10 de
junio de 2012
Dice Juan José Saer: "Existe, tal vez, en
alguna parte, un idioma,/ nadie niega,
pero habría que desandar,/ salir, si fuera posible, del centro de la noche,/ y
empezar de nuevo con otra clase de balbuceo".
Será
necesario encontrar las fuerzas.
Me
pregunto si el río tendrá un poder reparador, balsámico. Tal vez, pero no hay tablas de salvación.
En
este viaje, El rostro sólo puede ser
un balbuceo, visceral y torpe.
11 de
junio de 2012
La conciencia del fracaso.
Hay que crear con la conciencia del fracaso.
Hay que filmar El rostro (y todo lo que siga) con la conciencia del fracaso.
Es humano
Vemos con Mario Bocchicchio los materiales de
archivo que ya tenemos. Comentamos dos cosas dos fundamentalmente: la primera,
vinculada a la relación cuerpo humano/naturaleza. Hay algo que nos interesa del
plano general donde el cuerpo queda señalado como tal, pero sin identidad, sin
señas más que la de un cuerpo en un espacio. Hay una tensión entre el ver y no
ver, entre el saber y no saber, que lo vuelve misterioso y desata el deseo de
ver. En segundo lugar, la acción de ese cuerpo siempre es “cruda”, necesaria:
hachar, cocinar, remar, mover las vacas…
Esa noche Mario me escribe: “A veces pienso que
"el concepto naturaleza" mató a la naturaleza. ¿Quizás la naturaleza
finalmente haga visible el rostro, en el continuo, en una pesca, en un pantano,
con los árboles o una fuerte corriente de río o porque pasa el tiempo en
nosotros y la sangre nos corre por las venas y afecta al sistema nervioso
central o lo que sea de la muerte y la violencia? ¿Quizás es la naturaleza y su
"impunidad" la que ilumina?
¡Guarda
con los muertos! ¿Ellos aparecen en
la naturaleza o con la naturaleza, o en el hombre que llega a la isla o con el hombre que llega a la isla? A mí
me gusta más con, mucho más.”
30 de junio de 2012
¡Prestarle atención a la película que empieza a
definirse en la intersección de las
ideas y de los primeros materiales!
6 de julio de
2012
Ahora sé: el vínculo entre los muertos y los
vivos no es de distancia salvada por el recuerdo. La relación se expresa como
tensión entre distancia y cercanía. Los objetos, las acciones, los olores, la
luz, traen al otro, lo presentizan. Pero esa presencia es a su vez una fuga, un
agujero. En esas tensiones de aparición/desaparición, distancia/cercanía, debemos construir el
vínculo entre los personajes.
“Algo así -me
dice Abel Tortorelli- debe suceder con cada sonido: debe reponer el mundo y
debe ocultarlo. Lo que aparece puede desaparecer y volver aparecer, pero
siempre queda algo residual, algo que se acumula”.
Recordar: “Los
pasos del que pasea/ se convierten en lugares. / Mientras se presenta ante/ el laberinto de
los años/ se asoma al pozo de su cuerpo”. (Arnaldo Calveyra)
16 de julio de
2012
Releo las
primeras notas: ¿Por qué fiesta triste?
¿Podremos pensar
el reencuentro con los muertos desde cierta vitalidad que nos exima de la
tristeza?
Se lo pregunto a
una amiga y me responde: “Creo que la clave está en pensar que lo único
que puede producir el milagro de reencontrarnos con nuestros muertos es nuestro
anhelo interior de compartir con ellos la alegría. Nadie quiere volver a ver a
los suyos para compartir las tristezas. Si yo pudiera elegir, querría volver a
escuchar la risa de mi papá antes que nada y poder contarle las cosas buenas
que me pasan. Si no me garantizaran eso, no tendría el menor sentido el
encuentro”.
La
película debe ser el trayecto hacia la fiesta.
En El árbol y en La casa también hay escenas de fiesta. Sin embargo, la mirada
extraña esa celebración y se manifiesta algo del orden de lo siniestro. En El rostro, la fiesta debe ser la
expresión de la alegría del reencuentro. Lisa y llanamente.
