sábado, 5 de noviembre de 2016
martes, 11 de octubre de 2016
El limonero real” y las texturas de la literatura y el cine

El limonero real, publicada en 1974, es una de las novelas centrales en la obra del escritor argentino Juan José Saer. En ella, el autor tensa hasta sus límites la cuerda de su estilo: poético, circular —o, mejor, en espiral—, tejido con frases largas cuya musicalidad construye una armonía sin fisuras, reiterativo, como si se planteara el desafío de construir un texto sobre la base de la acumulación, una acumulación que llega al borde del vaso pero no vuelca ni una sola agota, no es excesiva, no satura.
La novela se abre y se cierra y se estructura sobre una frase: “Amanece y ya está con los ojos abiertos”. Las acciones que narra a lo largo de sus casi trescientas páginas son mínimas: algunos habitantes de una islita perdida del río Paraná, en Argentina, se reúnen para celebrar el fin de año. Asan un cordero, lo comen, bailan. A Wenceslao, el protagonista central del relato, lo acosa la muerte de su hijo, ocurrida seis años antes, y la ausencia de su mujer, incapaz de salir del luto que la embarga desde entonces. Eso es todo.
Dice la solapa de la edición que tengo en mis manos (Planeta, Barcelona, 1974) que “lo temático como protagonista da paso a la aventura del lenguaje”. Dice el narrador a poco de iniciada la novela:
“Cuando la fuerza de su pensamiento era demasiado violenta, el Ladeado recurría a la palabra para disminuir la presión: pensaba en voz alta y el pensamiento, aunque no dejaba de estar presente, se hacía invisible, oculto por la palabra que al mismo tiempo delataba su presencia, como esos vidrios tan limpios que no se hacen visibles más que por el reflejo de la luz sobre ellos”.Por momentos da la sensación de que la escritura de Saer es eso mismo: luz que brilla sobre un pensamiento tan fuerte que necesita ser puesto en palabras.
Resulta difícil imaginar una versión cinematográfica del Ulises. O de Rayuela, de Cortázar, o de La vida instrucciones de uso, de Perec, o de la mayoría de las novelas donde la acción narrada es mucho menos importante que los juegos con el lenguaje y las estructuras. El limonero real pertenecía, creía yo, a ese conjunto de novelas muy difíciles o casi imposibles de llevar a la pantalla grande. Por eso me sorprendí tanto cuando supe que alguien acometió esa tarea.
Ese alguien fue Gustavo Fontán, un cineasta argentino que leyó a Saer por primera vez a los veintipocos años. Dos novelas: Nadie nada nunca y El limonero real. “Devoré esos libros sin entenderlos bien —dijo en una entrevista reciente—. Con los años, tomé conciencia de que Saer se hace cargo de la pregunta ‘qué es narrar’ y plantea un encuentro entre narrativa y poesía que me deslumbró. Luego estudié cine, quise hacer películas según lo que te enseñan, sentí que eso no me funcionaba y empecé a pensar en Saer y en que uno debe preguntarse constantemente ‘qué es narrar’”.
La web de la película pone énfasis en una cita de Saer, tomada de un artículo titulado “Razones”, de 1984:
“El mundo es difícil de percibir. La percepción es difícil de comunicar. Lo subjetivo es inverificable. La descripción es imposible. Experiencia y memoria son inseparables. Escribir es sondear y reunir briznas o astillas de experiencia y de memoria para armar una imagen determinada, del mismo modo que con pedacitos de hilos de diferentes colores, combinados con paciencia, se puede bordar un dibujo sobre una tela blanca.”Ese párrafo de alguna manera resume la poética de Juan José Saer. En el mismo texto —escrito como respuesta a las preguntas de una entrevista que, por escrito, le hizo llegar la profesora María Teresa Gramuglio— el escritor citaba a Kierkegaard para referirse a la diferencia entre acordarse y recordar. Mientras la primera es una acción simple (“nos acordamos de que tenemos una cita mañana, de que el año pasado estuvimos en el campo”), la segunda “consiste en revivir lo vivido con la fuerza de una visión”. Y Saer afirma que su esfuerzo se propone agotar esas “imágenes complejas del recuerdo” a través de la escritura.
