viernes, 31 de diciembre de 2010

Elegía de abril - Cartas

Queridos amigos:

A pocas horas de terminar el 2010 quiero compartir con ustedes algunas cartas que nos llegaron a raíz de Elegía de abril.


Expreso mis deseos para el año próximo con unos versos de Juan L.Ortiz

"Otro será el paisaje mañana en las mismas líneas puras.


Cantará con un múltiple canto entre las casas próximas con mesas, ah, seguras y con libros y músicas.


Como de la noche de su alma del sueño de los campos el hombre extraerá toda la maravilla.


No más dividido, no, con el hermano, ni consigo mismo, ni con la tierra, el hombre.

Uno consigo mismo y con el mundo para crearse sin fin en la gracia más alta de la criatura, y sonreir al rostro cejante de la sombra"


Felicidades y hasta el año próximo

Gustavo

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Querido Gustavo

Pocas veces agradezco haberme hecho parte de una peli, tener la posibilidad de hacerlo a su director y sinceramente, desde lo más íntimo así fue.
A veces, y ¡qué bueno que así sea! la emoción supera a las observaciones, a las devoluciones, a la palabra.

Elegía, es una película que supera toda palabra y lo más paradójico, lo más particular, es que tratándose de una obra que se vincula con la palabra no logre devolverte más que agradecimientos y felicitaciones.

Ví a un Gustavo Fontán en lo máximo. A un Gustavo comprometido que logra brindarnos una peli en un 100%, desde la madurez, desde lo más óptimo y eso hace que me haya suspendido para conectarme con algo más (como esa especie de "fantasmas" que encontré en la pantalla hacia el desenlace) un "no quiero que termine", una sensación de hipnotismo, de querer permanacer más allá de esa hora.

Hay algo que sobrevive en "Elegía..." algo que se instala, algo que no quiere ni puede borrarse... (una contradicción; el cine es magia, es ese no querer entrar en lógicas ni hipótesis, sin embargo, quise y quiero descifrar tus secretos!) y eso fue lo que me pasó.
A medida que pasoron los días quise saberlo todo (que me cuentes grandes incógnitas,
preguntas que NO DEBERÁN SER NUNCA REVELADAS!)

Una peli que se instala, que nos hace sentir parte, que nos mete y nos sacude... y esa es la gran cuestión. Minuciosa descripción de un estado, de un pasado, de un presente, de un futuro que cada uno imaginará (¿qué serán de esos libros, qué serán de esos "verdaderos" protagonistas, qué será de quienes los han reemplazado...)

Tu hijo es un Adonis; tu mundo más que un mundo que merece seguir siendo explorado, que nos dejes la posibilidad como espectadores de seguir haciéndolo.

Nadie en la sala se movió, todos nos quedamos en una especie de trance (ayudado por ese desenlace o resolución en la que todos quedamos "girando" como tus "personajes") ese salir sin salir, ese quedarse y permanecer.

Gran peli. Gran apuesta, quizás hasta ahora tu mejor apuesta (como cuando depositamos parte de las fichas en un número -parte- porque estoy segura, quedan más fichas por "jugarse")

Beso grande

Vanina Sierra
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Querido Gustavo,

Ya que tengo la posibilidad, que no se me da muy seguido la verdad, me refiero a poder escribirle humildemente al director de una película que me interesa y me queda dando vueltas en la cabeza, voy a abusar de mi suerte y a atreverme a hacerte algunos comentarios acerca de "Elegía de Abril".

Lo que mas me interesa de la película es la reflexión que plantea acerca del cine. ¿Qué es el cine? ¿Qué se necesita para hacer una película? ¿Cuál es la relación entre el cine y la vida? ¿Qué pasa cuando ante un mundo cotidiano se planta una cámara? ¿Qué pasa cuando enfrentás a una mujer cualquiera con una actriz que pretende imitarla?
Con esto no me refiero a lo obvio, a lo que ya esta ahí super claro, como hacen tantos que pasan al lenguaje oral o escrito, abusando de palabras poéticas, que no son mas que metáforas muertas, aquello que ya está dicho cinematográficamente, porque ¿qué ganaríamos con eso?
Sería cómplice de esa especie de paja culturosa, que no se cansa de repetirse y citarse a sí misma, subrayando guiños ya hechos, para poder enaltecer la propia poética de la que carece. Ya me los estoy imaginando: "la película de Fontan trata acerca de los límites cada vez mas borrosos entre la ficción y el documental, el cine dentro del cine" ESO ES OBVIO. Perdón por esta aclaración, pero me da fobia caer en eso, así que voy a hacer el esfuerzo por profundizar un poquito mas, ya que "Elegía" me lo permite.

Desde el inicio, se evidencia la puesta en escena. Parecería decirnos: "Señores, bienvenidos, estamos ante una película, esto significa que hay al menos una cámara (de a poco sabremos que son dos), un equipo que está trabajando para que esto que es una construcción sea posible, una casa, una anécdota-excusa en relación a un libro, 5 actores (3 no-profesionales y 2 ultra-profesionales), una taza, un gato y algo para decir".
El espectador no puede olvidar NUNCA que está en el cine, ni siquiera aunque las luces estén apagadas, ni siquiera aunque se trate de un burguesón que quiso ir a ver una película para hacer la digestión y se esfuerce por olvidarlo, esto no va a ser posible querido mío.
Porque no solo vemos al microfonista mientras graba a la que suponemos protagonista decir: "yo no actúo mas", no solo vemos a los actores ultra profesionales, reconocidos por todos los argentinos por su trayectoria, que van a reemplazar a estos nadies llegar con anteojos oscuros, no solo vemos a Fede con su camarita grabando desde su punto de vista adolescente, no solo te vemos a vos director, padre, sobrino e hijo, sino que vemos la cámara que los persigue a todos!!
Y eso no es fácil de olvidar, ni siquiera para el que se hace el zonzo, porque está puesta la puesta frente a sus narices constantemente, aunque se retuerza en la butaca. Entonces el lugar del espectador es incómodo, está en una brecha entre el adentro/afuera, sin estar en ninguno de los dos lugares.
Un entre, un intermedio que no se sabe bien que es, uno de esos espacios entre la vida-la muerte, el sueño-la vigilia, desde donde espía a los espías, a las copias de las copias, a los reflejos de los reflejos y así hasta el infinito que no se puede abarcar (por suerte). Pero toda esta apertura es a partir de muy pocos elementos, y el tiempo, y el espacio. Entonces me vuelvo a preguntar: ¿Qué es el cine? ¿Qué se necesita para hacer una película?

Y respecto a la relación ficción-realidad: No es que tu mamá no sea actriz ella también, no es que no vivamos todos dentro de una ficción, es que esa mujer tiene algo genuino que aunque le pongas una cámara adelante no se tamiza lo que ella es en-sí sino que se enaltece y lo mismo pasa con el hermano. Eso se ve, en las miradas, en pequeñísimos gestos y en sus formas de moverse. Por más que actúen no están actuando, son.
Y aparecen los actores, y ahí claro, empiezo a desconfiar. Noto su esfuerzo y lo valoro, pero veo su trabajo, porque me mostraron antes el original. Algo se pierde, quiero que vuelvan los "verdaderos". Y ahí está la cámara de nuevo, ah cierto, pero si todos están dentro de una película, nada de todo esto es real. Por suerte desde el montaje los cuidaron a estos actores tan profesionales, porque quedaron muy expuestos, muy como actores que actúan, pero claro ellos también son personas, y la verdad genuina también se les filtra en la comisura, aunque sean hábiles controladores. Así que con espectadores incómodos, actores conocidos expuestos y familiares abiertos de par en par, en que lío te metiste eh.

Una casa que transpira clase media argentina, en la que uno no puede dejar de verse reflejado. Que miedo. La clase media y sus costumbres, y sus silencios, me da terror. Lo que no se dice, la nada, el tiempo, el clima deeenso. El tanguero nostálgico que llevamos dentro, que solo vive de recuerdos arrastrando los pies. Y que tanto mas hay que contar? Sino lo ruin, las miserias, lo espeso, lo que mas conocemos. Al fin alguien que nos habla a nosotros! ¿O nos vamos a seguir haciendo los europeos?

Cuando terminé de ver la película me acordaba de una anécdota que nos contaste en clase. Hasta hiciste un dibujito en el pizarrón, era para explicarnos casualmente algo referente a la puesta en escena. La vecina que los visitaba en ese espacio enrarecido con un mueble en diagonal y levantaba su copa diciendo: "brindo por la muerte del hijo de puta de mi padre". Vos lo contabas mucho mejor. Pero pasaron los años, hiciste una película llamada "Elegía de Abril" y ese universo tan tuyo lo "pasaste" al lenguaje del cine. Y eso es lo que mas valoro: el riesgo y lo genuino que se mantuvo, en contraposición a tanto careta dando vueltas necesitábamos este empujón Fountain!

Pienso que nos facilitás un poco el camino, nos abrís una puerta, nos ayudas a poder expresarnos a aquellos que no queremos la fama, ni la guita, ni los premios, sino simplemente reflejar como sea eso que pensamos, que nos pasa y todavía no sabemos bien como. Porque así nos seguís enseñando que para hacer una película lo único que hace falta es tener algo genuino para decir y que mas allá del cine, y del arte en general, lo que importa es la vida, la muerte y lo indecible.