(Cuidado:
pensar en los límites que tiene la mirada entonces).
18 de julio de
2012
¿Puede haber
sobre el mundo una mirada más o menos inocente, como si miráramos por primera
vez? ¿Puede el plano, en esa inocencia, registrar un perro, un bote, el agua,
un cuerpo, un rostro, en una expresión simple, cruda? ¿Estará la alegría en
este encuentro sencillo con el mundo?
18 de julio (Por la
tarde)
Bote, agua, orilla.
Bote, agua, luz, orilla, espinillo.
Hojarasca, camalotes, agua, bote, perro,
ramas, rancho, fuego.
Hombre.
Hay que transformar las astillas del mundo que
tenemos a mano en una visión.
18 de julio (Por la noche)
¿Hay algún vínculo entre visión y experiencia?
¿Es indispensable la experiencia para transformar esas astillas en una
visión?
La experiencia no es un pensar en el mundo, sino que, en un inicio, es
la certeza sensible de un estar en el mundo y de formar parte de algo que nos
excede y nos resignifica. Uno sale siempre alterado de la experiencia: hay algo
que nos impregna, una duración de lo otro en nosotros, que es siempre el origen de un nuevo conocimiento. La
experiencia nos arrebata los ojos fosilizados y nos otorga una mirada
enriquecida.
Lo que entiendo, también, es que la experiencia no es necesariamente el
contacto con aquello inmensamente lejano; por el contrario es la inmersión en
lo contiguo. La revelación que nace en su vientre es, en apariencia,
insignificante; no son verdades dogmáticas o grandes paradigmas filosóficos. Lo
que vemos es el rostro velado -desvelado en la experiencia- del mundo
cotidiano. Vemos en las fisuras de lo familiar, en el hueco de nuestros
prejuicios. Por eso, el cine no exige los ojos más allá, sino más acá, más
humanos.
Tal vez: sólo la experiencia, inscripta sensiblemente en la película,
puede transformar esas astillas del mundo en una visión.
19 de julio de 2012 (en Paraná, por la noche)
Luis me dice que tendríamos que estar a las seis en la orilla y que el
sol, en el inicio, estará frente a nosotros y, luego, en el camino hacia la isla, a la izquierda de nosotros. Me dice también
que mañana no habrá bruma.
Una breve charla telefónica con Gustavo. Un repaso rápido de lo que no
tiene que olvidarse: bolso, gorra, abrigo.
20 de julio de 2012
Todavía es de noche cuando llegamos a la
orilla. Maldonado nos espera con los botes listos.
Siempre hay algo de inquietud en el arranque.
Uno a uno nos saludamos, fraternalmente. Ya no hay palabras, salvo las
indispensables.
Más allá, cruzando el río, las islas son
todavía manchas oscuras, pero por un rato nada más. Después, serán una línea
franca, territorio de sauces pelados y espinillos.
Nos subimos a los botes y nos internamos en el
Paraná. No hay bruma. Pero hay un aire limpio de invierno, un silencio único.
Después de un rato, Luis nos avisa: "Ya
tenemos la luz".
Estamos en camino.
22 de julio de 2012
La bruma no es un capricho, ni una mera intención estética. La bruma es
el hilo sutil entre La orilla que se abisma y El rostro. El deslizamiento de
una película a la otra. La esperaremos con paciencia.
24 de agosto de 2012
Llovizna por la mañana. Dos botes se mecen en el agua en un espacio
densamente gris. La duración de ese vaivén habla. Durante un buen rato
escuchamos lo que nos dice.
Más tarde, desde el río llega Daniel Godoy, un viejo pescador. También
nos habla y nos tomamos el tiempo para escucharlo. Recuerda (la palabra es
imprecisa, porque hay algo de tiempo vulnerado en su relato) una gran tormenta
en el río. Nos cuenta los detalles: desde dónde llegaba el viento, cómo entraba
el agua a su canoa, cómo se hizo de noche en unos instantes. Se le ensanchan los
ojos cuando habla, como si un espejismo trajera de nuevo aquella noche del tornado de San Justo: No sé si me dormí, me daba miedo caerme y
que me coman las palometas...me perdí en el tiempo, nos dice.