“Tal vez (es una simple suposición) mi insistencia en los detalles proviene de un sentimiento de irrealidad o de vértigo ante el espesor infinito de esas imágenes. Más que con el realismo de la fotografía, creo que el procedimiento se emparienta con el de ciertos pintores que emplean capas sucesivas de pintura de diferente densidad para obtener una superficie rugosa, como si le tuviesen miedo a la extrema delgadez de la superficie plana.”Gustavo Fontán sale airoso en su proyecto de llevar El limonero real al cine porque, a su manera, cumple con ese precepto. La película adquiere la densidad necesaria a través del uso de la luz y de la sombra, del fuera de campo, de las metonimias en forma de planos detalle, de los múltiples planos sonoros, de las imágenes fuera de foco que dominan la pantalla y apenas permiten entrever lo que sucede detrás de ellas, lo que vendría a ser la acción principal. Así es como escapa a “la extrema delgadez de la superficie plana” y logra las texturas más apropiadas, una superficie rugosa, su respuesta al interrogante de cómo llevar al cine una novela como esta.
Es también una manera de hacerse cargo de la pregunta: ¿qué es narrar? Y del desafío que implica contar una historia en la que no pasa casi nada. Es entonces cuando la aventura del lenguaje —literario, cinematográfico, el que corresponda— asume el rol protagónico. Por supuesto, si alguien llega a la película en busca de acciones o conflictos que exijan una resolución, se aburrirá mucho. De lo que se trata es de encontrar belleza en una historia mínima, como se la encuentra en una islita perdida del río Paraná o en un dibujo sobre una tela blanca hecho con pedacitos de hilos de diferentes colores que alguien ha combinado con paciencia.
Publicado en www.letraslibres.com
jueves, 15 de septiembre de 2016
Festivales: Fontán y Piñeiro entre los primeros anuncios del 23 FICValdivia
Hermia & Helena, de Matías Piñeiro, y El limonero real, de Gustavo Fontán, forman parte de las galas del la 23 edición del Festival de Cine de Valdivia (FICValdivia), que se realizará en esa ciudad de Chile entre 10 y el 16 de octubre.También habrá una retrospectiva de María Alché.
Este año el Largometraje de Apertura es Como me da la gana II, de Ignacio Agüero, película que se exhibirá en carácter de Premiere Internacional en el festival. Cabe recordar que el film ganó recientemente el Festival de Cine de Marsella.
En este nuevo documental, el destacado autor vuelve a interrumpir los rodajes de cineastas, pero no para preguntarles lo que preguntaba hace treinta años en Como me da la gana I sino para saber qué es lo propiamente cinematográfico en lo que filman.
En tanto en la Ceremonia de Inauguración se exhibirá el cortometraje Cantar con sentido, de Leonardo Beltrán, también en Premiere Latinoamericana, una película de animación con técnica stop motion, que muestra la vida de Violeta Parra. Así FICValdivia se anticipa a la celebración del centenario de la artista más grande de nuestra historia, a conmemorarse el 2017.
Como Largometraje de Clausura será exhibido en Premiere Latinoamericana Oublis, regrets et repentirs, de Boris Lehman, uno de los autores de cine en primera persona más importantes de la historia pese a ser un desconocido en Latinoamérica. En su última película Lehman desarrolla con su particular sentido del humor una reflexión sobre el cine, el arte, la vejez y las conversaciones con amigos y desconocidos. Un tributo entrañable al ocio y a la posibilidad de encontrar algo en donde el resto no ve nada.