Me quedo con la mano de una mujer que guarda un pañuelo en la manga de su saco.

Gracias profe!

BRENDA SALAMA
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Hola Gus:

Ayer ví Elegía de abril. ¡Qué momento!

Creo que es la reafirmación de un camino de búsqueda. Difícil recorrido hacia vos mismo. Como siempre esa forma tuya de volcarse hacia adentro y hacia la imagen sin medir los riesgos.
Me pareció una explosión de texturas y colores montada sobre una historia siniestra. Porque la vida es en última instancia ese recorrido hacia la desaparición del afuera, del mundo, de las cosas y seres que nos rodean. Se narra un vacío que el documental transforma en presencia y se narran otros vacíos que alguien habrá de narrar.

Un libro arrumbado por años, un poeta, la terca tarea de un hombre, finalmente sale a la luz en el bolso de Federico. Un gran y pesado silencio se rompe y estalla en tramas de color y recorre escritorios de críticos absortos y un nombre vuelve a circular entre las voces.
Nombrar, hacer de un cuerpo verbo.

El gesto resulta de un gran esfuerzo, un ejercicio de memoria doloroso. No alcanza la ternura que Adriana Aizemberg le impone al personaje, ni las muecas repetidas de Quinteros ante la cámara de Federico para alejar de nosotros el cansancio de la mujer que ya no quiere seguir filmando, o la incongruencia de un tío que no puede sostener dos veces el mismo argumento, la misma razón. Hay entre los hermanos un pacto de silencio y de aceptación que la película viene a romper, como rompe los paquetes de libros.

Carlos siente que pierde algo valioso, su función de custodio del silencio, su gato. La realidad ha cambiado y un polen reseco se esparce sobre el mundo. Esporas que creo desconoce o ha decidido desconocer.

Personas y personajes, ambos reales, se buscan como en una ronda hasta desencontrarse, finalmente. No se sustituyen, son otros. Como otra es la película que la película nos muestra que está filmando Federico con mano temblorosa que avanza imperceptiblemente hacia el gesto firme y decidido. ¿De quién son los recuerdos? ¿A quién pertenece la memoria? En última instancia a quien puede resguardarla sin enmudecer, sin anular su propia voz. Al que puede hablar, decir, filmar.

Una casa como un laberinto donde se guarda el silencio. ¿Las palabras son un monstruo? ¿Una fiera que devora a los jóvenes y los aterroriza con una mirada vacía, con un repique que cuenta las horas que faltan, las que han pasado?

Alguien tuvo la muerte de los Santos. Pero no es cierto que de un sueño pasó a otro sueño. De un sueño pasó a lo que sueñan los otros. Y los sueños son un pasadizo a nuestras más enormes aventuras y también a nuestros terrores más grandes. Y hay quienes sólo sueñan sus miedos.
El sol, la luz, casi nunca o nunca es plena. Aparece velada tras lienzos y tules. Una taza cuenta su historia. Cofres ¿qué guardarán?

Un gato nos une a la vida, a caminos por recorrer, a algo que palpita y recelosamente escapa, abandona, deja atrás.

Una pareja de jóvenes sale del cine en la avenida Rivadavia en la tarde del jueves. El le dice a la chica al pisar la vereda: Otra vez la luz, el ruido.

Desde El Árbol a Elegía de abril la paleta se ensombrece, se ensordina, se adentra y se angustia. Sí, cuesta escapar, Cuesta salir de un estado de tristeza y de un clima en el que la película nos coloca. Se adhiere y uno queda con los ojos tristes para mirar más allá de esa cuatro paredes.

Te quiero mucho

Claudio Pérez

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Hola Gustavo,

a veces me cuesta escribir sobre algo que siento tan cerca de mí. Y la primera impresión que tuve viendo Elegía de abril fue la de la sentir verdaderamente la cercanía de la muerte. Justamente estuve pensando esto en las últimas semanas, luego de que mi madre fue operada.
Deambulé por mi casa mirando objetos y fotos, pensando en los que ya no están, entre ellos mi padre. Me preguntaba cuanto tiempo pasará hasta que tenga que despedirme de ese mundo en el que viví más de 20 años. Y recordé un frase del director polaco Lech Majewski cuando le preguntaron hace unos años en el Festival de Mar del Plata por qué el tema de la muerte está tan presente en sus films. Lech respondió: "yo no entiendo la vida, no entiendo la muerte, no entiendo el tiempo"...

Elegía de abril
comienza como una continuación de El árbol, hasta que tu madre decide no filmar más. Allí el film se quiebra y uno se pregunta cómo va a continuar. La solución me parece magnífica. Es simple y compleja a la vez. Los actores reemplazan a las personas reales dramatizando las situaciones cotidianas. Pero tu madre y su hermano siguen estando allí, espiando, deambulando como fantasmas, a veces expresando incomodidad por la intromisión de la cámaras. Su intimidad se ve asediada por tu presencia y la de tu hijo. Los registros se contaminan, entre lo real y lo imaginario; los objetos se vuelven protagonistas, "hablan", se cargan de sentido. Lo no dicho toma cuerpo de forma sutil, se cuela por los intersticios. La aparición de los libros de tu abuelo saca a la luz recuerdos, sentimientos y también desacuerdos.
Somos concientes del paso del tiempo, de la fragilidad de nuestras vidas. Ante esto, hay una actitud de aceptación en tu madre, hay una actitud de dolor y quizás, de amarga resignación en Carlos.

Como en tus films anteriores, la luz vuelve a ser esencial. Cada reflejo, cada cambio en la intensidad o en su color comunica algo que está más allá de la representación. La luz expresa momentos de gran belleza, pero también nos hace pensar en su brevedad.

En fin, me encantó y me genera expectativa ver el fin de la trilogía.

Un gran abrazo,

Diego Menegazzi

sábado, 4 de diciembre de 2010

Elegía de abril: Nuevos lugares y horarios de exhibición

Amigos:

Les informo los nuevos horarios de Elegía de abril sigue en el Arte Cinema unos días más. Las fechas de función son:

- Sabado 4/ 12 - 15:30 hs
- Domingos 5/ 12 - 17:00 hs
- Martes 7/ 12 - 15:15

Y también esteremos en La Plata y Almirante Brown, los siguientes días:

ESPACIO INCAA KM 60 - 35mm / Digital
Calle 50 entre 6 y 7 – La Plata

- Jueves 2/ 12 - 18 hs y 20 hs
- Viernes 3/ 12 - 18 hs y 20 hs
- Sábado 4/ 12 - 20 hs
- Domingo 5/ 12 - 20 hs
- Martes 7/ 12 - 20 hs
- Miercoles 8/ 12 - 18 hs y 20 hs

ESPACIO INCAA KM 23, Graciela Borges - 35 mm
E. de Burzaco 750 - Almirante Brown


- Jueves 16/ 12 - 18 hs y 20:30 hs
- Viernes 17/ 12 - 18hs y 20:30 hs
- Sábado 18/ 12 - 18 hs y 20:30 hs
- Domingo 19/ 12 - 18 hs y 20:30 hs

jueves, 18 de noviembre de 2010

Elegía de Abril: Nuevos horarios hasta el 1º de diciembre

Amigos:

Les informo los nuevos horarios de Elegía de abril a partir del jueves 18 y hasta el miércoles 1º de diciembre.

Un abrazo.

Gustavo



Arteplex Belgrano
Av. Cabildo 2829 / Tel. 4781-6500 / Belgrano
Todos los dias: 22:20 hs.

Arte Cinema
Salta 1620 / Tel. 4304-8302 / Constitución
Martes, Jueves y Sábado: 15.30 hs.
Miércoles: 20.30 hs.
Domingo: 19.00 hs.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Elegía de Abril: Nuevos horarios

Amigos:

Seguimos en tercera semana con la misma cantidad de funciones (algunos horarios se ajustaron).

Un abrazo!

Gustavo







Horarios desde el jueves 11 hasta el miércoles 17 de noviembre

Arteplex Belgrano
Av. Cabildo 2829 / Tel. 4781-6500 / Belgrano
Todos los dias: 22:15 hs.

Gaumont
Av. Rivadavia 1635 / Tel. 4371-3050 / Centro
Todos los dias: 13:00 – 15:55 – 20:30hs.

Arte Cinema
Salta 1620 / Tel. 4304-8302 / Constitución
Martes, Jueves y Sábados de noviembre: 16:00 hs.
Domingos de Noviembre: 20.30 hs.

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Miguel Frías, Clarín

“Gustavo Fontán elabora cine como si elaborara sueños. Combinando sus sensaciones y su cotidianeidad crea imágenes –leves o marcadas distorsiones de lo real- que, a la vez, generan nuevas y múltiples sensaciones en el que mira (o, mejor dicho, siente) sus películas. Pequeños milagros sensoriales”

Roger Koza, Con los ojos abiertos

“Inclasificable e inestable, Elegía de abril es un film de fantasmas. Lo real se despedaza, pierde su nitidez, y una ontología onírica, quizás suprasensible, desplaza la representación realista de un hogar cotidiano”

Diego Batlle, Otros cines

“Fantasmagórico, bello, climático, lírico, melancólico, íntimo y sensorial ensayo sobre la ausencia y el paso del tiempo, con algo del primer José Luis Guerín, se trata de otro interesante aporte en la persistente, infatigable carrera del realizador, siempre respaldado por su dream-team artístico liderado por el DF Diego Poleri y el sonidista Javier Farina”.

