viernes, 2 de agosto de 2013

VISTO Y OÍDO (En un viaje en tren)




El hombre entibia dos mandarinas al sol. Las apoya en el marco de la ventanilla, con cuidado, como si algo importante e invisible se jugara en ese acto. Después de un rato las gira y las cambia de posición: una ocupa el lugar de la otra. Las observa unos instantes; después se olvida.

-No me llamó, desde el año pasado no me llama. Te lo dije: para mí los años pares son inmundos.
 
La mujer tiene unos ojos oscuros  que sobresalen en su cara delgada, y  aunque los párpados parecen pesarle los mantiene  abiertos. Por momentos baja la mirada hacia su bebé dormido y la deja allí un rato, como si acariciara la cabeza  del pequeño, pero casi todo el tiempo tiene la mirada perdida en el afuera. No parece  mirar nada en especial sino simplemente entregarse  al movimiento y fugarse  ella también en la fuga de todo. Parece venir de un viaje infinito.

Ahora, vuelve nuevamente la mirada hacia su hijo, y ahí se quedan sus ojos. De pronto, fugaz, inesperada, se le dibuja una sonrisa en los labios que restituye la esperanza, un antes y un después gozoso.
-Se lo dejó a la vecina y cuando la vecina se lo devolvió estaba muerto.
Un conjunto de árboles: se pierde y deja una huella

Un perro viejo, flaco, camina de una punta a la otra del vagón, como si buscara su sitio.

-Hoy no. (Silencio). Te dije que hoy no 

Hay dos niños en el andén, casi de la misma edad, envueltos en larguísimas bufandas azules. Casi iguales los niños y las bufandas. Las puertas del tren se abren, están a dos pasos de ellas, pero no suben.  Inmóviles, miran hacia el interior del vagón con cierta nostalgia. Uno de ellos levanta la mano de pronto, simplemente levanta su mano derecha y saluda; se diferencia del otro.

A veces los rostros se reflejan en las ventanillas. A veces no.

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