No hay desesperación en esa historia: hay que adivinar el verdadero
significado, el puente que se traza entre las palabras y sus emociones. Porque
más tarde dice: Estoy cansado, me dan ganas de subirme a la canoa, con mis
cosas, y perderme.
Los ojos vuelven a ensancharse cuando cuenta que tocaba una flauta para
que la gente de la isla bailara en la arena en patas. Ríe, vuelve a ser feliz,
lo sabemos. Entonces, los ojos ensanchados, repletos de imágenes recuperadas,
lloran por primera vez.
Sólo grabamos su voz. Y un par de imágenes mientras achica el agua de su
bote. Respetamos su pudor.
25 de agosto de 2012
Esta mañana el río nos regaló la bruma deseada. El invierno está a punto
de marcharse y casi nos resignábamos a la ausencia de bruma. Fue Gustavo S. el
primero que señaló una leve columna blanca que empezaba a alzarse del agua
mientras nos subíamos a los botes.
En la bruma anduvimos una hora.
El silencio es una condición.
Al llegar a la isla, una enorme felicidad en
todos.
Para festejar, Maldonado, nuestro baqueano,
cocinó un enorme patí. Lo cortan en postas y lo fríen
en grasa. Gustavo S., Huerto,
Rodrigo, Gustavo H., Luis, Abel, Maldonado y
yo, comimos el patí con las
manos, al sol.
29 de agosto de 2012
Encuentro sencillo con el mundo (eso decía en una nota de julio): hay algo en el fondo de esas palabras en lo que hay que pensar.
Hoy diría, tal vez: encuentro sencillo con las cosas.
¿Por qué?
Quizás porque el contacto con las cosas nos salva de una belleza
distante, previa, y nos pone ante los destellos intensos, impuros siempre, de
la vida.
Eso sí: el contacto con las cosas parece exigir la paciencia de un
corazón solitario, el corazón solitario de un grupo.
30 de agosto de 2012
La imagen de El rostro:
¿sombra de qué?
La imagen de El rostro (fundamentalmente la del
plano): más cerca del mundo que de la mirada.
En el contacto con las
cosas uno puede perderse, es el riesgo siempre. (Me pregunto, una vez más, qué
significa para Godoy meter sus cosas en la canoa y perderse).
Tarea del grupo: nos
acompañamos para no perdernos.
3 de septiembre de 2012
Escucho la grabación que hicimos
con Godoy: no me acordaba que se había puesto a silbar mientras sacaba agua de
su bote. Abel lo grabó.
Escucho su silbido, una y otra vez, y pienso: solo, en el río y en la isla, debe haber tenido mucho tiempo
para escuchar a los pájaros. Su silbido nace de ese contacto, paciente, sincero.
Ésa es la clase de belleza que nos interesa.
15 de septiembre de 2012
El río, entre las islas, forma
arroyos y cada uno de ellos recibe un nombre. Es muy difícil, para los
que vamos de "afuera", reconocerlos; porque mutan, porque se parecen,
porque -llevado y dejándose llevar- uno pierde rápidamente las referencias.
Es muy difícil, también, para los que no somos de ahí, leer el río en su
hondura concreta: las profundidades (ocultas o apenas sugeridas en la
mansedumbre aparente del agua), o los
cruces de corrientes en las entradas y salidas de los arroyos, siempre riesgosas,
que exigen una particular dirección del bote, por ejemplo.
No es así para Maldonado, quien nos guía. Hay un saber, más allá de los
nombres, que le permite accionar con naturalidad y armar recorridos simples.
Esa dimensión del saber, aunque no es formulada, no desaparece: subyace y
recoge una historia y una genealogía y se proyecta en el presente y en el
futuro.
La persistencia de ese saber en Maldonado le da la verdadera dimensión a nuestros
viajes.
Buscar en estas ideas las claves del montaje.
Todo está ahí.
20 de septiembre de 2012
Ella le dice: Sabía que ibas a venir, ayer soñé con tu padre. En el
sueño nos miraba.