Luciano Monteagudo, Página 12

“Un film que se ocupa de borrar las fronteras entre documental y ficción. Es la mirada, el punto de vista de Fontán el que hace la diferencia, su capacidad para ver el detalle revelador y profundo allí donde otro director apenas vería la superficie de las cosas”.

Juan Pablo Cinelli, Tiempo argentino

“La nueva maravilla de Gustavo Fontán, Elegía de Abril, como el resto de su sólida filmografía representa un desafío estético que todo cinéfilo que se precie no debería evitar.”

David Obarrio, Cinemarama

“Elegía de Abril es un canto en estado de vigilia que no reniega de la pulsión incomprensible y arrebatada del sueño ni toma, sin más, lo pedestre y cotidiano como único reaseguro de un orden verdadero y perdurable. Por el contrario, este cine prefiere adentrarse sin red en lo desconocido, confrontar con su material para fundirse inesperadamente en él”

Amadeo Luka, Revista XXIII

“Una trama llena de sentimientos, evocaciones y pequeños tributos. El sustancioso aporte interpretativo de Quinteros, Aizenberg y el joven Federico Fontán redondean una breve pero entrañable joya”

Juan Carlos Fontana, La Prensa

“Con esta historia Fontán parece inaugurar un caudal creativo nuevo, de un hipnótico marco poético, en el que los personajes, representan las piezas de un relato lúdico que por momentos sólo parecen fruto de la imaginación del que ve la película”

Pablo Arahuete, Cinefreaks

“Representar no es otra cosa que renovar la mirada. Es reconstruir con lo que se tiene y con lo que no se tiene un espacio diferente. Objetos que evocan presencias; que evocan fantasmas que se niegan a ser recordados. Pero es la memoria, la de los recuerdos pasados, aquella que se empecina en atraparlos y de esa forma revivirlos aunque más no sea en esa instancia efímera que puede durar un parpadeo o un abrir y cerrar de ojos”.

Rodolfo Weisskirch, A Sala llena


“Es una película sobre la espera… No solamente es rica a nivel visual, no solamente es preciosista en cada plano detalle, sino que además tiene varios matices narrativos, capas que se van explorando sobre la memoria de los muertos y del tiempo. Un lenguaje sencillo, belleza en lo simple, que a la vez habla de los aspectos más básicos y trascendentes del hombre”.


2010, 64 min., Color.
Intérpretes: ADRIANA AIZENBERG, LORENZO QUINTEROS,
FEDERICO FONTÁN, MARÍA MERLINO, CARLOS MERLINO

Guión y Dirección: GUSTAVO FONTÁN

Fotografía: DIEGO POLERI

Foto Fija: GUSTAVO SCHIAFFINO

Sonido: JAVIER FARINA
Montaje: MARIO BOCCHICCHIO
Director de Arte: ALEJANDRO MATEO

Asistente de Dirección: JUAN GARCILAZO

Primero de Dirección: ALEJANDRO NANTON

Asistente de producción: MELINA BERNARDEZ

Productor ejecutivo: GUILLERMO PINELES

Producción: TERCERA ORILLA, INSOMNIAFILMS e INCAA

http://www.elegiadeabril.com.ar/
http://gustavo-fontan.blogspot.com/

martes, 2 de noviembre de 2010

Elegía de abril - Críticas II

Memorias construidas a contraluz
Publicado el 30 de Octubre de 2010 en Tiempo Argentino

Por Juan Pablo Cinelli

La llegada a las pantallas de su cuarto largometraje confirma al director Gustavo Fontán como uno de los artistas del cine argentino más delicados y personales, volviendo a revelar su fascinación por lo extrañamente cotidiano.

No existe un diccionario donde encontrar explicaciones para cada una de las formas de entender y de hacer cine, una definición para cada película que se filma. En el cine, como en la literatura o la música, la definición debe intentarla cada uno de los involucrados, que son muchos. Como la vida, los objetos del arte transitan un estado de permanente work in progress. Es decir que su construcción, al pasar del artista al espectador, lejos de completarse ingresa en el limbo sin pausas de la continua resignificación.

Como pocas, las películas de Gustavo Fontán ponen en evidencia ese carácter de cinta de Moebius en que las obras de arte se convierten al entrar en la rueda sinfín que signa la relación entre creador y espectador. La última de ellas, Elegía de abril, estrenada el jueves pasado, no es la excepción. Será que, en su intento de abordar temas como el pasado y la memoria, lo único que deja claro es que no hay nada más incompleto, justamente, que esos conceptos.

Muy lejos de la narración cinematográfica tradicional, más proclive a la contemplación que a la verborragia y a la pausa más que al Fast Forward, el cine de Gustavo Fontán se toma su tiempo para ir a donde quiere llegar, y demanda del espectador la misma estrategia: la paciencia que siempre requiere la poesía. Y si justamente la poesía –la obra del entrerriano Juan L. Ortiz– había sido el eje sobre el que construyó la magnífica La orilla que se abisma, en Elegía de abril la cosa vuelve a empezar ahí: en un libro de poemas.

Como en su ópera prima El árbol, Fontán vuelve a meter su ojo en la vieja casa familiar del barrio de Banfield, el hogar de sus padres. El propio director prefiere hablar de ese ambiente como cotidiano antes que familiar: aquello que es extraño por proximidad (de ahí a la definición de lo siniestro de Freud hay apenas un empujoncito). Este nuevo retorno al hogar es la entrada a un túnel del tiempo más eficaz que el que en tantas versiones ha imaginado la ciencia ficción.

Entre las paredes de esa casa que habitan su madre y su tío, siempre iluminadas por un continuo atardecer (así es la luz en los suburbios), sin interferir, Fontán retrata con su cámara a su propio hijo mientras ayuda a Mary, su madre (nieto y abuela), a bajar de lo más alto de uno de esos enormes roperos viejos unos cuantos paquetones envueltos en resecos sudarios de papel madera. Se trata de la tirada completa de Elegía de abril, obra póstuma del poeta Salvador Merlino, el padre de Mary, que desde hace 50 años permanece sepultada allá arriba. La película construye un laberinto de esa cotidianidad familiar de la que habla Fontán: un director que filma a su madre y a su hijo exhumando un libro que su abuelo escribió en memoria de su propia madre, su bisabuela. De esa imbricada telaraña de parientes que orbitan el pasado nace la versión fílmica de Elegía de abril.

Pero enseguida esa complejidad argumental se traslada a lo formal. Y es que fondo y forma tienden a fundirse en la obra de Fontán. “En ese sentido soy medio ‘clásico’”, dice el director, “y creo que fondo y forma son una sola cosa.” La acción, que hasta entonces gira en torno a la madre, a su quiebre al recuperar ese pedazo de su padre, algo que fue evitado durante tanto tiempo. No pasan más de 15 minutos cuando Mary dice en cámara que está cansada y que no quiere seguir actuando. La película termina antes de empezar.

El propio director entra en el plano y pasa a formar parte de ese fresco: la realidad filmada se vuelve realidad concreta. Y como en la matemática, donde los términos iguales se simplifican, esa superposición de realidades desemboca en la ficción.

Lejos del final y del alivio, Elegía de abril agrega entonces un nuevo nivel: los actores Lorenzo Quinteros y Adriana Aizemberg llegan a Banfield, convocados para retomar los papeles que Mary y su hermano Carlos ya no quieren continuar. “Sus actos son así: pequeñas obras / que se agigantan porque se repiten / todos los días sin interrupción”; los versos de Salvador Merlino definen con 50 años de ventaja los papeles que los dos actores deben asumir.

Frente a sus máscaras, las presencias furtivas de Mary y Carlos se volverán fantasmagóricas, una característica que otras obras de Fontán ya exhibían. Los juegos con la luz, las persecuciones de originales y avatares por pasillos descascarados, los juegos con sonidos irreales y los rostros esfumados entre sombras, dan forma a un bajorrelieve en movimiento, en el cual la realidad nunca se pareció tanto a un artificio. Elegía de abril es un canto a la memoria, esa construcción incompleta que Fontán ofrece al espectador para que cada uno llegue a su propia definición. Para que otros encuentren las piezas secretas que él mismo no puede aportar.

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Magia y pérdida
Publicado en Cinemarama

Por David Obarrio

El proyecto del director Gustavo Fontán parece ser enorme, imposible. Filmar lo infilmable, eso que a cada rato se escapa: la memoria y el tiempo, las huellas secretas de aquello que, a falta de un nombre mejor, denominamos realidad; el sentimiento de pérdida y el modo implacable en el que sus señas permanecen sobre el mundo, como signos caligráficos cuya repentina visibilidad se adquiere a fuerza de mirar tenazmente a nuestro alrededor.
Es que, en verdad, el cine de Fontán podría estar sostenido en la premisa de que el cineasta no sabe prácticamente nada de antemano. No tiene pertrechos suficientes ni una guía confiable, apenas lo asisten la intuición y la voluntad. Claro que con eso no se hace una “película” cualquiera, mucho menos una “peli”: más bien se hace otra cosa, de una calidad diferente.

Un cine hecho en condiciones semejantes produce algo distinto, se aventura por los mismos senderos donde desfilan los fantasmas, que tienen semblantes difusos, proverbialmente elusivos.