Los cineastas invitados que exhibirán su filmografía en Valdivia serán Bill Morrison, Joel Potrykus, Roya Eshraghi y la argentina María Alché (¿Quien se metió con Mayra? 2007, Noelia. 2012, Gulliver. 2015, Signs of a Struggle, 2015, e Invierno 3025. 2016)
Además, FICValdivia realizará un homenaje al destacado cineasta Patricio Guzmán, figura emblemática del cine documental al cual se le entregará el Pudú a la Trayectoria en reconocimiento a su labor. La prestigiosa revista Sight and Sound invitó a críticos y cineastas de todo el mundo a elegir los mejores documentales de la historia.
La sección Gala, que reúne todos los años las últimas películas de los grandes maestros del cine contemporáneo, estará integrada por El viento sabe que vuelvo a casa, de José Luis Torres Leiva; O ornitólogo, de João Pedro Rodrigues; El limonero real, de Gustavo Fontán; Hermia & Helena, de Matías Piñeiro; La muerte de Luis XIV, de Albert Serra; The Dreamed Ones, de Ruth Beckerman; Sieranevada, de Cristi Puiu, y Three, de Johnnie To.
En su edición 23 FICValdivia presenta la nueva sección “Nocturama” que reúne lo gracioso, lo bizarro y lo extremo en una muestra de películas que serán los clásicos de culto del futuro.
Para el estreno de esta muestra se ha escogido el film coreano más taquillero en la historia de ese país y presentado fuera de competencia en el pasado Festival de Cine de Cannes: Train to Busan, de Yeon Sang-ho, que se exhibirá en Premiere Latinoamericana.
domingo, 28 de agosto de 2016
Adaptar un libro al cine es un acto amoroso y violento
"Adaptar un libro al cine es un acto amoroso y violento"
En diálogo con Más, el director
de El limonero real, Gustavo Fontán, revela cómo fue trabajar con el
texto de Saer y filmar en los escenarios donde realizó la película que
se estrena en el Festival de Cine Latinoamericano.
Según sostiene Raúl Beceyro en un libro publicado
hace poco por la Universidad Nacional del Litoral, si hasta ahora tres
de las cuatro películas argentinas basadas en textos de Juan José Saer
habían sido realizadas en Santa Fe por discípulos del escritor, ha sido
por la influencia que éste ejerció en quienes fueron sus alumnos en el
Instituto de Cinematografía de la UNL en los años 60 (de allí provendría
el interés en su obra de Nicolás Sarquís, Patricio Coll y el propio
Beceyro, directores de Palo y hueso, Cicatrices y Nadie nada nunca,
respectivamente). En dicho libro recuerda también que Saer, más allá de
su experiencia como guionista, fue un cinéfilo que seguía a Sidney
Lumet, aprendió a valorar a Lindsay Anderson y Andrei Tarkovski, y
evaluaba las virtudes de Tim Burton.
Gustavo Fontán (1960,
Banfield, provincia de Buenos Aires) no fue alumno de Saer, pero muchos
consideran atinado que sea el responsable de una nueva versión
cinematográfica de otra de sus obras. Cineasta reflexivo, artista
sensible, se ha ocupado con nobleza, en distintos trabajos documentales y
experimentales, de escritores y poetas como Juan L. Ortiz, Leopoldo
Marechal, Macedonio Fernández, Jorge Calvetti y Jacobo Fijman, e incluso
en algunas de sus ficciones, como la maravillosa El árbol (2006) o la
más reciente El rostro (2013, filmada en Entre Ríos), donde supo
materializar algo de la vitalidad y el misterio propios de la poesía,
sin artificios de póster ni aforismos en voz alta.
