domingo, 21 de julio de 2013

VISTO Y OÍDO (Alguna vez, en alguna internación de mi madre).

VISTO 

A través de la puerta entreabierta, sólo se ve parte de la cabeza, una mata de pelo canoso sobre la almohada, y una mano que acaricia la cabeza inmóvil con movimientos regulares. Más acá, de este lado, se mueven tres manchas blancas sobre la superficie imperfecta de la puerta. Tres manchas blancas, brillantes, que titilan como si estuviesen vivas. Todo está quieto desde hace unos momentos, suspendido. Todo menos las tres manchas que vibran sobre la madera. Es así por unos instantes, como si el tiempo se abismara para que uno pueda verse a sí mismo en ese vacío.

OÍDO 

Ella: Entremos que estoy cansada. 
Él: Estamos adentro, estás en la cama. 
Ella: No me tomes por tonta, no me digas lo que no es. 
Él: ¿Y dónde estamos? 
Ella: En el patio. 
(Silencio)
Él: ¿Y qué ves?
(Silencio)
Ella: El cielo. 
Él: ¿Y qué más? 
Ella: Muchas flores silvestres, muchas de esas flores que llaman culo sucio. 

VISTO

Cuando la enfermera atraviesa la puerta para entrar a la habitación, las luces danzan sobre su cuerpo. Por unos instantes, el blanco del guardapolvo resplandece. Blanco sobre blanco. Quizás, si uno pudiera detener ese momento, liberarlo de su fugacidad, debería cerrar los ojos. Y eso hago.