¿La casa que vemos en Elegía de Abril es la misma que vimos en La madre? En todo caso, el chico es el mismo: Federico, el hijo de Fontán. Como si enhebrara un código de sangre, el director permite que la biografía y el sueño establezcan de una vez y para siempre una alianza de implicancias todavía por descubrirse.
Elegía de Abril es un canto en estado de vigilia que no reniega de la pulsión incomprensible y arrebatada del sueño ni toma, sin más, lo pedestre y cotidiano como único reaseguro de un orden verdadero y perdurable. Por el contrario, este cine prefiere adentrarse sin red en lo desconocido, confrontar con su material para fundirse inesperadamente en él; para encontrarse, de golpe, con que no se sabe qué hacer, cómo seguir adelante.

Como en el momento en el que la mujer que asiste al hallazgo de las cajas donde yacen unos libros intocados, salidos de la imprenta y olvidados desde hace cincuenta años, y cuyo autor es nada menos que su padre, se niega a seguir siendo filmada: “No quiero actuar más. Me cansé”, dice. Una vez más, el cine del director se torna una madeja de consistencia delicada ante la cual la percepción parpadea, incapaz de darse una tregua en la que el deslumbramiento ceda el paso a una comprensión cabalmente racional de lo que vemos. Elegía de Abril replica el nombre que da título al libro encontrado y se convierte, con un movimiento terminante, en rotunda continuación de la poesía por otros medios.

Aunque tiene en su centro el vacío de una pérdida, Elegía de Abril es melancólica de un modo extraño, apenas perceptible. El desdoblamiento de personajes reales y actores produce un vuelco definitivo que establece el modo en el que el cine puede acercarse al mundo: encarnándolo, poniéndole una cara y una voz.
Pero lo mejor del caso es que ese mundo al que se intenta domesticar con la representación no termina nunca de desvanecerse. En cambio, persiste como síntoma y advertencia: el cine sólo se acerca al mundo, hace fintas con su propia sombra, como mucho se repliega sobre sí mismo para apechugar el sinsabor de una derrota largamente presentida. En el cine de Fontán son esas presencias las que más cuentan.
Las que se conjuran y hacen magia. Las que le comunican, no al suyo sino a todo el cine, que aquello que se agita y gira a nuestro alrededor es opaco y en última instancia inaprensible. Como en el mejor cine, la falta de certezas deberá ser un alimento. Una clase de combustible difícil de conseguir, un estallido de júbilo cocido en el silencio y la sombra que ponga la mirada siempre en marcha, que la afile, que extraiga el aliento provisorio con el que seguir buscando.

domingo, 31 de octubre de 2010

Críticas: Elegía de abril, de Gustavo Fontán

Diario Clarín
Por: Miguel Frías
Calificación: Muy buena.

Lo bello y lo triste

Con su clásica capacidad para crear filmes cargados de lirismo, Gustavo Fontán indaga en la memoria de su familia.

Gustavo Fontán elabora cine como si elaborara sueños. Combinando sus sensaciones y su cotidianidad crea imágenes -leves o marcadas distorsiones de lo real- que, a la vez, generan nuevas y múltiples sensaciones en el que mira (o, mejor dicho, siente) sus películas. Pequeños milagros sensoriales.

Elegía de abril nos deja un sedimento de belleza y melancolía, de asombro y resignación ante el paso del tiempo, de tristeza infinita ante la ausencia y, también, de consuelo por las pequeñas huellas dejadas en los otros, por la continuidad generacional. Elementos de un autor de enorme sensibilidad y valentía. De un realizador que jamás condesciende a lo que esté fuera de su pulsión artística: al mercado, por ejemplo.

Elegía ...es la segunda película de “El ciclo de la casa”. La primera fue la extraordinaria El árbol ; la próxima será La casa .

Elegía ...comienza con el hijo de Fontán, Federico, bajando de un placard los libros de poemas que el abuelo del realizador, Salvador Merlino, había enviado a imprimir antes de morir, en 1959. La madre de Fontán, Mary, recuerda en esas primeras secuencias a su padre escritor. También lo hace el tío de Fontán, Carlos, hermano de Mary. Pero, poco después, ella, tal vez arrebatada por la angustia, se niega a seguir participando en la película.

¿Qué hace Gustavo Fontán? Convoca a Adriana Aizenberg y a Lorenzo Quinteros, para que ocupen los roles de los dos hermanos que evocan, no siempre verbalizándolo, al padre muerto. Obviamente, no oculta este mecanismo; no procura hacer un docudrama . Al contrario: cruza a actores y no actores en un ejercicio de efecto onírico. Traspasa, deliberadamente, las difusas barreras de lo que consideramos real e irreal. ¿Son irreales los componentes del arte o de los sueños? Claro que no. Fontán sabe transmitir esta afirmación a través de imágenes tan delicadas como hermosas y dolorosas, cargadas de reflejos, sombras, fragmentaciones, enfoques y encuadres nuevos, texturas y sonidos.

La vejez, la muerte, el ejercicio de la memoria y, sobre todo, los legados generacionales recorren la obra del director. Somos la memoria de quienes nos han precedido y por supuesto lo que hacemos con eso. Fontán opta por hacer cine. Las secuencias en que su cámara capta en 16 mm a su hijo captando, en digital, a su abuela o a la representación de su abuela provocan un efecto de continuidad generacional, de modesta inmortalidad humana.

Por último: existe tensión entre Mary y Carlos. El no quiere “bajar a papá del ropero”. Ella sugiere “bajarlo y donarlo”. Antes de este estreno, Fontán regaló ejemplares de Elegía ...(un canto de Merlino a la muerte de su padre) junto con copias de su película, del mismo nombre. Una toma de posición ante la vida; un modo conmovedor de recuperar a su abuelo que ha muerto y que no ha muerto.

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Diario Ámbito Financiero
Por: Paraná Sendrós

Ensayo poético sobre los objetos familiares

Cabe entender esta obra como un paso intermedio, ya que es la segunda de una trilogía poética en formación. La primera fue «El árbol», donde un matrimonio mayor se ve en la obligación de cortar una acacia que el hombre plantó el mismo día del nacimiento del hijo, pero que con los años se secó y pasó a ser un peligro. Muy sensible obra. Se dice que la tercera, «La casa», tendrá como protagonista al hogar y los objetos del hogar cuando ya nadie lo habite. Entre medio está la que ahora vemos. Empieza mostrando a dos hermanos ya viejos con diferentes actitudes ante la remoción de algo del pasado, y de a poco se va dedicando a los rincones, los enseres ínfimos que acompañan toda una vida, el gato viejo, y la luz que da sobre las antiguas cortinas de la casa, cuyos habitantes también parecen parte del lugar, más que sus dueños.

«¿Qué lengua de poeta/ dará categoría a lo menudo, / a las cosas vulgares, despreciables, / esas que al parecer no dicen nada/ y llevan, sin embargo, muy adentro/ muchedumbres de flores escondidas, / como la caja de zapatos vieja, / como las ruedas de los carreteles, /como las piezas del reloj gastado (.)?», se preguntaba Salvador Merlino en su libro «Elegía de abril». Casualmente ese libro es el objeto del pasado que se remueve. Los dos hermanos son sus hijos Carlos Alberto, también poeta, y Mary, madre del cineasta Gustavo Fontán, quien registra el momento en que el biznieto abre los paquetes de una edición que llegó a la casa cuando el escritor ya había muerto, y ahí quedaron, guardados durante años.

Salvador Merlino escribió también «Elegía de octubre», «El amor desencantado», «Canción de vacaciones», varios otros, todos sencillos y tocantes. En la película su hija lee uno muy lindo sobre un inmigrante, seguramente su padre, «con los bolsillos solos, con sus alegres cantos», a quien la Argentina le dio «su trato llano, para envolver el sueño de la casa en Lugano». El vivía ahí. Una escuelita de Lugano lleva hoy su nombre. Pero nadie lo recuerda.

Gustavo Fontán, contemplativo, prácticamente no nos cuenta nada. Sólo deja que miremos como él y nos demos cuenta, mientras su hijo adolescente mira a su modo y registra todo con una camarita movediza, entrometida. Sucede entonces algo singular. Ante la retracción de los mayores, la mínima narración sigue con actores que los reemplazan, aportando otra energía. No es un documental, entonces, lo que vemos, sino un ensayo poético sobre los objetos que conforman la memoria familiar, y los mayores que mantienen a la vez memoria y distancia, permitiendo a los demás alimentar la fantasía y los recuerdos propios. Muy justo, en ese sentido, un episodio infantil que aparece inesperada pero muy adecuadamente hacia el final. Ahora esperemos la tercera parte.

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Sitio: Otros Cines
Por: Diego Batle
Calificación 3 ½ (sobre 5)

Fantasmas del pasado

El talentoso director de Donde cae el sol, El árbol, La casa, La orilla que se abisma y La madre combina documental y ficción para narrar una historia de índole autobiográfica: la de su abuelo, el poeta Salvador Merlino, y -más puntualmente- la de su libro póstumo, Elegía en Abril (su autor nunca lo vio publicado), cuyos ejemplares quedaron guardados durante cinco décadas en lo alto de un armario de la casona familiar.

La apertura de las cajas genera un cimbronazo emocional en las tres generaciones de la familia (la madre y el tío de Fontán, el propio director y su hijo adolescente). Pero, poco a poco, el realizador se juega con una apuesta riesgosa: los personajes reales van desapareciendo de forma progresiva para darles lugar a los de ficción (Lorenzo Quinteros y Adriana Aizenberg).