Filmada el
año pasado en el barrio santafesino de Colastiné —donde Saer tenía una
casa y se desarrolla la novela— su versión de El limonero real contó con
Germán de Silva (protagonista de Las acacias y visto también en El
patrón, radiografía de un crimen y Relatos salvajes, entre otros filmes)
para Wenceslao, Eva Bianco (actriz de Cuatro mujeres descalzas y Los
labios) para Rosa, Rosendo Ruiz (el realizador cordobés de De caravana,
debutando como actor) para interpretar a Rogelio, el niño Gastón
Ceballos para El Ladeado y Patricia Sánchez para dar vida a Ella, la
ensimismada mujer de Wenceslao. El recuerdo de un hijo muerto en
trágicas circunstancias envuelve con un manto sombrío la vida cotidiana
de este grupo familiar, habituado a convivir con la exuberante
naturaleza del Litoral.
La película de Fontán es una
experiencia sensorial y una fructífera búsqueda de comprensión del mundo
de estos personajes, antes que un rígido homenaje a su autor.
Descartando elementos de la novela que hubieran desviado el clima
propuesto —como la graciosa discusión que mantienen pobladores en un bar
acerca de qué inundación fue peor—, la versión cinematográfica se sigue
con la atención puesta en los detalles que hacen a estas vidas marcadas
por rutinas sencillas a orillas del río, atravesadas por dudas y
remordimientos.
A pocos días del estreno nacional de El
limonero real —que en nuestra ciudad se exhibirá el próximo viernes en
el cine El Cairo, abriendo el 23er. Festival Latinoamericano de Cine de
Rosario (ver página 12)—, Más dialogó con su director.
—¿Recordás cuándo leíste por primera vez El limonero real?
—Sí, claro. Yo estudiaba Letras en la UBA. Saer no formaba parte de
los programas, pero un profesor, no puedo acordarme quién, dijo que
había que leerlo. Algo como un imperativo categórico. Es curioso, no
recuerdo el autor del mandato, sólo el mandato. Y lo leí. Dos novelas en
ese entonces: Nadie nada nunca y El limonero real. Y esa experiencia
fue alucinógena.
—¿Qué te impactó del texto?
—Ese primer contacto fue pura empatía. Recuerdo la persistencia de un
texto meses después, sin reflexión sobre eso. Años después conocí el
Paraná. Esa otra experiencia, la de la visión inquietante de ese cauce y
las orillas, la experiencia de la luz sobre un paisaje, de tono menor
si se quiere comparado con el mar o las altas montañas, el contacto con
la gente de las islas, fue de nuevo impactante. Ir en un bote, en
silencio por los canales o por el río abierto, producía en mí un
sentimiento nuevo, una salida del tiempo hacia un abismo, no visible y
poderoso. Sentí que había visto todo eso alguna vez, y ese
acontecimiento se curvó hacia un antes de lecturas y un después de cine.
—En la novela las voces narradoras van cambiando. ¿Cómo resolviste esas variaciones del punto de vista?
—Adaptar es un acto cargado de tensiones. Podríamos pensarlo como un
acto de doble signo: amoroso, por un lado, por el amor a un texto, el
reconocimiento de esa huella que un texto deja en nosotros para siempre,
y, por otro, cargado de violencia. Es a partir de un texto, pero sólo
desprendiéndose de ese texto que puede nacer la película. Por lo tanto,
desde el comienzo sabía que intentar reproducir la variedad de voces
narradoras o el arco temporal o los múltiples recursos que despliega
Saer, maravillosamente, en su novela, era un acto demencial. Es a partir
del texto, sí, pero con un recorte posible y con la convicción de
llevar adelante una creación nueva que se apoye en sus propias
decisiones. La película, para ser, debe olvidarse del texto del que ha
nacido.
—La novela de Saer contiene minuciosas
descripciones que transmiten sensaciones de desánimo, tristeza y
resignación. La película parece expresar eso con planos de los actores
de espaldas, desplazamientos cansinos de la cámara, percepción de las
texturas.
