martes, 22 de julio de 2008

A Locarno, por partida doble

Hace unos días, llegó a la productora la confirmación de nuestra participación en el Festival Internacional de Cine de Locarno. Y es difícil describir lo que experimentamos en ese momento quienes estábamos allí...

Los que hacemos y sentimos el cine, sabemos que Locarno es un evento esencial en nuestras vidas. Se trata de uno de los más prestigiosos festivales, con una extendida trayectoria que data de 1946. El haber sido elegidos, era en sí un galardón.

No obstante, la alegría fue en aumento en la medida que leíamos -traductor de por medio-, la invitación de los organizadores suizos...

No solamente se nos notificaba que "La orilla que se abisma" había sido seleccionada para competir en la sección "Filmmakers of the Present" de la 61 edición del festival, sino también que "El árbol" contaba con su lugar en otra sección, denominada "Open doors".

En nombre del grupo del que formo parte como director, quiero agradecer a quienes hicieron posible que ambos filmes hayan llegado a este lugar.

Me refiero al público que nos ha acompañado, primero con El árbol y luego con La orilla que se abisma; a la crítica, que ha sido tan elogiosa y tolerante, y al INCAA, que cumple con su rol de embajador internacional y nos permite seguir construyendo cine.

El Festival de Lovarno se desarrollará durante agosto, entre el 6 y el 16.

Esperamos ansiosos un lugar en la competencia, y volver a encontrarnos pronto a través del Blog con una excelente noticia.

Gustavo

martes, 15 de julio de 2008

Las huellas de lo real

Durante la preparación y realización de Marechal o la batalla de los Ángeles comencé a pensar en un tema que orientaría las búsquedas de ésta y de las películas siguientes.

Había una operación en la obra de Marechal que me intrigaba: las formas de insersión de lo real en el dispositivo ficcional. Hablo, en principio, de cuestiones elementales de lo real: nombres de ciudades, calles, bares, personas. Me interesaba la tensión que esta operación provocaba y la expresividad que surgía de esa intersección.

Fue, para mí, el comienzo de una reflexión sobre las huellas de lo real en la imagen cinematográfica.

Quizás, el primer aspecto de esta reflexión está ligada a los espacios. En 2000, María de los Ängeles Marechal me invitó a hacer un viaje a Maipú, ciudad de la que hay numerosas referencias en la obra de su padre. El viaje lo haríamos junto a un grupo de estudiosos como cierre de las jornadas marechaleanas. Allí fuimos.

Esto es lo que anoté en mi libreta sobre ese viaje: “La cuestión es así: de pronto, los veinte tipos nos encontramos recorriendo Maipú en un viejo micro de la municipalidad. Paramos en una esquina. María de los Ángeles nos señala un sitio donde hay una construcción relativamente nueva. Nos pide que miremos por detrás de la casa: se ve, recortada, una porción de una pared de ladrillos. Nos dice: “es una pared de la Casa de la Loma”. Eso es lo que vemos: un fragmento de pared, algunos ladrillos, la huella de una casa en una loma que ya no existe. Es decir: veinte tipos, a través de la ventanilla del colectivo, miramos una ausencia.”

A la hora de pensar en los espacios para el rodaje, un hallazgo nos alegró. Existía el Izmir. El café que estaba cerrado porque pronto lo echarían abajo, aún conservaba parte de su mobiliario: mesas, sillas, vajilla... Fue como abrir un viejo mundo, un túnel entre dos tiempos.
Me pregunté: ¿Cómo hacer para que la filmación del Izmir no sea un mero registro? ¿Cómo hacer para que lo real aporte fragmentos, piezas, sonidos, para una nueva construcción?

Seguí pensando: Si este espacio es depositario de lo vivido... ¡Hay que dejarlo hablar!.

Sinceramente, no sé si lo conseguí del todo con el Izmir. Mi pensamiento era incipiente. Pero hay hechos que profundizaron la reflexión. Rescato un nuevo fragmento de mi libreta: "Estamos filmando en el Izmir. Esta mañana nos toca la escena del banquete. De pronto entra un hombre al bar, tendrá unos noventa años. Nos pregunta qué hacemos y le contamos. Nos dice que es hijo del primer dueño del Izmir. Casi llorando, nos señala el lugar donde su padre cocinaba pescado. Después, naturalmente, rompe las fronteras entre ficción y realidad, se sienta en la mesa del banquete y se pone a cantar”.

En las películas siguientes avancé sobre estas preocupaciones. Desde entonces, rodar, para mí, tiene que ver con un cruce entre el plan y el encuentro. La película debe ser el resultado de una inscripción de lo real en el dispositivo ficcional. Con ese criterio, fuimos a Maimará, a la casa natal de Jorge Calvetti, mientras rodábamos El paisaje invisible. Después, me interné en la casa de mis padres, mi casa natal, para filmar El árbol. Por último, recorrimos con esta intención los sitios habitados por Juan L. Ortiz para realizar La orilla que se abisma.

El rodaje no es la mera reconstrucción de lo planificado. Desde una firme intención inicial nos disponemos a descubrir. Siempre son cosas simples: el modo como la luz toca los muebles o los rostros, las texturas de las paredes, los movimientos de los cuerpos, el encanto de la voz o del silencio.

Para seguir pensando en los pasadizos entre realidad y ficción, quisiera rescatar todavía un fragmento de mi libreta: “Estoy en el INCAA esperando para una reunión. Una secretaria ( digamos L., de unos sesenta años) me llama:

- Gustavo, sé que hiciste una película sobre Marechal.

Le contesto que sí y que estamos por estrenarla.

- No sé si te acordás de un bar que se menciona en el Adán: el Izmir.

Le contesto que no sólo me acuerdo sino que toda la película fue filmada ahí. L. se sorprende y me dice que su abuelo fue el fundador.

Le cuento, entonces, del hombre que apareció mientras rodábamos el banquete.
-Es mi padre, seguro que es mi padre.

Tengo algunas fotos entre mis cosas; busco una de la escena del banquete. Desgraciadamente, la foto está encuadrada de tal modo que el hombre, el supuesto padre de L., no aparece. Me acuerdo de pronto y le cuento que se puso a cantar.

- Seguro, seguro que es mi papá.

Le regalo la foto y la pone debajo del vidrio de su escritorio.

Al día siguiente, L. me llama por teléfono:

-Gustavo, no dormí en toda la noche. Quiero pedirte un favor: ¿me dejarías ver la película? Hace diez años que no veo a mi padre.”

Para cerrar, un último dato: Si alguien se acercara hoy a la calle Gurruchaga , para ver el café Izmir, observará, como nosotros en aquel viaje a Maipú, una ausencia.

Gustavo Fontán

Texto leído por Gustavo Fontán en la Peña Literaria 'Trenti Rocamora'