Fantasmagórico, bello, climático, lírico, melancólico, íntimo y sensorial ensayo sobre la ausencia y el paso del tiempo, con algo del primer José Luis Guerín, se trata de otro interesante aporte en la persistente, infatigable carrera del realizador, siempre respaldado por su dream-team artístico liderado por el DF Diego Poleri y el sonidista Javier Farina.

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Sitio: Escribiendo Cine
Por: Ezequiel Obregón
Calificación: 4 (sobre 5)

Memoria de familia

A través de una filmografía pequeña en torno a su producción, pero grande en cuanto a los sentidos que despliega, Gustavo Fontán ha ido gestando una poética en donde la imagen y su registro es un tema central. Con esta nueva película indaga en la memoria de su propia familia a través de la obra de su abuelo, el poeta Salvador Merlino.

Ya en El árbol (2006) Gustavo Fontán se sumergía en una eterna pregunta: la de la herencia. La posible desaparición de un árbol le servía para reflexionar sobre la fragilidad de la vida y la persistencia del recuerdo. Recuerdo -claro está- fragmentario, incompleto. Un tema ampliado en su nueva obra, que emerge del encuentro con los tomos de la obra que le da título al film, que estaban en prensa en el momento del fallecimiento de Merlino.

Si en su película anterior, La madre (2009) el realizador trabajaba la imagen desde un manierismo casi pictórico, aquí apuesta por la saturación, la mixtura de formatos, la cámara en mano. A tono con su estética, sus padres, su hijo y él mismo deambulan por la película, rememorando y trayendo al presente la biografía y obra de este artista. Hay una voluntad verista en la aproximación del registro cotidiano, en donde el trabajo con la banda sonora resulta crucial. Pero Gustavo Fontán impregna a su nuevo relato de una atmósfera fantasmagórica, cargada de sentido a través de la ausencia.
¿Qué vínculo entre la obra y la vida de su abuelo se puede desplegar en el anecdotario familiar? ¿Qué sucede cuando este vínculo produce confrontaciones ya no entre los que se fueron, sino entre los que quedaron? En un momento decisivo, los puntos de vista de sus padres se bifurcan, y entran en escena Adriana Aizemberg y Lorenzo Quinteros para continuar con la indagación. En este juego de presentaciones y representaciones hay mucho del Godard más anárquico (si se me permite el parangón político) y de la obra (la literaria y la cinematográfica) de Margarita Duras, en cuanto a la exploración obsesiva de cómo la producción de sentido de la historia y de la memoria suelen seguir carriles bien distintos.

Desde ya que Elegía de abril (2010) es una obra “abierta” e inconclusa adrede. La cámara digital de Federico Fontán (el bisnieto) puede decir mucho del espectador contemporáneo, pero esta aseveración y tantas otras quedan a libre interpretación del receptor. Se trata de una película compleja, que demanda un espectador capaz de aceptar este relato poético tan revelador y emotivo.

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REVISTA XXIII
Por Amadeo Luka
ELEGÍA DE ABRIL. Dirección: Gustavo Fontán. Con Adriana Aizenberg, Lorenzo Quinteros, Federico Fontán. ’64. 4 (cuatro) zapatos (4/5) Muy buena

Con creatividad y sensibilidad, el cineasta Gustavo Fontán presenta a través de Elegía en Abril una historia autobiográfica que gira alrededor de su abuelo poeta y la suerte de un libro póstumo que no alcanzó a ser distribuido. Nunca mejor dicho que una película combina documental y ficción como ésta, cuyo título cita el del libro de ese hombre llamado Salvador Merlino, punto de partida de un bello ejercicio cinematográfico. El director propone una experiencia singular para narrar esa situación que arranca con la búsqueda de unos olvidados envoltorios en lo alto de un placard, “reemplazar” a quienes hacían esa tarea –sus propios padres- con los actores Lorenzo Quinteros y Adriana Aizenberg, que ocuparán sus lugares para desarrollar dramáticamente vivencias que tienen que ver con una íntima reconstrucción de la memoria.

Como un ensayo puesto a la vista de un trabajo por editar que en realidad ya está –y muy bien- hecho, el film va desenvolviendo, al igual que esos polvorientos paquetes que guardaban ejemplares poéticos, una trama llena de sentimientos, evocaciones y pequeños tributos. Salpicada visualmente con apuntes sensoriales, estéticos y emocionales, Elegía de abril parece ser el mejor trabajo de Fontán, luego de su algo antojadiza La madre. El sustancioso aporte interpretativo de Quinteros, Aizenberg y el joven Federico Fontán redondean una breve pero entrañable joya.

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Sitio: Cinefreaks
Por Pablo Arahuete
9 puntos

“Representar no es otra cosa que renovar la mirada. Es reconstruir con lo que se tiene y con lo que no se tiene un espacio diferente, que visto desde una cámara (en este caso dos: una que registra lo que la otra filma) siempre resulta distinto pese a estar poblado por objetos inmóviles que no son otra cosa que la huella de algo que ya no está. Objetos que evocan presencias; que evocan fantasmas que se niegan a ser recordados.

Pero es la memoria, la de los recuerdos pasados, aquella que se empecina en atraparlos y de esa forma revivirlos aunque más no sea en esa instancia efímera que puede durar un parpadeo o un abrir y cerrar de ojos. Elegía de abril es el nombre de un libro de un poeta, Salvador Merlino –abuelo de Gustavo Fontán- que durmió durante casi 50 años en un estante y por ese capricho de la memoria recupera identidad a partir de este nuevo opus del mismo nombre, un desafío cinematográfico que nos propone el realizador de El paisaje invisible.

Como se decía anteriormente y siguiendo una línea conceptual, que ya aparecía tanto en El árbol y en La madre, la idea de la representación cinematográfica expone aquí sus dobleces en un relato de búsqueda en donde la poética del director suma elementos, como por ejemplo el de exponer el artificio del cine en un improvisado set de rodaje en la casa familiar donde vivió por más de 20 años, con actores reconocibles de la talla y prestigio de Lorenzo Quinteros y Adriana Aizemberg, que vienen a ocupar los roles que los verdaderos protagonistas, la madre del director y su tío, rechazan en medio del rodaje.

No obstante, lejos de quedarse con la mímesis de los actores, lo que se convoca verdaderamente en este film es el disparador de los propios recuerdos y fantasmas a partir de un espacio donde la realidad se diluye; y la casa, atestada de objetos, deviene espacio lúdico en el que la cámara y sus presas se trenzan en la lucha entre lo oculto y lo revelado y el propio Fontán reflexiona a partir de las imágenes (meritorio trabajo de Diego Poleri en la fotografía) y fragmentos sobre los propios límites del registro y la enunciación de lo que ocurre.

No importa tanto el nombre de Salvador Merlino o la casa familiar del barrio de Banfield más que como anécdota o pretexto narrativo. Lo verdaderamente trascendente en Elegía de abril –quizás el cierre de la que podría denominarse trilogía de Banfield si el director lo permite- es la voz de un poeta y la presencia de un gato negro de ojos inquisidores que nos mira como aquel de La orilla que se abisma en ese viaje mágico por el rio para confrontarnos con otro poeta como Juan L. Ortiz. La de Merlino es la voz de un poeta que nadie escucha pero que vive en el silencio de los objetos que la evocan como un busto sin ojos que le ganó la batalla al tiempo y a la muerte.

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Sitio: A sala llena
Por: Rodolfo Weisckrich
Elegía de Abril (Argentina 2010)
Guión y Dirección: Gustavo Fontán. Producción: Gustavo Fontán, Guillermo Pineles, Elenco: María Merlino, Carlos Alberto merlino, Federico Fontán, Adriana Aizenberg, Lorenzo Quinteros. Distribuidora: Lola Silberman. Duración: 63 minutos.

Aquel Querido Mes de Abril

“Cuando deseen filmar, elijan historias cercanas a ustedes. Relatos que sean amenos. Temas que conozcan”

Esta frase me quedó impregnada en el recuerdo. La dijo mi profesor de dirección cinematográfica en el segundo año de la facultad. Su nombre: Gustavo Fontán.
Muchos directores no son fieles a sus palabras, sus obras no muestran aquello que enseñan. Se contradice el discurso con la obra. Pero en el cine de Gustavo Fontán, esta norma es llevada casi al extremo. No hay película que no sea personal, y cuando me refiero a personal, no hablo solamente de un pensamiento, una ideología, una temática similar. Gustavo Fontán es un antropólogo de su propio árbol familiar, que logra converger la poesía, el cine y la memoria.
Licenciado en literatura en la UBA, poeta, profesor y director de cine, Fontán empezó su carrera con cortos mediometrajes dedicados a la vida de otros poetas como Leopoldo Marechal, Macedonio Fernández y Jacobo Fijman. Desde ese momento, empezó la búsqueda de una estética que intercala ficción y documental.
Su primer largometraje que no se basa en una historia verídica es Donde Cae el Sol (2002). Aunque se inspira en la relación que tenía él con su propio abuelo, este último trabajo de Alfonso de Grazia, demostraba que el realizador podía contar un pequeño cuento, con sencillez, sutileza, elementos amenos y cotidianos, pero sobretodo fluidez narrativa.
Con El Arbol comenzó la trilogía de “La Casa” que, sigue con Elegía de Abril y terminará con La Casa.

