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Hay
una hermosa foto en la edición de los Cuentos Completos (Universidad Nacional de entre Ríos, 2006): Manauta
está junto a Juan L. Ortiz sobre una pequeña colina a orillas del río Gualeguay.
Los dos,
vestidos con ropas claras, parecen levantarse sobre todo, casi rozar el cielo,
pero a su vez, los dos tienen los pies hundidos (fundidos) en una masa
oscura y redondeada de tierras y de
plantas.
Juan
L. Ortiz escribió alguna vez sobre el Manauta que escribía sus primeras cosas:
“Su elegía no está sólo en relación con la soledad del paisaje y con un
sentimiento ya más personal, por más abierto e iluminado, de su propia soledad,
sino también con el drama silencioso de los desheradados”.
Por
su parte, en una entrevista que le hicimos cuando íbamos a filmar La orilla que se abisma, Manauta nos
contó que Juan L. le enseñó a escuchar
el silencio.
En esa edición de los
cuentos, Manauta escribe
“La obra escrita y
publicada, a mi entender, conmina al autor a silencio, a callar…
Y heme aquí
violando una convicción que siempre me sostuvo.
¿Por qué?
Escribí sobre transportadores de almas, y
de brujas contrabandistas; también velé a un niño dormido sobre un maloliente
basural y soñando que remontaba su barrilete con auxilio de viento y aire puro;
recordé a un hombre sin trabajo que hablaba con su perro y a otro que convertía
en locomotora una carretilla. Por todo
eso y más me llamaron realista.
Callé. Seguí escribiendo y junté en este
género lo que usted desechará o, con la adarga al brazo de su paciencia, tal
vez lea.”