—Hay un centro narrativo del texto muy poderoso:
Ella, la mujer de Wenceslao, se niega a asistir a la reunión familiar
del 31 de diciembre porque está de luto por su hijo, su único hijo,
muerto seis años atrás. Se niega a ir a pesar de la insistencia de su
marido, de sus hermanas, de sus sobrinas, y sólo dice eso por toda
explicación: "Estoy de luto". Ese núcleo narrativo, esa negación que
provoca movimientos concéntricos a su alrededor, configura la estructura
de la película. La emotividad se posiciona en Wenceslao, en su
subjetividad, en el modo que vive esta doble ausencia: la de su mujer y
la de su hijo. Rosa, la hermana de Ella, la va a buscar después del
almuerzo, y vuelve enojada porque no la consigue convencer. Wenceslao le
pregunta: "¿Qué hacía?". "Ni mierda", responde Rosa, y agrega: "Debería
haber ido y enterrarse con él". Y Wenceslao le contesta: "Ella no, yo".
Hay que seguir, la vida sigue para Wenceslao y todos ellos. Pero
Wenceslao no puede dejar de preguntarse a cada momento si alguna vez le
perdonará el hecho de estar vivo.
—Casi no hay primeros planos y los personajes aparecen como figuras confundidas con el paisaje. ¿Qué procuraste con eso?
—No hay una explicación parcializada para cada elemento de la puesta
en escena. Todas las decisiones se hacen cargo, sin ostentación, de la
emotividad que intentamos construir. No sé por qué pensábamos que ese
hombre que vive cada momento del día con esa duda —¿podrá Ella
perdonarlo alguna vez por estar vivo?—, con la tensión inevitable entre
la vida y la muerte, con la carga de esas dos ausencias, debe ver todo
por el rabillo del ojo.
—Un leve zumbido casi permanente recorre el filme. ¿Cómo trabajaron la banda sonora?
—La realidad no puede ser pensada y percibida más que como algo
imperfecto. Las suturas entre los planos de imágenes o entre el plano de
imagen y el plano sonoro son sólo aparentes. Por todos lados se cuela
el misterio. Como si el mundo estuviese rasgado. El trabajo de Abel
Tortorelli en el sonido de la película es de una profunda sensibilidad,
se preguntaba y me preguntaba constantemente qué y cómo escucha
Wenceslao. Las capturas de sonidos, las decisiones de qué se escucha en
cada momento, cómo se lo mezcla, significa recorrer y descartar posibles
respuestas a esa pregunta. Por otro lado, el sonido le da la
respiración definitiva a la película, su dimensión musical.
—Es notable la verosimilitud en las conversaciones, sin el
costumbrismo habitual en las ficciones de nuestro cine y nuestra TV.
¿Cómo trabajaste para lograr esa autenticidad, nunca subrayada, desde el
guión y con los actores?
—Los diálogos son una parte más de la
poética general de la película y deben responder al tono y a la
austeridad con la que pensamos todo. Para representar a los distintos
personajes de El limonero real trabajamos con una mezcla de actores y no
actores. Germán de Silva, Eva Bianco y Patricia Sánchez son actores con
mucha experiencia. Rocío Acosta tiene formación actoral. Los demás, en
cambio, no son actores. El trabajo central estuvo en amalgamar la
representación de todos ellos. Y estoy feliz con lo que cada uno le
aporta a la película.
—Saer ha definido al río como
una frontera y al mismo tiempo un lugar con vida propia, un símbolo muy
antiguo, una metáfora del tiempo. ¿Cómo lo ves vos?
—Las
dimensiones simbólicas son inevitables para algunas lecturas. Luego, a
la hora de filmar, el río, un árbol o un rostro son tan solo fragmentos
de materia para construir una imagen. Y con esa intención filmamos cada
plano.
—Como en la literatura, en el cine lo lírico suele ser
resistido. Muchos esperan de una película sólo que narre una historia de
manera clásica; a vos, sin embargo, te interesa explorar otras
posibilidades. ¿Cómo te llevás con eso?