Recuerdo que para ejemplificar su pensamiento, Gustavo siempre nos hablaba sobre como estaba realizando El Arbol, en que se basaba para grabarla. Porque más allá del hecho de grabar a sus padres, y tener como actor fetiche a su propio hijo, el director utiliza elementos de su infancia que son palpables y se pueden conectar con el pasado de todos.

Y ahí está la verdadera conexión del director con el público. No, en lo que provocan las imágenes en el momento, sino en lo que cada uno conecta con sus películas. Sus obras no solamente son audiovisuales, sino que son palpables, tiene aromas reconocibles. Esa casa, ese árbol, esa familia, no es nuestra, pero de algún modo es nuestra propia familia.

Compañeros míos de la misma facultad donde da clases Fontán, Marcelos Scoccia y Cyntia Grabenja grabaron el corto La Mia Casa, ganador en el último Bafici, que justamente muestra lo mismo. Como el árbol familiar de uno se puede convertir en el nuestro, si reconocemos lo extra cinematográfico. Hablo de elementos que no necesitan explicaciones.

Es por eso que valoro Elegía de Abril y El Arbol sobre el resto de las películas de Fontán. Porque a pesar de que Donde Cae el Sol y La Madre, sus obras llanamente de ficción tienen el lirismo y la temática, de estos seudos documentales, están ausentes de aquello, por lo que el cine el Gustavo más me gusta. Como su historia es la mía.

En el medio de estas obras, también realizó un homenaje extraño y vanguardista sobre la vida de Juan L. Ortiz. Un trabajo más cercano al cine experimental: La Orilla que se Abisma. Un trabajo hermoso.

¿Por qué la hizo? Quizás la necesidad de que pase el tiempo… Ya que Elegía de Abril no se puede hacer en cualquier momento. Es una película sobre la espera…
“Salvador Merlino, fue poeta. Su poesía celebra lo sencillo de la vida, la belleza de lo simple y, a su vez, los aspectos más trascendentes del hombre”.

Esta es la definición que Fontán saca sobre su abuelo. Definición que quizas su nieto saque alguna vez de él.
Elegía de Abril, a pesar de todo no es la historia de Salvador ni sobre el último libro del mismo. Sino una mirada sobre los que están vivos: sus hijos Mary (madre de Gustavo) y Carlos (el tío).
A pesar de vivir juntos, Mary y Carlos están distantes. Les cuesta recordar la relación que tenían con su padre, y prefieren que su obra inédita, “Elegía de Abril” quede guardada en un ropero o se la lleve Gustavo.

En el principio, el director sigue a ambos desde dos perspectivas: la suya y la de su hijo, Federico que graba todas las acciones con una cámara casera. Pero pronto ambos, se cansan de “actuar” y Fontán se queda “sin película”.

Por lo que resuelve llamar a dos actores profesionales para que “reemplacen” a su madre y su tío: Adriana Aizemberg y Lorenzo Quinteros. El trabajo de ambos, obviamente es impecable, aunque los verdaderos son mucho más emocionantes.

Al igual que en Aquel Querido Mes de Agosto de Miguel Gomes, se pasa del documental a la ficción en un paso. En el medio solo vemos al equipo técnico definiendo que van a hacer.
Pero la estética no cambia en sí. Es un cine contemplativo, donde las conclusiones no se explican. El espectador se convierte en miembro de la familia a nivel literal y tiene que sacar sus propias conclusiones sobre porque las personas con las que vive, se comportan siempre de la misma manera, porque se relacionan de la manera en que lo hacen, porque se comunican como se comunican. Fontán no da respuestas, y no esperen un final conciliatorio de su parte.
El cine de Gustavo no solamente es rico a nivel visual, no solamente es preciosista en cada plano detalle, sino que además tiene varios matices narrativos, capas que se van explorando sobre la memoria que se tiene sobre los muertos y el tiempo. Porque más allá de que se vuelva o no monótono el relato, lo verdaderamente admirable es la paciencia que tiene para realizarlo y la eficiencia que tiene al transmitirlo.

Un lenguaje sencillo, belleza en lo simple, que a la vez habla de los aspectos más básicos y trascendentes del hombre. Salvador Merlino hubiese estado orgulloso de él.

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Diario La Nación
Por: Adolfo Martínez
Calificación: Mala

Elegía de abril (Argentina/2010). Dirección y guión: Gustavo Fontán. Con Adriana Aizenberg, Lorenzo Quinteros, Federico Fontán, María Merlino y otros. Fotografía: Diego Polero. Presentada por Tercera Orilla-Insomniafilms. Hablada en español. Duración: 64 minutos. Calificación: apta para todo público.
Nuestra opinión: mala

Poeta que celebró lo sencillo de la vida, la belleza de lo simple y, además, los aspectos más trascendentes del hombre Salvador Merlino escribió, entre otros quince títulos, el libro Elegía de abril , dedicado a la muerte de su padre, que no pudo ver publicado, ya que su fallecimiento se produjo cuando ese volumen estaba todavía en imprenta. A casi cincuenta años de la desaparición del poeta, el director Gustavo Fontán, y como parte de una trilogía fílmica integrada, además de por este film, por El árbol y La casa , esta última producción aún inédita intentó rendirle homenaje a ese hombre que con su pluma comprendió lo más hondo del ser humano. El tema era, sin duda, atrayente para ser llevado al cine, pero el realizador se dejó tentar por elementos tan oscuros como incomprensibles en su afán de dar a conocer el último intento literario de Merlino.

La trama (de alguna manera hay que llamar a lo que se ve reflejado en la pantalla) narra las diversas situaciones en las que el nieto del poeta desenvuelve los paquetes ya polvorientos de los ejemplares de Elegía de abril que habían quedado guardados durante décadas en lo alto de un armario. Ello genera un problema con las tres generaciones de la familia y de pronto los personajes reales van desapareciendo en forma ambigua para dar lugar a los de ficción. Con una cámara que se mueve lentamente sobre muebles y cortinados, Fontán supuso que ello era suficiente para dar calidez a su historia, pero la monotonía se apodera bien pronto de ese difícil entramado y cae indefectiblemente en una entreverada madeja que nunca llega a conmover ni a interesar.
Adriana Aizenberg y Lorenzo Quinteros se esfuerzan por dar vida a esas sombras fantasmales que recorren diversos aspectos de un guión tan presuntuoso como incomprensible, mientras que el resto del elenco transita sin emoción por este film que, sin duda, pronto caerá en el olvido. Lo que, sin duda, es lamentable, ya que Salvador Merlino merecía un mejor homenaje cinematográfico.

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LA PRENSA
Por Juan Carlos Fontana

Los recuerdos familiares

El argentino Gustavo Fontán habla de ausencias en este nuevo filme, en el que mezcla el documental y la ficción. El director y guionista elige nuevamente como en sus anteriores -"La madre" y "El árbol"- a integrantes de su familia, para contar una historia que habla de recuerdos y de una melancolía infinita, que tiene su punto de partida en su propio árbol genealógico.
El abuelo del realizador es el poeta Salvador Merlino (1903-1959) y uno de sus libros, el que da título a la película "Elegía de abril", habla de la muerte del padre. Es precisamente la madre de Fontán, María Merlino la que le pide a su nieto le baje unos paquetes de libros guardados en un placard. Esos libros que escribió el padre de la mujer, permanecieron archivados durante cincuenta años y en 2009, en una vieja casona de Banfield, la hija del escritor siente que es hora de que su hijo y su nieto den a conocer esa obra, la regalen o elijan qué destino darle.
RELATO INTIMO

La madre del director, que actuó en otros filmes, en determinado momento de esta película se rehúsa frente a la cámara a seguir actuando y Fontán debe buscar un reemplazo. Es en ese momento cuando el documental da lugar a la ficción y entran en "cuadro", Adriana Aizemberg y Lorenzo Quinteros, que hace el papel del hermano de la mujer.

A partir de estas nuevas incorporaciones, incluida la presencia del hijo del realizador, Federico, la historia se convierte en una saga familiar, prácticamente fantasmal, misteriosa, en la que los personajes reales, se mezclan con los ficcionales, para dar paso a situaciones, que en algunos casos incluyen pequeñas y humorísticas anécdotas y en otros, sólo van revelando un atisbo de negaciones que pueblan la vida de estas criaturas que parecen detenidas en el tiempo.

En "Elegía de abril" como en sus anteriores obras, Fontán invita al espectador a dejarse llevar por la imaginación y la sensorialidad que puedan despertarle sus imágenes, por instantes veladas, o poco legibles y en otros de contundente presencia, como algunos primeros planos de un gato negro, que parecen agudizar la cuota se extrañeza que el mismo filme es capaz de desencadenar en el espectador.

Con esta historia Fontán parece inaugurar un caudal creativo nuevo, de un hipnótico marco poético, en el que los personajes, representan las piezas de un relato lúdico que por momentos sólo parecen fruto de la imaginación del que ve la película.

El filme tiene la intención de dejar que el propio espectador complete la obra con sus recuerdos, o la observe como un relato bastante hermético, pero en todo caso son las mismas imágenes las que despiertan una percepción distinta en el que la ve. Un interrogante que parece querer abrir el director con esta nueva película es si el cine, en verdad no es nada más que un grupo de figuras fantasmáticas que pueblan la imagen de extrañas sensaciones.

