El cineasta y escritor Gustavo Fontán está filmando en un pequeño pueblo
de la provincia de Santa Fe su nueva película, “El limonero real”, que
se inspira en la novela homónima del escritor Juan José Saer para volver
a indagar -como en sus filmes anteriores- en una narración subjetiva
donde la memoria, la ensoñación, el paso del tiempo y la incidencia de
la luz juegan un papel predominante.
Protagonizada por Germán de Silva (“Las Acacias”, “Marea baja”), el
cineasta cordobés Rosendo Ruiz, la actriz Eva Bianco (“Los labios”) y
habitantes de la zona que nunca antes habían estado frente a una cámara,
el nuevo largometraje del autor de “El rostro” es rodado en la
localidad de Colastiné, cerca de donde Saer tenía su casa y donde
efectivamente sucede el relato en la novela.
“Estamos muy felices por lo que sucedió hasta ahora en el rodaje, porque
en principio nos ayudó mucho el tiempo y eso es muy importante, ya que
es una película en la que el movimiento de la luz es clave y para ello
eran necesarias ciertas condiciones atmosféricas”, afirmó a Télam el
director, muy entusiasmado y conforme, en una pausa en la filmación.
Se trata de la nueva apuesta de uno de los autores más originales y
arriesgados del panorama cinematográfico argentino, cuya obra se
caracteriza por una forma narrativa muy interesada en la contemplación y
en la percepción, en la investigación de las posibilidades poéticas de
la imagen y en la utilización del tiempo como parte fundamental del
relato.
En su trama, “El limonero real” narra la historia de tres hermanas, con
sus maridos e hijos, que viven a orillas del río Paraná y se disponen a
compartir el último día del año, pero deben enfrentarse a un hecho
inesperado: una de ellas se niega a asistir al festejo porque está de
luto, ya que su único hijo murió, pero ya hace seis años.
Para Fontán, “esta negativa de ella estructura el relato y lo moviliza, y
es como que de algún modo pone presente el tema de esa muerte, motivo
por el cual hay dos ausencias que atraviesan el relato: la del joven
muerto y la de su madre, que resignifica esa muerte”.
El río omnipresente, las variaciones de la luz, el baile festivo, el
sacrificio del cordero y la comida, el vino y los cuerpos, todo es
atravesado, desde la percepción de Wenceslao -su marido- por las dos
ausencias: la de su mujer y la de su hijo muerto, cuya figura emerge
cada tanto, otorgándole al relato una densidad creciente.
“El tiempo presente de la novela -que es mucho más compleja en tramas-
es un día de sol desde el amanecer hasta la madrugada y la novela es la
minuciosa descripción del movimiento de la luz, no porque sí, sino
porque esto tiene una intensa carga dramática y una fuerte incidencia
sobre lo que se está contando. El movimiento de la luz va generando
dramatismo en esa progresión”, explicó Fontán.
Según Fontán, “El limonero real” se inscribe en la búsqueda de un
poética propia, que inició hace años con filmes como “El árbol” y “La
casa”, y que se caracteriza por relatos subjetivos que no tienen que ver
con el desarrollo prioritario de un argumento, sino con el “entramado
que los hechos conforman con la memoria y la percepción”, con la idea de
que el paso del tiempo se transforme “en material sensible, sustancia
audiovisual”.
El cineasta también se mostró muy conforme con “la elección de la mezcla
entre actores y no actores, porque ese intercambio realmente funciona
de la manera precisa que buscábamos. Esto está en función de una
búsqueda que para mí es permanente: la búsqueda de un realismo, una
construcción que esté atravesada por elementos de lo real”.
“Hay algo de los cuerpos y los rostros, algo de la inocencia del
poblador real de la orilla, algo de su actitud y la forma de pararse
frente al mundo que para mí era muy importante. Y los actores
profesionales fueron elegidos de tal modo que ellos fueran los que
pudieran acercarse a ese registro realista, y no al revés”, aclaró.
Fontán señaló que una de las claves del rodaje es “la observación
minuciosa del modo de estar de esos pobladores, la sequedad, el modo
como realizan cada acción como un ritual, una observación muy aguda de
eso, con su inmensa cantidad de recursos técnicos y dramáticos pero
acercándonos siempre a los pobladores reales que completaron el elenco”.
En relación a la elección de la novela de Saer, Fontán -que ya había
trabajado con textos de Juan L. Ortiz, entre otros poetas- afirmó:
“Siempre tuve una gran admiración con la novela y una gran empatía, yo
entendía que podía llevarla al cine porque efectivamente había algo en
ella que habían sido reflexiones mías en películas anteriores”.
“Es una película más grande y narrativa pero de todos modos el paso del
tiempo y la luz inciden mucho en la historia, al igual que lo vital de
la naturaleza, el agua, el río, las sombras, la belleza y lo tremendo,
todas cosas que están en la novela y que intentamos que estén en la
película”, dijo el autor.
“La novela de Saer es uno de los puntos cúlmines de ese procedimiento,
una novela que no es de trama, sino más bien un entramado entre los
personajes, su historia, la luz, ese espacio geográfico, la densidad de
ciertos vínculos, el pequeño detalle de cómo se mueven las hojas y la
luz, y todo ese entramado es la esencia misma del relato”, añadió.
“Saer no sólo cuenta una historia sino que está de algún modo pensando
cómo acceder a lo real y expresarlo, la novela es la manifestación de
eso, y hablando también, pero sin decirlo, de la dificultad y la
fragilidad de cualquier intento de conocimiento, que siempre es
subjetivo. Toda esa incertidumbre es la de los personajes, pero
profundizada y vuelta a mirar”, concluyó.