Muchas veces dije que a
partir de “El árbol” mis guiones se convirtieron en dispositivos para dialogar con lo real. Y
ahora, con la necesidad de desarrollar esta idea con ustedes, me pregunto qué significa eso de verdad, ¿qué significa
que lo real aparezca en una imagen?
Entonces, pensé tres cosas que,
por supuesto, no intentan de ningún modo dar cuenta de manera exhaustiva del
problema, sino simplemente plantear tres elementos que me interesan de esa apropiación de lo real que puede hacer el cine.
En primer lugar,
podríamos hablar de un plus de sentido. Una especie de ferocidad que excede a
la imagen en sí misma. Podríamos pensarlo en torno a esta idea de Raúl Ruiz,
quien retoma un concepto de Walter Benjamin: “Llamo inconsciente fotográfico a
esos fantasmas que giran alrededor de las imágenes y los sonidos reproducidos
de manera mecánica pero que nunca tocan el objeto audiovisual. A veces, cercan
el objeto, literalmente lo transfiguran, lo secuestran.” Reconozco lo real en ese poder transfigurador
que dota a la imagen de una fuerte carga
de ambigüedad.
En segundo término pienso que ese plus, esa
ambigüedad en una imagen, tiene siempre un poder perturbador. Lo real es lo que
molesta en la imagen, aquello que se sale de control. Esa presencia
incesantemente activa remite siempre a un más allá de la imagen. A un más acá
nuestro, quizás. Lo real es lo que se teme. Lo no domesticado.
Por último: lo real,
también, es lo que se fuga de la imagen. Hay algo inasible, indecible, en esa
presencia. Boquiabiertos, reconocemos un fantasma que se muestra, nos conmueve,
y al mismo tiempo se fuga. Creo que en esta tensión, presencia-fuga, reside
algo de aquello que me interesa capturar.
(Fragmento de la charla que dio Gustavo el
pasado 28 de junio en la casa de la DAC, en el ciclo "La estética del
cineasta. Un tratado de estilo".)