María y Carlos Merlino y Adriana Aizemberg y Lorenzo Quinteros, aportan su capacidad de juego y profesional permitiendo que la historia adquiera un notable nivel de verosimilitud.

J. C. F.

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Página 12
Por Luciano Monteagudo
Calificación: 7

Una casa hecha de recuerdos y fantasmas


El autor de El árbol vuelve a trabajar sobre una experiencia personal que logra trascender ese límite para intentar una reflexión sobre la inexorabilidad del paso del tiempo.

El cine de Gustavo Fontán siempre ha trabajado un registro íntimo en un sentido poético, más allá de si su inspiración es una reinterpretación de la obra de Juanele Ortiz, como sucedía en La orilla que se abisma (2008), o toma como excusa la exhumación del libro póstumo de su abuelo, Salvador Merlino (1903-1959), como sucede ahora en Elegía de abril. Esa intimidad esencial de los films de Fontán tiene a su vez un fuerte anclaje familiar, que aquí es casi aún más poderoso que en El árbol (2006), la primera entrega de una trilogía dedicada a la casa de Banfield donde nació el realizador y de la que esta nueva elegía dedicada al transcurso del tiempo es su segundo capítulo.

La singularidad de la obra de Fontán radica precisamente en la operación por la cual aquello que pertenece al ámbito de su propia experiencia personal alcanza a transcender ese límite para intentar una reflexión sobre la inexorabilidad del paso del tiempo y sobre los ecos que el pasado sigue haciendo resonar sobre el presente. Es la mirada, el punto de vista de Fontán el que hace la diferencia, su capacidad para ver el detalle revelador y profundo allí donde otro director apenas vería la superficie de las cosas.

Y las cosas, los objetos, la casa misma son determinantes en Elegía de abril, un film cargado de reminiscencias, empezando por esos libros que el abuelo de Fontán llegó a recoger de la imprenta, pero que nunca alcanzó a distribuir, porque pasó de un sueño a otro. “Tuvo la muerte de los santos”, recuerda Mary, su hija, la madre del realizador, que al comienzo del film parece que será la protagonista.

Es ella quien intenta sacar a su hermano Carlos de la postración en que se encuentra, recluido en su cuarto, dedicado a sus recuerdos, “pagando viejas deudas de amor”, como él mismo dice. Es ella quien autoriza a sacar los libros de Merlino del armario donde estuvieron recluidos durante cincuenta años, para que vuelvan a respirar fuera de su mortaja de papel madera e hilo sisal. Pero el esfuerzo parece demasiado y de pronto la señora Mary dice: “Ya no actúo más, me cansé”. Allí Fontán da cuenta de su desconcierto, del quiebre que produce esa determinación en la película, desnudando el artificio del cine. Los planos, que hasta ese momento eran cerrados, se abren y se ve al sonidista con su “jirafa” y al propio director, repartiendo entre su equipo los libros de su abuelo, como si con ese gesto diera por terminado el film que acababa de iniciar.

¿Verdad o artificio? Poco importa en un film que se ocupa de borrar las fronteras entre documental y ficción. Ante el renunciamiento de su madre, no tardarán en llegar dos actores a la vieja casa de Banfield. Adriana Aizenberg y Lorenzo Quinteros tocan a la puerta, saludan a Mary y a Carlos y asumen sus personajes, sus manías, sus tics. Se diría incluso que sus recuerdos. Hay una suerte de ejercicio de memoria emotiva en sus improvisaciones a la vista. Es evidente un espíritu lúdico en ese juego en el que personas y personajes comparten un mismo plano.

En un film que asume esos riesgos, no se puede pedir homogeneidad. Hay momentos que funcionan mejor que otros. La textura de la cámara profesional compite con la camarita digital que opera el hijo de Fontán y no siempre queda claro por qué la edición elige uno u otro registro. Hay tiempos muertos que se cargan de significados y otros que pesan quizá más de lo que deberían. Pero hay una secuencia, cerca del final, que le da al film su verdadero carácter fantasmagórico, una puesta en abismo en la que los actores parecen perseguir por los pasillos y por las habitaciones de la casa los cuerpos de aquellos de quienes tienen que apropiarse, aquellos a quienes tienen que “encarnar”. Mientras, se sigue escuchando, imperturbable, la tenue, solitaria campana de un reloj carrillón, que clava sus horas como agujas en la conciencia.

martes, 26 de octubre de 2010

Crítica: Elegía de abril, por Rodolfo Weisskirch

Hola, amigos.

Esta crítica es muy emotiva para mí y por eso la quería compartir con ustedes.

Un abrazo

Gustavo

Elegia de Abril
Por Rodolfo Weisskirch

Aquel Querido Mes de Abril

“Cuando deseen filmar, elijan historias cercanas a ustedes. Relatos que sean amenos. Temas que conozcan”.

Esta frase me quedó impregnada en el recuerdo. La dijo mi profesor de dirección cinematográfica en el segundo año de la facultad. Su nombre: Gustavo Fontán.

Muchos directores no son fieles a sus palabras, sus obras no muestran aquello que enseñan. Se contradice el discurso con la obra. Pero en el cine de Gustavo Fontán, esta norma es llevada casi al extremo. No hay película que no sea personal, y cuando me refiero a personal, no hablo solamente de un pensamiento, una ideología, una temática similar.
Gustavo Fontán es un antropólogo de su propio árbol familiar, que logra converger la poesía, el cine y la memoria. Licenciado en literatura en la UBA, poeta, profesor y director de cine, Fontán empezó su carrera con cortos mediometrajes dedicados a la vida de otros poetas como Leopoldo Marechal, Macedonio Fernández y Jacobo Fijman. Desde ese momento, empezó la búsqueda de una estética que intercala ficción y documental.

Su primer largometraje que no se basa en una historia verídica es Donde Cae el Sol (2002). Aunque se inspira en la relación que tenía él con su propio abuelo, este último trabajo de Alfonso de Grazia, demostraba que el realizador podía contar un pequeño cuento, con sencillez, sutileza, elementos amenos y cotidianos, pero sobretodo fluidez narrativa.

Con El Arbol comenzó la trilogía de “La Casa” que, sigue con Elegía de Abril y terminará con La Casa.

Recuerdo que para ejemplificar su pensamiento, Gustavo siempre nos hablaba sobre como estaba realizando El Arbol, en que se basaba para grabarla. Porque más allá del hecho de grabar a sus padres, y tener como actor fetiche a su propio hijo, el director utiliza elementos de su infancia que son palpables y se pueden conectar con el pasado de todos.

Y ahí está la verdadera conexión del director con el público. No, en lo que provocan las imágenes en el momento, sino en lo que cada uno conecta con sus películas. Sus obras no solamente son audiovisuales, sino que son palpables, tiene aromas reconocibles. Esa casa, ese árbol, esa familia, no es nuestra, pero de algún modo es nuestra propia familia.

Compañeros míos de la misma facultad donde da clases Fontán, Marcelos Scoccia y Cyntia Grabenja grabaron el corto La Mia Casa, ganador en el último Bafici, que justamente muestra lo mismo. Como el árbol familiar de uno se puede convertir en el nuestro, si reconocemos lo extra cinematográfico. Hablo de elementos que no necesitan explicaciones.

Es por eso que valoro Elegía de Abril y El Arbol sobre el resto de las películas de Fontán. Porque a pesar de que Donde Cae el Sol y La Madre, sus obras llanamente de ficción tienen el lirismo y la temática, de estos seudos documentales, están ausentes de aquello, por lo que el cine el Gustavo más me gusta. Como su historia es la mía.

En el medio de estas obras, también realizó un homenaje extraño y vanguardista sobre la vida de Juan L. Ortiz. Un trabajo más cercano al cine experimental: La Orilla que se Abisma. Un trabajo hermoso.

¿Por qué la hizo? Quizás la necesidad de que pase el tiempo… Ya que Elegía de Abril no se puede hacer en cualquier momento. Es una película sobre la espera…

“Salvador Merlino, fue poeta. Su poesía celebra lo sencillo de la vida, la belleza de lo simple y, a su vez, los aspectos más trascendentes del hombre”.

Esta es la definición que Fontán saca sobre su abuelo. Definición que quizas su nieto saque alguna vez de él. Elegía de Abril, a pesar de todo no es la historia de Salvador ni sobre el último libro del mismo. Sino una mirada sobre los que están vivos: sus hijos Mary (madre de Gustavo) y Carlos (el tío). A pesar de vivir juntos, Mary y Carlos están distantes. Les cuesta recordar la relación que tenían con su padre, y prefieren que su obra inédita, “Elegía de Abril” quede guardada en un ropero o se la lleve Gustavo. En el principio, el director sigue a ambos desde dos perspectivas: la suya y la de su hijo, Federico que graba todas las acciones con una cámara casera.

Pero pronto ambos, se cansan de “actuar” y Fontán se queda “sin película”. Por lo que resuelve llamar a dos actores profesionales para que “reemplacen” a su madre y su tío: Adriana Aizemberg y Lorenzo Quinteros. El trabajo de ambos, obviamente es impecable, aunque los verdaderos son mucho más emocionantes.

Al igual que en Aquel Querido Mes de Agosto de Miguel Gomes, se pasa del documental a la ficción en un paso. En el medio solo vemos al equipo técnico definiendo que van a hacer.

