardados durante décadas en lo alto de un armario. Ello genera un problema con las tres generaciones de la familia y de pronto los personajes reales van desapareciendo en forma ambigua para dar lugar a los de ficción. Con una cámara que se mueve lentamente sobre muebles y cortinados, Fontán supuso que ello era suficiente para dar calidez a su historia, pero la monotonía se apodera bien pronto de ese difícil entramado y cae indefectiblemente en una entreverada madeja que nunca llega a conmover ni a interesar.
Adriana Aizenberg y Lorenzo Quinteros se esfuerzan por dar vida a esas sombras fantasmales que recorren diversos aspectos de un guión tan presuntuoso como incomprensible, mientras que el resto del elenco transita sin emoción por este film que, sin duda, pronto caerá en el olvido. Lo que, sin duda, es lamentable, ya que Salvador Merlino merecía un mejor homenaje cinematográfico.

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LA PRENSA
Por Juan Carlos Fontana

Los recuerdos familiares

El argentino Gustavo Fontán habla de ausencias en este nuevo filme, en el que mezcla el documental y la ficción. El director y guionista elige nuevamente como en sus anteriores -"La madre" y "El árbol"- a integrantes de su familia, para contar una historia que habla de recuerdos y de una melancolía infinita, que tiene su punto de partida en su propio árbol genealógico.
El abuelo del realizador es el poeta Salvador Merlino (1903-1959) y uno de sus libros, el que da título a la película "Elegía de abril", habla de la muerte del padre. Es precisamente la madre de Fontán, María Merlino la que le pide a su nieto le baje unos paquetes de libros guardados en un placard. Esos libros que escribió el padre de la mujer, permanecieron archivados durante cincuenta años y en 2009, en una vieja casona de Banfield, la hija del escritor siente que es hora de que su hijo y su nieto den a conocer esa obra, la regalen o elijan qué destino darle.
RELATO INTIMO

La madre del director, que actuó en otros filmes, en determinado momento de esta película se rehúsa frente a la cámara a seguir actuando y Fontán debe buscar un reemplazo. Es en ese momento cuando el documental da lugar a la ficción y entran en "cuadro", Adriana Aizemberg y Lorenzo Quinteros, que hace el papel del hermano de la mujer.

A partir de estas nuevas incorporaciones, incluida la presencia del hijo del realizador, Federico, la historia se convierte en una saga familiar, prácticamente fantasmal, misteriosa, en la que los personajes reales, se mezclan con los ficcionales, para dar paso a situaciones, que en algunos casos incluyen pequeñas y humorísticas anécdotas y en otros, sólo van revelando un atisbo de negaciones que pueblan la vida de estas criaturas que parecen detenidas en el tiempo.

En "Elegía de abril" como en sus anteriores obras, Fontán invita al espectador a dejarse llevar por la imaginación y la sensorialidad que puedan despertarle sus imágenes, por instantes veladas, o poco legibles y en otros de contundente presencia, como algunos primeros planos de un gato negro, que parecen agudizar la cuota se extrañeza que el mismo filme es capaz de desencadenar en el espectador.

Con esta historia Fontán parece inaugurar un caudal creativo nuevo, de un hipnótico marco poético, en el que los personajes, representan las piezas de un relato lúdico que por momentos sólo parecen fruto de la imaginación del que ve la película.

El filme tiene la intención de dejar que el propio espectador complete la obra con sus recuerdos, o la observe como un relato bastante hermético, pero en todo caso son las mismas imágenes las que despiertan una percepción distinta en el que la ve. Un interrogante que parece querer abrir el director con esta nueva película es si el cine, en verdad no es nada más que un grupo de figuras fantasmáticas que pueblan la imagen de extrañas sensaciones.

María y Carlos Merlino y Adriana Aizemberg y Lorenzo Quinteros, aportan su capacidad de juego y profesional permitiendo que la historia adquiera un notable nivel de verosimilitud.

J. C. F.

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Página 12
Por Luciano Monteagudo
Calificación: 7

Una casa hecha de recuerdos y fantasmas


El autor de El árbol vuelve a trabajar sobre una experiencia personal que logra trascender ese límite para intentar una reflexión sobre la inexorabilidad del paso del tiempo.

El cine de Gustavo Fontán siempre ha trabajado un registro íntimo en un sentido poético, más allá de si su inspiración es una reinterpretación de la obra de Juanele Ortiz, como sucedía en La orilla que se abisma (2008), o toma como excusa la exhumación del libro póstumo de su abuelo, Salvador Merlino (1903-1959), como sucede ahora en Elegía de abril. Esa intimidad esencial de los films de Fontán tiene a su vez un fuerte anclaje familiar, que aquí es casi aún más poderoso que en El árbol (2006), la primera entrega de una trilogía dedicada a la casa de Banfield donde nació el realizador y de la que esta nueva elegía dedicada al transcurso del tiempo es su segundo capítulo.