—Como los más grandes
artistas, Saer se pregunta por el lenguaje. Se hace una pregunta que
podríamos pensarla como elemental pero no lo es: si voy a escribir
narraciones, ¿qué significa narrar? Esta pregunta es profundamente
política porque se vuelve rebelde a los supuestos y a los discursos
cristalizados, y entiende la literatura y la cultura como un campo de
tensiones. La idea de la cultura como algo hecho, positivo, le provoca
una reacción lógica: yo con esto no tengo nada que ver. Entre esa
pregunta y la construcción de la obra, Saer toma una posición: borrar
los límites entre narración y poesía. La sencillez de este enunciado
puede encontrar la verdadera dimensión, la más profunda y compleja, en
la lectura de sus libros. Experiencia nueva, inédita de lectura, y por
lo tanto exigente. Como si debiéramos también nosotros aprender a leer.
Personalmente, si pienso en el cine que me interesa hacer, me gusta esa
idea de una simbiosis entre la narración y la poesía. Y por otro lado,
creo que no se puede hacer una película sin volver a preguntarse cada
vez por el lenguaje.
—¿Cómo fue la experiencia de haber filmado en Santa Fe?
—Muy buena. A orillas del río construimos los tres ranchos de la
película. Lo agreste de la zona, la presencia del río, la luz, esa
intemperie, están ahí. No imagino El limonero real sin esa presencia del
espacio y del tiempo de ese espacio. Meses después de terminar de
filmar me mandaron unas fotos: los ranchos, por la crecida, estaban bajo
el agua. Era una imagen muy triste. Creo que filmamos todo el tiempo
con la conciencia de ese riesgo, de ese sentido de intemperie. Por otro
lado, estamos muy agradecidos por la ayuda y el apoyo que se nos dio
para que la película se llevara adelante, tanto de los organismos
santafesinos que colaboraron como de muchos habitantes que de un modo u
otro participaron. Olga Aranda, por ejemplo, coordinadora del Solar
Cultural de La Guardia, una pequeña localidad cercana a Colastiné, nos
ayudó a buscar actores. Le decíamos: precisamos un chico de unos doce
años, con tales características. Entonces pensaba unos instantes y
enseguida salía a recorrer las casas de la costa y del barrio. Volvía al
rato, con dos o tres chicos posibles. Y siempre acertaba. Resultado de
su ayuda son, además de algunos adultos, los cuatro niños de la
película. Estamos agradecidos infinitamente con Olga y orgullosos de
nuestros niños actores.
Entre el silencio y una húmeda luz
"No
ha dicho una sola palabra ni tampoco ha llorado. Se ha limitado a
moverse con gestos mecánicos, ausentes, y a dejar que su vestido negro
centellee en los contornos de su figura a la argéntea y húmeda luz de
julio. Wenceslao, mientras rema, la mira de vez en cuando, preguntándose
si alguna vez le perdonará el simple hecho de estar vivo." (Juan José
Saer, El limonero real)
Ficha técnica
Intérpretes:
Germán De Silva, Eva Bianco, Patricia Sanchez, Rosendo Ruíz, Rocio
Acosta, Gastón Ceballos. Guión y dirección: Gustavo Fontán. Productores:
Guillermo Pineles, Gustavo Schiaffino, Alejandro Nantón. Fotografía y
cámara: Diego Poleri. Sonido: Abel Tortorelli. Montaje: Mario
Bocchicchio. Director de arte: Alejandro Mateo. Productor ejecutivo:
Guillermo Pineles, Laura Mara Tablón. Dirección de producción: Mabel
Ciancio. Jefe de producción: Gianni Tosello. Fotografía fija: Gustavo
Schiaffino. Asistente de dirección: Alejandro Nantón. Primero de
dirección: Martín Vilela. Producción: Insomniafilms, Tercera Orilla,
Incaa. Web: http://www.ellimoneroreal.com.ar.
Fernando Varea / ESPECIAL PARA MÁS
Estreno de El Limonero Real - 1º de Septiembre de 2016

“El limonero real”, adaptación de la novela homónima de Juan José Saer se estrena el próximo 1 de septiembre en varias localidades del país.