Pero la estética no cambia en sí. Es un cine contemplativo, donde las conclusiones no se explican. El espectador se convierte en miembro de la familia a nivel literal y tiene que sacar sus propias conclusiones sobre porque las personas con las que vive, se comportan siempre de la misma manera, porque se relacionan de la manera en que lo hacen, porque se comunican como se comunican. Fontán no da respuestas, y no esperen un final conciliatorio de su parte.

El cine de Gustavo no solamente es rico a nivel visual, no solamente es preciosista en cada plano detalle, sino que además tiene varios matices narrativos, capas que se van explorando sobre la memoria que se tiene sobre los muertos y el tiempo. Porque más allá de que se vuelva o no monótono el relato, lo verdaderamente admirable es la paciencia que tiene para realizarlo y la eficiencia que tiene al transmitirlo.

Un lenguaje sencillo, belleza en lo simple, que a la vez habla de los aspectos más básicos y trascendentes del hombre. Salvador Merlino hubiese estado orgulloso de él.

domingo, 17 de octubre de 2010

Elegía de abril: estreno en el cine Gaumont

Amigos:
A partir del 28 de octubre podrán ver ELEGIA DE ABRIL en el cine Gaumont!

Todos los que hicimos la película esperamos ansiosos el momento!
Si quieren pueden ver el trailer en http://www.elegiadeabril.com.ar/
Un fuerte abrazo a todos

Gustavo

Intérpretes
ADRIANA AIZENBERG, LORENZO QUINTEROS, FEDERICO FONTÁN, MARÍA MERLINO, CARLOS MERLINO

Guión y Dirección
GUSTAVO FONTÁN
Fotografía
DIEGO POLERI

Fotografia Fija
GUSTAVO SCHIAFFINO

Sonido
JAVIER FARINA

Montaje
MARIO BOCCHICCHIO

Director de Arte
ALEJANDRO MATEO
Productor ejecutivo
GUILLERMO PINELES
Asistente de dirección
JUAN GARCILAZO

Primero de Dirección
ALEJANDRO NANTÓN

Producción
TERCERA ORILLA, INSOMNIAFILMS e INCAA

domingo, 26 de septiembre de 2010

Los fantasmas materiales, por Roger Koza

Sobre Elegía de abril, de Gustavo Fontán, Argentina, 2010

“El cine es un arte de fantasmas, una batalla de espectros… Es el arte de facilitar que los fantasmas regresen”. La sentencia, extraña pero precisa, es de Jacques Derrida, el famoso filosófo de la deconstrucción. Así lo expresa en un film no lineal dirigido por Ken MacMullen, Ghost Dance (1983). Allí, Derrida se presenta como un fantasma, un ventrílocuo de otro mundo que habla a través de su cuerpo.

Lo que dice el autor de El animal que luego estoy si(gui)endo se aplica a la perfección al último film de Gustavo Fontán. Un libro surge de las cenizas: guardado en un placard por más de 50 años, Elegía de abril, del poeta Salvador Merlino, libro póstumo de un género casi póstumo, el poético, que siempre parece estar destinado a la postergación y al anacronismo, es redescubierto cuando la hija del autor decide revivirlo; o más bien testifica sobre su existencia para que otros decidan, eventualmente, sobre su precario futuro. En efecto, María no sólo establece una herencia y una posta, y una cierta responsabilidad que su hijo y nieto habrán de aceptar. Ella también se ha cansado de ser objeto, más que sujeto, de la película. Su extenuación ontológica decreta una sustitución estética. ¿Cómo seguir con un film en pleno desarrollo en el que la protagonista decide darse a la fuga?

Inclasificable e inestable, Elegía de abril muestra su autopoiesis. Lo que vemos, al menos, insinúa que Fontán está una vez más capturando pacientemente los avatares de un microcosmos familiar en el que él es parte de una tensión narrativa y existencial. Un libro deviene en una película, y en ese universo familiar el realizador entiende que se evoca un orden que excede lo doméstico: la memoria de su familia y la resistencia legítima por parte de su madre y su tío a reconstituir una existencia real y poética, la de Salvador Merlino, configuran un dilema universal. Puede ser que las memorias no sean exclusivamente placenteras. No se sabrá, aunque los dos testigos desean huir del objetivo de la cámara. La cámara caza recuerdos y el presente. Es un motivo recurrente: la captura de lo real, atrapar a los vivos y convertirlos luego en fantasmas materiales.

Aquí no se trata, como en El árbol, de decidir sobre la suerte de una acacia. Lo que está en juego, en esta ocasión, es la misma existencia de una película. En otras palabras, Elegía de abril cuestiona, entre otras cosas, la voluntad arqueológica del cine, el imperativo del registro, o el reencuentro con lo que ya ha sido y que el poder de una cámara puede llegar a resucitar. En el inicio del film, la madre de Fontán anuncia su retiro en pleno rodaje, y su hermano sintoniza ostensiblemente con este deseo. El cineasta expone el problema y la solución. A los veinte minutos llegarán los reemplazos. El supuesto documental sobre el hallazgo literario deviene en una ficción. Lorenzo Quinteros será el tío, y Adriana Aizemberg será la madre del director. La película muestra la llegada de los actores y sin previo aviso tomarán los lugares de los dos protagonistas. Todo se repite o, en realidad, se yuxtaponen lo real y su representación, y, eventualmente, la trama avanzará hacia algún lado, venciendo el complot de sus personajes iniciales.

En el cine reciente de Fontán puede divisarse una confrontación dialéctica entre una deriva narrativa (relato) y una poética del registro orientada a la experiencia perceptiva (contemplación). En La madre, un film que materializa a través de sus planos una depresión psicótica y un drama edípico, Fontán alcanza una nueva dimensión de su cine: su proclividad a la contemplación del tiempo se hilvana sensiblemente con un relato mínimo pero preciso. En Elegía de abril este desarrollo continúa y evoluciona en una dirección todavía más conflictiva. Diríase que el dilema ya no es solamente cómo inventar un modelo narrativo que no desestime ni traicione el ADN de su mirada, sino algo mucho más temible y caro para el director. La negativa de su madre a filmar y el doble registro desconcertante y arriesgado (la home movie, literalmente en manos de su hijo –una presencia poderosa en los dos últimos films–, evidencia una modalidad amateur en contraposición al virtuosismo formal característico de los camarógrafos de Fontán) son señales de que el sistema del realizador está en proceso de cambio. Es un pulso novedoso que late en el film; un espectador (o crítico) que desconozca las películas del director podrá creer que existe aquí una imperfección. Es cierto que no hay un equilibrio entra la desprolijidad de las imágenes del hijo oficiando como camarógrafo y la firmeza lúdica y lúcida de los característicos planos del director. Aquí, el montaje, la unión de una perspectiva de cámara con respecto a la otra perspectiva, no parece finamente articulado. ¿Es una debilidad del film? Posiblemente sí, aunque quizás exista en esa asimetría de composición un impulso destructor en el que se presiente otro orden de creación. Pero lo esencial pasa por otro lado: es el deseo de superar la familia como institución poética y Banfield como territorio simbólico. En Elegía de abril se inicia un viaje hacia otra parte. Es quizás demasiado temprano para saberlo. No se trata de la elegía del abuelo, sino de la elegía del propio realizador con su propia herencia sensible.

Es por eso que Elegía de abril es un film de fantasmas. La casa es una entidad, una bóveda en donde el pasado reposa en los objetos, las paredes, las cortinas, las copas, los platos. El rigor del plano detalle constituye un idioma de los objetos. La única figura viviente fuera de esta prisión simbólica es el gato de la casa. En ese sentido, la casa hasta posee una sonoridad. Hay una música concreta y pretérita por la que suena más el pasado que el presente. El bellísimo plano en el que la abuela “falsa” de Fontán es observada tras el vidrio irregular de una puerta va tomando preponderancia. Lo real se despedaza, pierde su nitidez, y una ontología onírica, quizás suprasensible, desplaza la representación realista de un hogar cotidiano.
Hacia el final, el film alcanzará instantes sublimes y fantasmales. Varios espectros femeninos imponen discretamente una textura difusa. Son apariciones, inexplicables y misteriosas, como los últimos planos, en los que una niña juega con su padre. En efecto, las últimas imágenes de Elegía de abril ya no parecen humanas. Es que Fontán va preparando esta epifanía de otro mundo, una intuición del paso a un territorio de donde nadie ha regresado para describirlo. Algunos movimientos veloces en zig-zag en donde las apariciones repentinas de su madre se confunden con las de la actriz que la ha reemplazado van enrareciendo el orden de lo visible y el mundo ordinario. Es un método, un tránsito de lo ordinario a lo extraordinario.

¿Alguna vez Fontán confrontará con la Historia? ¿Podrá su sensibilidad como cineasta traspasar el resguardo de la intimidad y lo doméstico? ¿Dejará Banfield y encontrará otro cosmos, más conflictivo, menos protegido por la austeridad casi monacal que destila su cine? Un gran cineasta como Sokurov filmó la muerte de una madre, pero también supo contar la secularización de una deidad japonesa. Los grandes cineastas se imponen desafíos. Fontán tiene un camino, pero su destino es felizmente incierto. Y es un gran cineasta, a pesar de que su cine todavía no ha sido reconocido del todo, y mucho menos visto.
Roger Koza