La singularidad de la obra de Fontán radica precisamente en la operación por la cual aquello que pertenece al ámbito de su propia experiencia personal alcanza a transcender ese límite para intentar una reflexión sobre la inexorabilidad del paso del tiempo y sobre los ecos que el pasado sigue haciendo resonar sobre el presente. Es la mirada, el punto de vista de Fontán el que hace la diferencia, su capacidad para ver el detalle revelador y profundo allí donde otro director apenas vería la superficie de las cosas.

Y las cosas, los objetos, la casa misma son determinantes en Elegía de abril, un film cargado de reminiscencias, empezando por esos libros que el abuelo de Fontán llegó a recoger de la imprenta, pero que nunca alcanzó a distribuir, porque pasó de un sueño a otro. “Tuvo la muerte de los santos”, recuerda Mary, su hija, la madre del realizador, que al comienzo del film parece que será la protagonista.

Es ella quien intenta sacar a su hermano Carlos de la postración en que se encuentra, recluido en su cuarto, dedicado a sus recuerdos, “pagando viejas deudas de amor”, como él mismo dice. Es ella quien autoriza a sacar los libros de Merlino del armario donde estuvieron recluidos durante cincuenta años, para que vuelvan a respirar fuera de su mortaja de papel madera e hilo sisal. Pero el esfuerzo parece demasiado y de pronto la señora Mary dice: “Ya no actúo más, me cansé”. Allí Fontán da cuenta de su desconcierto, del quiebre que produce esa determinación en la película, desnudando el artificio del cine. Los planos, que hasta ese momento eran cerrados, se abren y se ve al sonidista con su “jirafa” y al propio director, repartiendo entre su equipo los libros de su abuelo, como si con ese gesto diera por terminado el film que acababa de iniciar.

¿Verdad o artificio? Poco importa en un film que se ocupa de borrar las fronteras entre documental y ficción. Ante el renunciamiento de su madre, no tardarán en llegar dos actores a la vieja casa de Banfield. Adriana Aizenberg y Lorenzo Quinteros tocan a la puerta, saludan a Mary y a Carlos y asumen sus personajes, sus manías, sus tics. Se diría incluso que sus recuerdos. Hay una suerte de ejercicio de memoria emotiva en sus improvisaciones a la vista. Es evidente un espíritu lúdico en ese juego en el que personas y personajes comparten un mismo plano.

En un film que asume esos riesgos, no se puede pedir homogeneidad. Hay momentos que funcionan mejor que otros. La textura de la cámara profesional compite con la camarita digital que opera el hijo de Fontán y no siempre queda claro por qué la edición elige uno u otro registro. Hay tiempos muertos que se cargan de significados y otros que pesan quizá más de lo que deberían. Pero hay una secuencia, cerca del final, que le da al film su verdadero carácter fantasmagórico, una puesta en abismo en la que los actores parecen perseguir por los pasillos y por las habitaciones de la casa los cuerpos de aquellos de quienes tienen que apropiarse, aquellos a quienes tienen que “encarnar”. Mientras, se sigue escuchando, imperturbable, la tenue, solitaria campana de un reloj carrillón, que clava sus horas como agujas en la conciencia.

martes, 26 de octubre de 2010

Crítica: Elegía de abril, por Rodolfo Weisskirch

Hola, amigos.

Esta crítica es muy emotiva para mí y por eso la quería compartir con ustedes.

Un abrazo

Gustavo

Elegia de Abril
Por Rodolfo Weisskirch

Aquel Querido Mes de Abril

“Cuando deseen filmar, elijan historias cercanas a ustedes. Relatos que sean amenos. Temas que conozcan”.

Esta frase me quedó impregnada en el recuerdo. La dijo mi profesor de dirección cinematográfica en el segundo año de la facultad. Su nombre: Gustavo Fontán.

Muchos directores no son fieles a sus palabras, sus obras no muestran aquello que enseñan. Se contradice el discurso con la obra. Pero en el cine de Gustavo Fontán, esta norma es llevada casi al extremo. No hay película que no sea personal, y cuando me refiero a personal, no hablo solamente de un pensamiento, una ideología, una temática similar.
Gustavo Fontán es un antropólogo de su propio árbol familiar, que logra converger la poesía, el cine y la memoria. Licenciado en literatura en la UBA, poeta, profesor y director de cine, Fontán empezó su carrera con cortos mediometrajes dedicados a la vida de otros poetas como Leopoldo Marechal, Macedonio Fernández y Jacobo Fijman. Desde ese momento, empezó la búsqueda de una estética que intercala ficción y documental.

Su primer largometraje que no se basa en una historia verídica es Donde Cae el Sol (2002). Aunque se inspira en la relación que tenía él con su propio abuelo, este último trabajo de Alfonso de Grazia, demostraba que el realizador podía contar un pequeño cuento, con sencillez, sutileza, elementos amenos y cotidianos, pero sobretodo fluidez narrativa.

Con El Arbol comenzó la trilogía de “La Casa” que, sigue con Elegía de Abril y terminará con La Casa.

Recuerdo que para ejemplificar su pensamiento, Gustavo siempre nos hablaba sobre como estaba realizando El Arbol, en que se basaba para grabarla. Porque más allá del hecho de grabar a sus padres, y tener como actor fetiche a su propio hijo, el director utiliza elementos de su infancia que son palpables y se pueden conectar con el pasado de todos.