Pueden seguir toda la información en www.ellimoneroreal.com.ar o
en la página de facebook El limonero
real – Película
Mientras tanto compartimos con ustedes el tráiler.
Gustavo
viernes, 27 de mayo de 2016
DIARIO DEL FUMIGADOR DE GUARDIA
Durante algunos años he leído y releído Diario del fumigador de guardia del poeta entrerriano Arnaldo Calveyra con la intención de hacer una adaptación cinematográfica. Llené algunos cuadernos con notas e intenciones.
Me había propuesto hacer cine con lo que se tiene a mano, con lo que se deja mirar, con las cosas y la intensidad que surge de las experiencias. Y el texto de Calveyra es resultado de una convicción y un procedimiento semejante: transforma lo que lo rodea, lo contiguo, una porción de lo real, en poesía. Y sus imágenes dejaron siempre huella en mí. Pero pasó el tiempo, y también hay tiempo para las películas.
Y el Diario del fumigador de guardia ha quedado varado en un centro luminoso o, mejor, ha derivado en otras películas, en una pura materia fluvial.
Así podría haber sido la sinopsis de esa película y su probable comienzo:
A modo de Sinopsis
Hacia 1951 el poeta Arnaldo Calveyra realiza un trabajo particular: fumiga los buques que llegan al puerto de Ensenada.
Calveyra, y esto es lo que nos interesa, transforma esa experiencia de gas y de ratas, de hierros viejos, domingos tristes y muerte, en un libro de una belleza inconmesurable: Diario del Fumigador de guardia.
El propio Calveyra lo cuenta: “En Ensenada había un muelle de fumigación. Yo leí un aviso en un diario, me presenté y me tomaron. Por el contacto con el gas, no se podía trabajar más de dos horas. Trabajé todos los sábados y domingos durante dos o tres años. Ahí fui escribiendo el libro. La primera versión es del 1951. Hacia 1953, el libró quedó guardado, pero en el fondo de la casa había un arroyo y cuando vinieron los militares canalizaron el puente que pasaba delante de la casa y se inundó todo.
Y el original quedó en ese baúl medio mojado, hasta que lo encontré en 1983 en un viaje a Argentina; así que me lo llevé a París tras treinta años de olvido, lo releí, vi que en ese texto había cosas vivas, lo reescribí y lo limpié”.
La primera versión del libro es del 51. Treinta años después, lo reescribe y lo edita.
Ahora, un nuevo ciclo se ha cumplido: a treinta años de ese momento, a sesenta de la experiencia original de Calveyra, volvemos a los lugares originales, guiados por el libro, a mirar lo que queda: un resabio de aguas y casuarinas, un desliz de luz sobre hierros y viejas cubiertas de barcos, las maderas rotas de los muelles, algún café que mira al río, y recoge el silencio de los atardeceres, y el botero y los rostros de los trabajadores…
Todo con una intención:
“ir con la medida de aquel patio que sabes a ese lugar desconocido”.
A modo de comienzo:
El río, sólo la noche y el río, como una placa indescifrable. Lentamente aparece alguna vibración en el agua. La luz del alba transforma esa placa, le otorga matices y texturas. Hasta que al fin es agua. Luz y agua.
Calveyra (off)
El presente siempre llega, el maná del presente siempre llega, las bocinas del remolcador más lejos.
Desde la pasarela de mando el capitán parece estar balconeando el arrime, es una fiesta del pensamiento, y nosotros desde lo alto, interrumpidos en pleno vuelo, observamos a ese detenido, un hombre rubio afeitado de recién.
Somos cinco los que subimos por la escalera de emergencia, ya le echamos un último vistazo a las máscaras y a las recomendaciones alegres. Los médicos, rodeados de curiosos, en este momento miran hacia allá.
Salgo por la portezuela de enfrente, los demás compañeros convergen por la de la derecha, las espaldas en formas de hoces a punto de segar, ya no tenemos cara, cara ya no tenemos al enfrentarnos brevemente.
