sábado, 31 de mayo de 2008
La orilla llega a Santa Fe
viernes, 9 de mayo de 2008
La orilla que se abisma, en Entre Ríos
Ayer, el ciclo televisivo "FICCIONES DE LO REAL", que transmite Canal 7, a las 22 horas, exhibió EL ARBOL, mi ante última película. Me habría gustado que aquellos que no la vieron en su momento la conocieran, pero me fue imposible... Una lástima.
Espero que en futuro cercano regrese al aire, y poder llegar a tiempo.
De todas maneras, tengo una buena noticia para darles.
Hoy les estoy escribiendo desde allí, y a las 20 hs realizaremos la función estreno junto a mucha gente que trabajó conmigo, y que fue la que hizo posible que me "encontrara" con ese gran poeta que fue Juanele.
A mi regreso, compartiré con ustedes esta experiencia.
Gustavo
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martes, 6 de mayo de 2008
El navegante lúcido y el pasajero invisible
¿Cómo plasmar en un lenguaje cinematográfico el mundo interior y la inspiración de un poeta, sin traicionarlo, sin agotarlo en un anhelo casi imposible? El realizador de El Canto del cisne parece haber encontrado un camino: reinventándolo. Eso es lo que se respira en esta apuesta a los valores expresivos del cine, donde la recreación de un viaje por el río nos conecta con el mundo interior del poeta entrerriano, quien aparece entre las imágenes como una suerte de fantasma sin rostro; que se disipa en la bruma del recuerdo pero que vive en cada latido de la naturaleza que está allí, majestuosa, imponente, inescrutable como la mirada que surca el río y se pierde en un naufragio de palabras transportadas por el viento y el silencio. Palabras que no pueden escucharse aunque se sienten, se palpan, del mismo modo que la presencia-ausencia de Juan L. Ortiz.
sábado, 3 de mayo de 2008
El suspiro de los árboles
El realizador de Marechal o la batalla de los ángeles y El árbol se interna en la obra del gran poeta entrerriano Juan L. Ortiz, pero evita tanto el documental como la tentación de ilustrar su lírica en imágenes, para proponer en cambio un diálogo con sus versos.
Por Juan Pablo Cinelli
Hay un gato que se va quedando quieto entre el pasto, y a veces mira a cámara directamente: los actores no deben hacer eso. La cámara lo muestra desde diferentes ángulos, siempre ahí. Un pájaro viene a pararse detrás de él, pero a ninguno de los dos parece importarle. Hay lugar para ambos.
Después los árboles, sus ramas, sus hojas en primeros planos tan cerrados que casi no se puede ver más allá, y enseguida la lluvia. Los sonidos se van superponiendo, tramando un colchón sobre el que las imágenes se derraman; pronto no hay diferencia entre ellos.
Como si nadie la condujera, la cámara encuentra el río y lo sigue como a un Dios que lo abarca todo. Incluso al hombre, otro detalle del paisaje que casi puede ser visto con claridad, pero también de-sencajado por un fuera de foco que lo funde a las sombras verdes y grises de la ribera. Los reflejos sobre la corriente atestiguan que otra imagen del mundo es posible. No es raro que un colega cediera a la tentación de dormirse en primera fila: todo aquello bien podría ser la duplicación de un sueño.
Basada en los versos del entrerriano Juan L. Ortiz, La orilla que se abisma tiene algo del viejo cine mudo, apenas musicalizado por una orquesta en vivo que aquí es reemplazada por el sonido del viento entre los árboles, de la lluvia sobre el agua viva del río como quizá pudo haberla oído tantas veces el poeta.
Tal cual haría aquél, el director Gustavo Fontán y su equipo parecen haber realizado un análisis de los recursos disponibles (y posibles) para revivir esa mirada, haciendo coincidir fondo y forma en una construcción poética levantada a partir de elementos puramente cinematográficos: la imagen, su color y su contorno, y el modo en que la luz se confunde en ellos, definiéndolos o esfumando a uno contra el otro hasta obtener un objeto nuevo, a veces sereno y otras angustiante, como producto único de esta particular observación.
El film dialoga con la obra de Juanele, pero sin ser una pregunta ni una respuesta a sus versos; a cambio, consigue traducirla sutilmente al lenguaje de la fotografía en movimiento, sin traicionar la delicada esencia del original. La orilla que se abisma no es un documental: el documental equivale al ensayo y aquí no hay otra cosa que poesía.
Tal vez ésta no sea una película para recomendar a un público masivo; desde sus principios estéticos, el film de Fontán se aleja deliberadamente de la masividad, proponiendo una obra que es fruto de una mirada de decidida intención poética, y ya se sabe que la poesía es el menos comercial de los géneros literarios, incluso cuando se elige imprimirla sobre celuloide con trazo amplio y luminoso.
A todo esto, ¿quién fue Juan L. Ortiz? Antes de arriesgar un retazo biográfico que será tan inútil para sus amantes como breve para quienes no lo conozcan, desde aquí se recomienda buscar su perfil en el volumen de su obra completa. Será un triunfo si se gana otro lector para sus versos.
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