Duración: 65 minutos. Calificación: para todo público.
Por Claudio Minghetti
En El árbol , Gustavo Fontán no adapta obra literaria, poesía o pintura alguna, sin embargo consigue reflejar, como en un poema o una pintura, la poesía que el tiempo, de manera inexorable, imprime a los rostros y a los cuerpos, en este caso los de sus padres, igual que a los árboles.
La obra de Fontán tiene un registro que podría definirse como documental pero, a la vez, queda en claro que es una representación de la realidad en la que sus padres, María y Julio intercambian posturas opuestas frente al destino de un par de acacias plantadas en la vereda de su casa, en Banfield. Uno de esos árboles, según la conclusión de la mujer, está seco, no tiene futuro; y puede ser peligroso para los que caminan por allí. Para su esposo, que lo plantó cuando nació uno de sus hijos, ese mismo árbol tiene todavía esperanzas de seguir vivo.
Trabajo obsesivo
"¿Hay entre los árboles una dicha pálida,/final, apenas verde, que es un pensamiento/ya, pensamiento fluido de los árboles,/luz pensada por estos en el anochecer?"
dice un poema de Juan L. Ortiz (de El alba sube , 1937), con el que Fontán abre su relato, el que cumple la función de abrir camino a su propia metáfora acerca del paso del tiempo en esos seres queridos y aquel árbol, los mismos que lo acompañaron en su niñez y juventud.Fontán recurre al esquema de Erice en El sol del membrillo al tomar apuntes acerca del discurrir del tiempo. Mientras el cineasta español siguió cuerpo a cuerpo a López mientras tomaba como modelo a un membrillo del jardín de su casa tal como era iluminado en un momento preciso, trabajo que se convirtió para uno y otro en una obsesión, el argentino sigue a sus padres y esos árboles, de acuerdo con las diferentes luces y colores de las cuatro estaciones, en un rodaje que duró dos años: los acaricia con su mirada.
También tiene papel protagónico la banda de sonido, sus ruidos apenas perceptibles, las voces, el agua que fluye de diferentes formas, responsabilidad de Javier Farina.
En El árbol no hay palabras de más ni de menos, tampoco imágenes que no cumplan un papel dentro de un todo que se va completando y ajustando minuto a minuto, y cada reflexión tiene que ver con la excusa elegida por el director para hablar del paso del tiempo, un tema que le preocupa, como a todos, incluso más que la muerte.
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