Ella no habla. De pronto está junto a él, comen pescado. El saca una
posta de patí de la olla y se lo alcanza. El río está detrás. Hay viento,
un murmullo en las ramas casi peladas.
En el agua, unas leves oscilaciones plateadas.
Tal vez: se insinúa la primavera.
20 de septiembre (más tarde)
Le pregunto a la mujer de Godoy (ella se asoma a la puerta de la casa,
camina con dificultad): ¿Qué piensa cuando su marido se va al río?
Me mira, como si mi pregunta le trajera un fantasma: Sólo pido que
vuelva.
Ya no habla. Se mete de nuevo en la casa.
Persiste por unos instantes la forma de su cuerpo en el espacio vacío.
Sus palabras duran, más allá.
2 de octubre de 2012
Reviso la libreta, recupero algunas notas:
Algo así: se precipita
la primavera, lenta, invisible (siempre por detrás de la acción del
personaje). Y de pronto, sin darnos
cuenta, estamos en el centro de la
fiesta. Luz nueva en los sauces y en los arroyos. Y llegan otros. Y llegan los
que no se fueron nunca. Se florecen. Rostros (y música) para todos los espejos.
No nos olvidamos de
los perros. Están ahí, con ellos, con nosotros.
Hay tres ahora,
echados en la orilla: dos al sol, uno a la sombra del sauce.
No debemos quedarnos
viendo como la luz pasa sobre ellos. No ahora.
Hay una voz.
El viento la lleva y la trae.
Nos habla de un
ahogado que da vueltas en el fondo del río.
Nos habla de una
música y un baile en patas, en la arena.
Esa voz: pura
intimidad.
No nos olvidamos de
los niños.
Ahora hay dos sobre un
bote. Mueven sus brazos y señalan algo en el río.
Están lejos. Hablan
pero no los escucho.
Ella se aleja.
Ella está acá.
Huerto me mira: espera
alguna palabra para conducir a Gustavo entre los sauces.
Todos, todos nosotros: dejarnos florecer.
24 de noviembre 2012
Es importante que la película derive hacia la
fiesta.
Le dije a Huerto: “simplemente estás feliz de
que esté acá con vos”, confiando en que esto, como estímulo, accionaría en
Gustavo. Y creo que funcionó bien. Hicimos pequeñas cosas, y ella estaba tierna, delicadamente alegre, y
Gustavo tuvo matices. Pero es ella, su movimiento, su sonrisa, su acción en el
rancho, la que gana en esta parte de la película.
Y también, mientras Gustavo tomaba mate con otro hombre junto al río, le
pedí a ella que les contara su muerte, y lo hizo, un pequeño relato simple de
cómo había muerto, lo contó sonriendo: “me morí una tarde de primavera, algo me
empujaba y yo resistía al principio,
pero después ya no”. Y enseguida caminó hasta el río - ellos la miraban-, se
mojó la cara, volvió, se puso junto a Gustavo, y simplemente ya estaban juntos.
25 de noviembre de 2012
Hoy Maldonado nos contó que lo visitó Dios. Celia, su mujer, es
epiléptica y dos veces, desde un bote, se cayó "muerta" al río y la sacaron con las dificultades comprensibles.
En otro de esos ataques cayó al fuego
también y tuvo quemaduras importantes. En ese momento, cuenta Maldonado, lo visitó Dios.
También comenzamos a filmar parte de la secuencia final. Gustavo se
marcha. Los que estuvieron con él lo observan marchar. Van llegando, aparecen
de la espesura, miran a cámara, entre
los árboles, fugaces, serenos, para despedirse.
Gustavo se sube al bote, empieza a remar. Desde la orilla, lo mira su
padre. Gustavo rema, vuelve al río
donde ya no hay bruma sino sol y reflejos dorados en el agua. De
pronto, Gustavo se pierde en los reflejos. Lo vemos y ya no lo vemos
más. Queda un inmenso reflejo dorado que
dura, sólo eso
Una tarde para callarnos.
Una tarde para observar el golpeteo de
los pájaros nuevos sobre el aire de la orilla en la que estamos.
Un último azul, intenso, para después.
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