(Publicado originalmente en la revista LAS NAVES N°3)
sábado, 26 de marzo de 2016
EL LIMONERO REAL, a un año del rodaje

El colastiné
El 10 de marzo se cumplió un año del inicio del rodaje de EL LIMONERO REAL.
El 10 de marzo se cumplió un año del inicio del rodaje de EL LIMONERO REAL.
Durante cuatro
semanas rodamos a orillas del río Colastiné, en la Provincia de Santa Fe. Los
tres ranchos fueron construidos para la película siguiendo las viejas técnicas
del uso del adobe.
Conocíamos los riesgos de inundación en la zona, esa amenaza
permanente. Nos arriesgamos, construimos los ranchos junto al río y el agua nos
acompañó mansa ese tiempo de orilla.
Hace unos meses el río se ha desbordado y
los ranchos están bajo el agua. Y quizás pronto no quede huella de ellos. Hace
un año arrancábamos el rodaje con esa conciencia de intemperie; conciencia que
nos acompañó durante todo ese tiempo y nos acompañará ya para siempre.

Para encarnar los distintos personajes de “El limonero real” elegimos actores (con formación y experiencia actoral) y no actores.
Uno de los no actores es Carlos, de profesión albañil.
Una mañana, Carlos se acercó al lugar donde estábamos construyendo los ranchos
y me dijo que quería actuar en la película. Me impactó su rostro, eso inefable
que tienen algunos rostros.
Le expliqué, de todos modos, que precisaba hacerle
una prueba con cámara y combinamos un horario para que esa tarde se acercara al
Solar Cultural La Guardia, en una localidad cercana. Carlos no fue. Nos
sorprendió porque estaba muy decidido. Intentamos comunicarnos varias veces con
el número de teléfono que nos había dejado, pero fue inútil.
Nos dejaba cierta
tristeza su ausencia, había algo inexplicable en lo que había pasado. Al otro
día, cuando volvíamos al lugar, lo encontramos parado al costado de la ruta,
nos esperaba desde hacía un buen rato.
Nos explicó que nunca había encontrado
el Solar y que había caminado de una punta a la otra del pueblo, infinidad de
cuadras buscándonos durante toda la tarde.
Esa caminata, esa espera al costado
de la ruta, su rostro y todo él, alimentan la película. En “El limonero real”,
Carlos Daniel Linches es Agustín.
domingo, 28 de febrero de 2016
EL CINE Y LO REAL

Durante los momentos que compartimos, los
trabajadores de la empresa de demoliciones me explicaron con lujo de
detalles cómo y dónde golpear para
que una franja del cielorraso caiga
entera, o en cuánto tiempo se levanta la
madera del piso de alguna habitación, tratando de no dañarlo. También, con una
perplejidad que duraba y los afectaba, me narraron algunos hallazgos. Por ejemplo,
en una casa que habían demolido encontraron una bodega en el sótano donde quedaba una botella
de vino de 1964. O en otra, los antiguos propietarios habían dejado en el ropero dos vestidos de fiesta.
Pienso entonces en el cine. Estoy seguro de
que las películas que me interesan tienen un poder similar. Esa disrupción, ese
desajuste con el mundo y con la serie, es portadora de una carga de extrañeza
que pone en cuestión las costumbres y nuestro saber sobre las cosas. Hay algo
vital en ese corrimiento, algo que nos moviliza y nos interpela.
No
quiero pensar en la serie, en la infinita multiplicación de películas
idénticas, ni en el aparato sofisticado que sostiene y define las
características de la serie, incluso los
límites de la serie, las transgresiones posibles. No quiero pensar en las
consecuencias feroces de la serie sobre nuestra percepción, nuestras ideas y
nuestras emociones. Quiero pensar en esas otras películas, rebeldes y honestas,
desajustadas del mundo. Encuentro en ellas un gesto profundamente político.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)