viernes, 24 de octubre de 2008

La orilla que se abisma, en la SEA

Están todos invitados. Los esperamos...

Gustavo.

sábado, 11 de octubre de 2008

La orilla que se abisma, por Román Cárdenas

Sí, estamos todos cansados y nos olvidamos demasiado del oro del otoño. Acaso la revolución consista en lo que el hombre por siglos ha estado postergando: la necesidad del verdadero descanso, el que permite ver como crecen, día a día, las florcitas salvajes.

- Juan L. Ortiz -

Riesgo, humildad, poesía, sensorialidad, evocación, misterio… son parte de los enormes atributos de “La Orilla que se Abisma”. Uno intuye desde el inicio del film la descomunal sensibilidad de Gustavo Fontán, ya desde el momento mismo de su empresa.

No es un documental sobre la vida del genial poeta entrerriano; tampoco una ficción radical basada en su vida y obra. Es mucho más y mucho menos que eso: un diálogo. Diálogo de formas, sin palabras; una consumación basada en la pesquisa: una confirmación; dos universos que, desde la autonomía de su arte, se aúnan, se besan y se entretejen.

El calor y el olor de la siesta litoraleña, un gato en un patio que, como tantos, no tiene límites definidos sino una circunspección regida por una maleza domada, más baja, que alguien, en el pasado ya, alguna vez desmalezó y que termina sobre los árboles que dan a la suave barranca, silvestre y mansa que da a su vez a la costa (la orilla) con su pequeño pero infaltable cinturón de arena que muere y renace (que se abisma) sobre el Río Paraná.

Una canoa que se hamaca sobre la luz frágil que el río en su reflejo devuelve al sol, guarda en su interior un par de remos para nadie. El sonido es el ruidoso silencio de la vegetación arcaica, que invade de a poco y en el que junto a la imagen sin saberlo aún vamos penetrando para llegar a la esencia misma de las cosas.

Y ahí aparece Ortiz, en espíritu. Acaso la genialidad de “La Orilla que se Abisma” sea este diálogo consumado. Un diálogo con las formas fantasmales de los árboles fuera de foco y una casa que emula la presencia de Ortiz valiéndose de recursos tan inteligentes como netamente cinematográficos. Un material de archivo, en super 8, se suma a la conversación como vestigio de alguien que tuvo similares móviles.

Fontán propone un diálogo de preguntas sin respuestas, quizás porque la Orilla se abisma en el misterio, ese mismo misterio que para Ortiz es fundamento y elemento de la verdadera revolución del hombre. Y si estamos todos un poco cansados y nos olvidamos demasiado del oro del otoño la anulación de todo canon clásico de representación hará que el cine renazca en su máximo esplendor, demostrando no sólo el tino y la valentía de un cineasta coherente y concreto, ni la vigencia y premonición de un poeta fiel a sus principios sino, y sobretodo, la confirmación de que el cine pequeño y autónomo es el Cine en mayúsculas; aquel que no reconoce aún sus propios límites sino que, lejos de eso, en sus orillas se abisma cada vez más rumbo al misterio.

Román Cárdenas