lunes, 7 de marzo de 2011

Cine Club La quimera


Hola, amigos!

El pasado 22 de febrero el Cine Club La Quimera de Córdoba cumplió 30 años.

El 10 de marzo darán inicio a las actividades del año con la proyección de Elegía de abril. Será un honor para mí viajar a presentar la película y festejar los 30.

Al día siguiente, el 11, Elegía de abril se dará en otro cine club, La linterna mágica, de Río Ceballos, y también estaré ahí.

Comparto con ustedes esta nota que publicó el diario Tiempo Argentino, para contarles algo de lo mucho que hace La Quimera.

Un abrazo

Gustavo

Proyectar sueños sobre una pantalla

Por Gustavo Fontán

El 22 de febrero de 1981 nacía en lo que fue el Teatro de los siete, en la esquina de Humberto Primo y Avellaneda de la ciudad de Córdoba, el Cine Club La Quimera.

Juan José Gorasurreta, uno de los fundadores, recuerda así ese momento: “Había muchas ideas y ganas de hacer cosas en nombre del cine, ‘la expresión de los bellos sentimientos’: revisiones, ciclos, conocer autores, escuelas, géneros. Hacer pedagogía.”

Herederos de la tradición de los cineclubes de los ’60 y los ’70, donde el debate era fuente de encuentro y de apertura a nuevas ideas y nuevos sueños, La Quimera comienza las proyecciones en abril de ese mismo año, con un ciclo dedicado al realizador, integrante del Nuevo Cine Alemán, Alexander Kluge: “Nos prestaron una sala del Cine Teatro Córdoba y ese día estuvimos temprano para preparar la función que fue en 16 mm y esperar al público. Las tres películas que había en ese momento en la Argentina de Alexander Kluge, y que nos fueron facilitadas por la Cinemateca del Instituto Göethe de Buenos Aires, eran Anita G (1966), Trabajo ocasional de una esclava (1973) y Ferdinando, el duro (1976), se proyectaron en ese orden.
A pesar del ‘desconocido’ entonces puesto en pantalla, supimos ya quién sería nuestro público: jóvenes, intrépidos en sus máquinas voladoras que siempre nos acompañan”, recuerda Gorasurreta.

En 1981, la dictadura que había asolado al país comenzaba a declinar y la gente que conformaba La Quimera, como muchos en la Argentina, creyeron que era el momento de volver a pensarse grupalmente: “Nos pareció un modo de poner cuñas en la realidad. Después de una masacre muy dolorosa, trágica, era abrir una puerta para darle al cine un papel, una cabida como forma de expresión de los seres humanos, una expresión de todos y de todo el mundo. Nuestros ciclos fueron de cine ruso, japonés, latinoamericano, argentino, español. Por ejemplo, en 1982 exhibimos juntas El acorazado Potemkin, de Einsestein, y Dios y el diablo en la tierra del sol, de Glauber Rocha.”

Desde sus comienzos, La Quimera, como muchos de los cineclubes que hubo y hay todavía en la Argentina, ocupó un lugar de resistencia frente al cine-mercado, donde lo diverso queda anulado como estrategia. Contrastes, confrontaciones, puesta en crisis de los conceptos establecidos, desconfianza en los discursos dominantes, son una actitud frente al conocimiento que tenemos del cine y desde el cine, pero definen fundamentalmente el modo de habitar el mundo y de pensarnos. En relación a esto agrega Gorasurreta: “El cineclubismo debe cumplir una tarea pedagógica, formando conceptos amplios y diversos alrededor de las películas que se hacen en el mundo, e integrar a los seres humanos a esa pantalla para conocernos un poco más, tanto interna como externamente.
Entre 22 y 25 mil films se hacen por año en el mundo y, más allá de sus calidades, pintan aldeas que no conocemos. Siempre debe haber en un cineclubista una actitud generosa, humilde y colectiva que le permita ir corriendo a mostrar a sus pares la película que acaba de ver y lo conmovió, modificándolo. La libertad está lejos de la hipocresía y el cine, también.”

La actividad pedagógica, por lo tanto, no estuvo al margen del desarrollo de La Quimera. El mismo año de su fundación se creó el Taller de Cine Infantil para niños de cinco a 12 años y se dio comienzo a la Escuela de Aprendizaje Cinematográfico dedicada a adolescentes y adultos. Entre los realizadores argentinos que aportaron a la actividad pedagógica del Cine Club, estuvieron Juan Carlos Arch, Rodolfo Hermidas, Marielouise Alemann, Jorge Surraco, Manuel Antín, Ricardo Wullicher, Alejandro Doria, René Mujica, Eva Landeck, Carlos Orgambide, los realizadores alemanes Werner Schroeter y Haro Senf, la actriz Cipe Lincovski y el actor Raúl Brambilla.

Muchas cosas cambiaron en la Argentina y el mundo desde aquel 22 de febrero de 1981 hasta hoy. Desde el avance de las doctrinas neoliberales, pragmáticas, destructoras de sueños y utopías, hasta el vértigo de los cambios tecnológicos, el funcionamiento de la vida en general se vio afectado y mucho. Y los cineclubes no podían estar ajenos a estas transformaciones. Sin embargo, hoy se cumplen 30 años de aquel momento fundacional y hay que decir que La Quimera fue construyendo con paciencia los modos de resistencia y sigue desarrollando una actividad fértil. “Cambiamos de sala muchas veces. Demasiadas, tal vez. O no. Amantes del cine, nosotros tuvimos que aprender a trabajar con la pantalla ancha y el video. La tecnología y sus avances. La crisis visceral de este país y los otros. Vino el tiempo del cólera, con o sin amor. Seguimos trabajando porque la utopía existe. Las ideologías no han muerto. El muro existe entre los humanos”, dice Gorasurreta con convicción.

El presente no puede sostenerse en la nostalgia. A los integrantes de La Quimera, los de antes y los de ahora, tan jóvenes unos y otros, no los mueve la sensación de un tiempo pasado que fue mejor, sino la convicción de que el presente y el futuro deben fundarse en los valores de apertura que han pregonado siempre. Por ello, estos espacios, el de La Quimera y muchos otros, son el resguardo de convicciones transformadoras. Y los jóvenes quieren participar en la construcción de la historia.