Y ahí está la verdadera conexión del director con el público. No, en lo que provocan las imágenes en el momento, sino en lo que cada uno conecta con sus películas. Sus obras no solamente son audiovisuales, sino que son palpables, tiene aromas reconocibles. Esa casa, ese árbol, esa familia, no es nuestra, pero de algún modo es nuestra propia familia.

Compañeros míos de la misma facultad donde da clases Fontán, Marcelos Scoccia y Cyntia Grabenja grabaron el corto La Mia Casa, ganador en el último Bafici, que justamente muestra lo mismo. Como el árbol familiar de uno se puede convertir en el nuestro, si reconocemos lo extra cinematográfico. Hablo de elementos que no necesitan explicaciones.

Es por eso que valoro Elegía de Abril y El Arbol sobre el resto de las películas de Fontán. Porque a pesar de que Donde Cae el Sol y La Madre, sus obras llanamente de ficción tienen el lirismo y la temática, de estos seudos documentales, están ausentes de aquello, por lo que el cine el Gustavo más me gusta. Como su historia es la mía.

En el medio de estas obras, también realizó un homenaje extraño y vanguardista sobre la vida de Juan L. Ortiz. Un trabajo más cercano al cine experimental: La Orilla que se Abisma. Un trabajo hermoso.

¿Por qué la hizo? Quizás la necesidad de que pase el tiempo… Ya que Elegía de Abril no se puede hacer en cualquier momento. Es una película sobre la espera…

“Salvador Merlino, fue poeta. Su poesía celebra lo sencillo de la vida, la belleza de lo simple y, a su vez, los aspectos más trascendentes del hombre”.

Esta es la definición que Fontán saca sobre su abuelo. Definición que quizas su nieto saque alguna vez de él. Elegía de Abril, a pesar de todo no es la historia de Salvador ni sobre el último libro del mismo. Sino una mirada sobre los que están vivos: sus hijos Mary (madre de Gustavo) y Carlos (el tío). A pesar de vivir juntos, Mary y Carlos están distantes. Les cuesta recordar la relación que tenían con su padre, y prefieren que su obra inédita, “Elegía de Abril” quede guardada en un ropero o se la lleve Gustavo. En el principio, el director sigue a ambos desde dos perspectivas: la suya y la de su hijo, Federico que graba todas las acciones con una cámara casera.

Pero pronto ambos, se cansan de “actuar” y Fontán se queda “sin película”. Por lo que resuelve llamar a dos actores profesionales para que “reemplacen” a su madre y su tío: Adriana Aizemberg y Lorenzo Quinteros. El trabajo de ambos, obviamente es impecable, aunque los verdaderos son mucho más emocionantes.

Al igual que en Aquel Querido Mes de Agosto de Miguel Gomes, se pasa del documental a la ficción en un paso. En el medio solo vemos al equipo técnico definiendo que van a hacer.

Pero la estética no cambia en sí. Es un cine contemplativo, donde las conclusiones no se explican. El espectador se convierte en miembro de la familia a nivel literal y tiene que sacar sus propias conclusiones sobre porque las personas con las que vive, se comportan siempre de la misma manera, porque se relacionan de la manera en que lo hacen, porque se comunican como se comunican. Fontán no da respuestas, y no esperen un final conciliatorio de su parte.

El cine de Gustavo no solamente es rico a nivel visual, no solamente es preciosista en cada plano detalle, sino que además tiene varios matices narrativos, capas que se van explorando sobre la memoria que se tiene sobre los muertos y el tiempo. Porque más allá de que se vuelva o no monótono el relato, lo verdaderamente admirable es la paciencia que tiene para realizarlo y la eficiencia que tiene al transmitirlo.

Un lenguaje sencillo, belleza en lo simple, que a la vez habla de los aspectos más básicos y trascendentes del hombre. Salvador Merlino hubiese estado orgulloso de él.

domingo, 17 de octubre de 2010

Elegía de abril: estreno en el cine Gaumont

Amigos:
A partir del 28 de octubre podrán ver ELEGIA DE ABRIL en el cine Gaumont!

Todos los que hicimos la película esperamos ansiosos el momento!
Si quieren pueden ver el trailer en http://www.elegiadeabril.com.ar/
Un fuerte abrazo a todos

Gustavo

Intérpretes
ADRIANA AIZENBERG, LORENZO QUINTEROS, FEDERICO FONTÁN, MARÍA MERLINO, CARLOS MERLINO

Guión y Dirección
GUSTAVO FONTÁN
Fotografía
DIEGO POLERI

Fotografia Fija
GUSTAVO SCHIAFFINO

Sonido
JAVIER FARINA

Montaje
MARIO BOCCHICCHIO

Director de Arte
ALEJANDRO MATEO
Productor ejecutivo
GUILLERMO PINELES
Asistente de dirección
JUAN GARCILAZO

Primero de Dirección
ALEJANDRO NANTÓN

Producción
TERCERA ORILLA, INSOMNIAFILMS e INCAA