jueves, 15 de septiembre de 2011

Casas viejas...

Hola amigos.

A raíz de la nota sobre las “casas viejas” que publicamos en la entrada anterior, me llegaron numerosos mensajes que agregan matices, vertientes, amplifican y mejoran la idea. Quiero compartir con ustedes dos de estos mensajes, los de Fernando Domínguez y Claudio Pérez.


“Mi papá nació en una casita perdida en un pueblo de Galicia. Muchas veces hablaba de la casa. Parece que para abrir la puerta era necesario hacer un movimiento preciso, eso que llamamos "más maña que fuerza", porque la madera se había hinchado con la humedad. Debajo de una de las habitaciones, pasaba un arroyo...
Cuando vivía en Barcelona, un día me tomé el bus y me fui a Galicia a ver la casa. Tardé bastante en encontrarla: unos vecinos me ayudaron. El arroyo estaba seco y la casa había sido derrumbada por una higuera que mi bisabuelo había plantado delante de la puerta de entrada, y que ahora había caído sobre la casa.
Ya en Buenos Aires le conté a mi papá el destino de la casa. Cuando terminé el relato, se quedó en silencio unos segundos y después me dijo: Yo todavía sé cómo se abre la puerta.”

Fernando Domínguez


“Lo que en tu nota es el concepto de destrucción, de un des-hacer que parece nos caracteriza tanto o más que el hacer, la frase de Berger, tu empecinamiento en salvar lo que, sabemos, va a perecer en aras del dinero, me hicieron pensar en destrucciones más violentas y masivas.
W.G. Sebald, el escritor austriaco fallecido no hace muchos años, tan particular en sus temas y formas, tiene un libro tremendo (como diría Thorpe) titulado Historia Natural de la Destrucción, acerca de los furibundos bombardeos aliados sobre las ciudades alemanas hacia el final de la Segunda Guerra.

Sólo la Royal Air Force inglesa arrojó más de un millón de toneladas de bombas sobre suelo alemán. Tres millones de viviendas fueron destruidas. Sebald dice que el desastre no se refleja cabalmente en las obras de la literatura alemana posterior a 1945. Dice que creció “con el sentimiento de que se me ocultaba algo, en casa, en la escuela y también por parte de los escritores alemanes, cuyos libros leía con la esperanza de poder saber más sobre las monstruosidades que había en el trasfondo de mi propia vida”.

Había, entiendo, tanto en el ámbito de lo cotidiano, como en el literario, una necesidad de eludir el registro de aquello que los pondría en contacto con la catástrofe, porque era su propia y dolorosa catástrofe.
En el 2002 murió en el zoológico de Kabul, una las capitales de Afganistán, el león Marjal, que se hizo famoso como el León de Kabul. Había sobrevivido a la monarquía, a la ocupación soviética, a la guerra civil, a los talibanes y a los bombardeos estadounidenses. Estaba rengo y tuerto debido a la explosión de una granada que lo catapultó a los medios como símbolo de la destrucción de Kabul. La Asociación Mundial de Protección de Animales había puesto en marcha un programa para trasladar a todos los animales del zoológico de Kabul a la India. Pero no llegó a tiempo para Marjal acosado, además de por las heridas y el pánico, por los años. Curiosamente lo había regalado Alemania.
Para salvar al mundo de Sadam Hussein y sus armas químicas, Estados Unidos y sus aliados destruyeron Bagdad y una vez destruida la ciudad acicatearon y promovieron a bandas de andrajosos y hambrientos para que destruyeran la Biblioteca de Bagdad, incumpliendo las normas de la Convención de la Haya de 1954 que exige a las fuerzas de ocupación proteger los bienes culturales. Por esa violación, que no tiene plazo de prescripción, Bush decidió reingresar a la Unesco, que EE. UU. había abandonado en 1985, para poder manejar información y tener acceso a expedientes judiciales que incriminaban a los oficiales de su ejército. No sé cuántas toneladas de bombas derramó Estado Unidos en Irak, pero el daño principal lo causaron las que llevaban uranio empobrecido, el desecho de la industria atómica bélica. Son mucho más baratas que la ojivas nucleares y no despiertan tanta oposición. Igual causan un daño tremendo que exhibirán las generaciones futuras de famélicos y analfabetos.
Pero la historia no termina, no ha terminado como quería Fukuyama. Desde hace 6 meses, las fuerzas de la OTAN bombardean Trípoli, buscando eliminar a Kadafi, que, es posible, tal vez merezca la pena de muerte. Pero se lo persigue con una muerte sin pena. Una muerte sin dolor, sin remordimiento, una muerte que causa cientos de miles de muertes de gente inocente.

Es como que la destrucción se ha instalado entre los seres humanos y ya no causa asombro. Por eso es muy importante tu esfuerzo por pensar y rescatar lo que se está destruyendo. Y no es un esfuerzo menor. Ante el tamaño y el despliegue de la destrucción sólo las frágiles acciones del arte alumbran otra posibilidad, otra manera de escribir las historias, la historia”.


Claudio L. Pérez


Hasta la próxima!


Gustavo